El poder de las mafias

Todos los casos de corrupción se orquestaron desde arriba y con métodos mafiosos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Estoy acostumbrado a que un hombre tan piadoso como el periodista Julio Rodríguez , utilice siempre el insulto y la descalificación sumaria cuando critica a este humilde pecador, pero eso no tiene mayor relevancia para la sociedad. Lo que sí es hasta cierto punto preocupante, es que el señor periodista que presume generalmente de estar bien informado y que pretende impartir desde su columna lecciones de ética republicana, por lo visto ignore cómo funcionan los mecanismos de la alta corrupción que desde hace años azotan a nuestro país.

Se trata de esa corrupción que ha permitido que cientos de miles de millones de colones hayan engordado los bolsillos de algunas cúpulas políticas y económicas, mediante un asalto sistemático al erario y al interés público.

Ello ha sido y es posible porque en los diversos estamentos del poder se han incrustado mafias organizadas para delinquir.

Sí, mafias que actúan como tales desde los subterráneos del Estado, y que con la complicidad por acción o por omisión de una diversidad de agentes públicos y privados, burlan los principios de legalidad, visibilidad, controlabilidad y responsabilidad de los poderes públicos, en una impresionante y cada día más preocupante huida del Estado de derecho.

¿Alguien honestamente puede pensar que es posible esa corrupción impresionante sin la existencia de esas mafias, que desde el poder actúan con la ética de la banda de ladrones?

Solo grupos organizados mafiosamente y con influencia en las altas esferas del poder político y económico pudieron llevar a cabo la quiebra del Banco Anglo o el robo de cientos de millones de los certificados de abono tributario (CAT), de los incentivos turísticos, del Sistema Financiero de la Vivienda o de los Fondos de Contingencia Agrícola.

La letanía de ese tipo de corrupción que no siempre merece la atención debida, es interminable: BICSA, CODESA, Banca “off shore”, Fondos de Emergencia, Compensación Social, Asignaciones Familiares, Aviación Civil, Concesiones, Evasión Fiscal, Contrabando, en fin, un largo etcétera conocido. ¿Acaso no se conmocionó la sociedad por los recientes casos del préstamo finlandés y Alcatel, que acabó con dos expresidentes condenados a varios años de cárcel?

Nadie actuó solo y desde la llanura. Todos los casos se orquestaron desde arriba y con métodos mafiosos. Y lo peor es que la fiesta sigue.

Destrucción de la democracia. Esa corrupción va de la mano con el crecimiento de la pobreza, de la desigualdad social y de la criminalidad, que están destruyendo las bases de nuestra democracia y de nuestra paz. Esa es la verdad que se ceba contra la clase trabajadora, sectores cada día más numerosos de las capas medias y con el pueblo en general.

Esa apropiación privada del interés público llevada a cabo por esas mafias desde el poder, debe ser denunciada y combatida no solamente por los costarricenses de tal o cual creencia o ideología, sino por toda la Costa Rica decente, que sigue siendo la mayoría de la sociedad.

En cuanto a la retorcida mención a la presidenta de la República por parte del señor periodista, solo tengo que decir, por consideración a ella y a sus estimables padres, que conozco a doña Laura Chinchilla desde hace muchos años, que le tengo respeto y que nunca he pensado que llegó a la Presidencia para robar. Sí creo que su Gobierno no hace nada importante para tratar de desmontar ese Estado paralelo y esas redes criminales de la corrupción. La responsabilidad política de un gobernante es tan o más importante que su responsabilidad moral.