El reino de la arrogancia

La fortaleza consiste en admitir la imperfección sin renunciar a la propia identidad

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Antes de terminar este artículo, consulté con una persona que sabe mucho de estos menesteres acerca de si era mejor escribir utilizando una metáfora o si optaba por una narración basada en experiencias reales, que haría el texto más cercano a los lectores.

Así que en vez de iniciar con un “había una vez en un lugar cercano y presente…”, decidí compartir con ustedes mi punto de vista sobre un aspecto muy cacareado, pero siempre actual, mezclando ambos estilos con un poco de sazón tropical.

No se puede negar que existen muchas clases de formas de ser; de ahí que la introversión o el carácter serio no debe ser confundido con la soberbia. Tampoco es válido pensar que, necesariamente, el sentido del humor es incompatible con la claridad de pensamiento.

Las generalizaciones son casi siempre inexactas e injustas. Sin embargo, no puedo negar que he conocido personas que antes de alcanzar un poco de progreso socioeconómico en la vida se mostraban muy diferentes a lo que evidenciaron luego.

Por ello, me sorprende el mimetismo que me impidió captar la esencia de seres humanos que ante la más mínima cuota de poder sufren una especie de “licantropía” repentina y ejercen despóticamente esos dos minutos de puesto, tres centímetros de posición o cinco segundos de notoriedad.

Contraste. El reino de la arrogancia es un lugar imaginado, pero real, donde se respira un aire enrarecido, en el cual se debe transitar con extremo cuidado, dado que no todas las normas se conocen y, además, el protocolo y las formas tienden a confundir el propósito del periplo.

En ese lugar, el saludo es intermitente, casi siempre sujeto a los intereses del momento. Por tanto, estimado lector, téngase por advertido si se atreve a incursionar por esos no tan remotos parajes.

No necesita pasaporte, pero sí actitud y el abandono de toda forma conocida de naturalidad. La sonrisa se parece a un emoticón y las emociones son tan reales como los ladridos de los perros en don Quijote.

En el otro extremo del espectro, están las personas que saben ofrecer una disculpa; quienes hacen silenciosamente bien su trabajo por humilde que sea.

Conozco a un funcionario ejemplar que se ubica con una nota baja en un determinado escalafón y, sin embargo, es un sabio. Por ello, es posible afirmar que no siempre el número corresponde a la calidad, ni viceversa.

Siempre procuro evitar el territorio descrito. No me siento bien con tanta armadura. Creo firmemente que la fortaleza consiste en admitir la debilidad y la imperfección sin renunciar a la propia identidad.

Si la altivez es el precio que hay que pagar por los juegos que juegan algunas gentes en el reino de la arrogancia, yo no juego, ¿y usted?

El autor es abogado.