El poder de las fechas

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Alguien me dijo una vez que las fechas, esos días que nos recuerdan las buenas o las malas experiencias, no pueden ser más fuertes que yo. No estuve de acuerdo. No estoy de acuerdo. El 5 de noviembre siempre tendrá en mi vida el peso que merece.

Justo hoy hace cinco años, en el 2010, regresaba con mis compañeros Robert Miranda y Gilberth Montoya de una gira laboral en Guanacaste.

Llovía. Una sombría ruta 27 prometía un cierre de jornada no menos desolador.

Chocamos de frente contra un automóvil, y Gilberth nunca volvió (aunque para muchos de nosotros jamás se irá).

No todos los días se ve pasar la vida frente a los ojos, lo cual explica mi “relación complicada” con esa fecha.

A mí el 5 de noviembre me enseñó lo inútiles que son los infinitivos si no se conjugan con las personas correctas.

Entendí que reír-llorar, triunfar-fracasar, dar-recibir, resentir-perdonar son dicotomías que, con los años, terminan siendo la misma cosa si de lecciones se trata.

Aprendí a reconocer y cuidar a quienes se quedan para siempre y –un dato todavía más práctico– a tener claro con quiénes nunca voy a contar. Aun cuando esto último implique desprenderse de lazos afectivos –y hasta sanguíneos– que habríamos deseado que fueran eternos.

Empecé a dar más abrazos, a decir más “te amos”, a abrirles paso a las segundas oportunidades, a perderle el miedo al juzgamiento, a compartir más cafés y vinos conversados.

Intenté complicarme menos y, en su lugar, reírme más de mí y de mis circunstancias.

Resolví no esperar demasiado de las personas; no por pesimista, sino por el sano ejercicio de retomar el sentido común: los seres humanos pensamos y actuamos distinto, y, en esa lógica, resulta absurdo preguntarse quién de todos lo está haciendo mal.

Me decidí a presenciar la vida de frente, a deleitarme con la seguidilla de estampas que ilustra a diario la causa-efecto de caer y levantarnos.

Sería pretencioso decir que me convertí en mejor persona, pero sí en alguien con la aspiración de serlo.

Y más allá del sortilegio de saberme sana y lúcida para compartir estas líneas, el 5 de noviembre evoca en mí el abismo que existe entre estar viva y sentirme viva.

La autora es periodista.