El repudio de la libertad

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La libertad invita a un examen inacabable, pues no existe actividad humana que no sea fruto de ella, incluso la del esclavo, que dimana de la libertad del señor. Es, pues, un concepto con tantas facetas como la vida misma, y comprende toda la historia de la humanidad, en la que ha ido cristalizando. Cada día somos tentados a ser libres y, afortunadamente, cada día caemos en la tentación. Indaguemos qué sea y qué nos promete esa fascinación.

La semántica pone de manifiesto dos características fundamentales de esta institución. Es denominada entre las lenguas sajonas como libertad propiamente dicha, como "free-dom", el modo de ser propio del hombre que no está sujeto a otro hombre, y en las lenguas latinas como "libertas", manumisión, la situación del liberto, liberado de la sujeción a un señor. Y esas dos son, hasta nuestros días, las perspectivas de la libertad: ser señor de uno mismo y no estar sujeto a ajeno señorío.

A mi juicio, la semántica latina, la de libertas, la manumisión, es más precisa para el estudio de la libertad en cuanto institución social, al eliminar aquellos problemas que a la libertad, en cuanto instituto social, no le conciernen: la libertad del hombre interior, la rectitud y la gravedad romanas, la libertad paulina o libertad cristiana, la perfección moral, etc., etc. En realidad a la libertad, en la semántica sajona, como señorío de mí mismo, casi nadie llega, solo los santos, en tanto que a la libertad, en la semántica latina, llegamos todos, pues no es necesario ser gentilhombre para ser libre, basta con ser manumitido.

Libertad, pues, no es rectitud, no se trata de la "libertad de los hijos de Dios", y tan libres son el zafio, el ignorante, el miserable y el santo, como el elegante, el sabio, el opulento y el pecador... siempre y cuando estén manumitidos, y no dependan de voluntad de señor ajeno para actuar. Limitar así el concepto de libertad es indispensable, para que ella no se convierta en utopía, en un mero flatus vocis, en solo una palabra, nunca puesta en acto en la historia; para que sea lo que es, una institucionalidad siempre presente, siempre actuante, cada vez más difundida, como ha sido el sino de los pueblos civilizados.

Tampoco debe concebirse la libertad como una "posibilidad de poder" (Kierkegaard), menos todavía si ese poder se entendiera en su significado tecnológico, como capacidad para lograr alguna (o toda) cosa; si partiéramos de tal concepto de libertad, ella tampoco serviría para escudriñar el desarrollo de las posibilidades de acción del espíritu en la historia, y sería solo un mito para condicionar la acción de quienes fueran nuestros seguidores: no ciencia sino doctrina.

La llamada libertad "real" (el disfrute efectivo de alguna cosa) es algo muy digno de ser logrado, pero nada tiene que ver con la libertad en cuanto señorío de mis actos; todo lo contrario, pues como fácilmente libertad real se confunde con seguridad (de lograr algo), suele ser la raíz de casi todas las instituciones liberticidas padecidas por el hombre, en su largo bregar por lograr la espiritualidad; el logro de la libertad "real" ha sido el pretexto con que siempre nos han enajenado, a cambio de garantizarnos algún disfrute concreto.

Si nos interesa la libertad como hazaña de la historia, pronto constataremos una actitud liberticida permanente, fincada sobre todo en el intento de superar las desigualdades sociales entre los supuestamente iguales, por eso toda teoría de la libertad debe partir, si quiere ser realista y no puramente retórica, de la igualdad ontológica de los hombres y de su desigualdad histórica, y de las tensiones y la contraposición de intereses consiguientes, no de supuestas armonías que todo lo resolverían en un "aquí paz, y después gloria".

¿Será la desigualdad, incluso la injusticia, contraria a la libertad?

Que del orden de la libertad no se siga la fraternidad ni la igualdad, fue opinión general entre los revolucionarios franceses a quienes no les pareció suficiente "Libertad", sino que añadieron "Igualdad y Fraternidad" y esta añadidura claramente pone de manifiesto su creencia de que, con solo la libertad, no se lograría la plenitud del orden de libertad, pues la igualdad y la fraternidad no serían un derivado espontáneo, sino algo por lo que habría que romperse la crisma separadamente. Esta ha sido siempre la opinión de los movimientos liberales radicales, a la que se opone la praxis política de los movimientos liberales conservadores, especialmente del liberalismo británico, para quienes de la mera libertad se generará tanta igualdad y fraternidad cuanta sea dable y posible en cada momento histórico; dicho en otra forma: la única política esclarecida es la de "manos afuera", como expuse en un artículo anterior (El repudio de la libertad, Página 15-A, La Nación del 13 de diciembre pasado).

Esto implica, de algún modo, que la obra común también ha de ser obra individual, y por ello ya los primeros filósofos de la libertad se percataron de que el egoísmo era un motor indispensable para lograr esta colaboración espontánea, conectiva, capaz de movilizar todo el conocimiento disponible. Porque en el orden de la libertad, el egoísmo, aunque suene a paradoja, es necesariamente altruista y el paradigma de esta bienaventurada paradoja fue la institución denominada propiedad privada, piedra angular del orden de libertad, pues garantiza el actuar sin manumisión y la apropiación de las ventajas de las soluciones puestas en acto, con lo que estimula adecuadamente el logro del objetivo final de la libertad, la exitosa adaptación al medio, por cambiante que esto sea.

Pero quizás he concluido más de la cuenta y demostrado tanto que mi edificio se derrumbe bajo su propio peso. La mayor parte de las gentes, la mayor parte del tiempo disponible, viven bajo la sujeción de un patriarca, casi tan poderoso como un paterfamilias romano: por ejemplo, la obra educativa no es una obra de libertad, porque el educando no es libre; tampoco al interno del núcleo familiar existe la libertad, ni dentro de la fábrica. ¿Entonces de qué hablo? Porque estas son las cosas que consumen casi todo el tiempo y el espacio de los hombres, los cuales, entonces, aunque fueran libres más allá de estas "excepciones", disfrutarían solo excepcionalmente de libertad.

Esta crítica es no solo inteligente, sino real. La libertad del educando, del obrero, del empleado, de los miembros del núcleo familiar son libertades disminuidas, a menudo inexistentes mientras uno se encuentra en la situación correspondiente, mientras está sujeto a ese paterfamilias, pero no implican necesariamente ausencia de libertad; si el paterfamilias ejerce libremente su señorío, el suyo es un ámbito de libertad y su actuar no presupone una falla de libertad, sino un acicate para difundirla, profundizarla y ampliarla. Se trata de un estadio histórico, en el que se ha alcanzado únicamente la libertad de pocos en lugar de libertad de todos, pero no de ausencia de libertad; disminuirla en nada beneficiaría, todo lo contrario, perjudicaría; aprovecharía, más bien, ampliarla mediante sucesivas emancipaciones posibles, convirtiéndonos en audaces paladines revolucionarios de la libertad de todos.

Históricamente esta ha sido la tónica, pues estos núcleos de libertad cada vez han sido más abundantes, más difundidos; pese a que, hacia adentro, no son paragones de libertad, sí han representado un predominio de ella, conforme ha avanzado la civilidad; pero incluso hacia adentro, cada vez han sido más libres, respetándose hoy mucho mejor que otrora los derechos del niño, la mujer, el empleado, etc.

Finalmente, un llamado a la humildad. Muchos desprecian el orden de la libertad porque están imbuidos de su propia grandeza, o la de la ciencia y convencidos de que solo los mejores -únicos que saben hacerlo- deben gobernar, pensar por los demás, y determinar el destino de los minusválidos intelectuales, que serían la mayor parte de la humanidad. ¡Qué equivocados están! Ignoran lo poco que debemos a los sabios, incluso en el ámbito de la sabiduría, y lo mucho que debemos a los ignorantes.

El nacimiento del espíritu humano no ha sido, duélale lo que le duela a Platón, elaboración de académicos y aristócratas, sino de gentes como su mismo maestro, aquel "linyera" de la stoà ateniense; y más aún, y sobre todo, de un carpintero nazareno y de unos ignorantes pescadores galileos.

Esto de la libertad es una tentación en la que, necesariamente, debemos caer, si hemos de continuar siendo hombres.

Deseo aclarar dos gazapos, entre otros más, en el artículo anterior al presente, que no se pueden entender por el contexto: cuando se escribió "cuáles sean los órdenes espontáneos y cual su gestión", debió imprimirse "y cual su esencia"; y donde se puso "respaldo inmenso de sabores", debió haber dicho "de saberes".