El papa Francisco y la cultura del encuentro

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Ya me lo había dicho un buen amigo tiempo atrás: “Los cuarenta son los años del balance”. Cuando se acerca “el mediodía de la vida” es normal pensar en lo que se ha hecho y en lo que falta por hacer. En mi caso, comencé a hacer balances casi diez días antes de la llegada del 13 de enero del 2014, la fecha de mi cuadragésimo cumpleaños. Ciertamente, no tenía claro cómo celebrarlo, y tampoco tuve mucho tiempo para pensarlo, pues un fax de la Secretaría de Estado vaticana se encargó de organizarme las actividades de ese día. En la nota se nos informaba de que en esa fecha tendríamos el saludo de año nuevo al Santo Padre, que el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede tiene cada enero. Así, el queque quedó para otro día, pues, providencialmente, el día de mi cumpleaños debía encontrarme con el papa Francisco.

Llegamos temprano a la bellísima Aula Regia que, como de costumbre en estas ocasiones, estaba a reventar. Más de 120 embajadores de los cinco continentes esperábamos la llegada del Sumo Pontífice. A las 11 a. m. llegó el Papa. Sotana blanca, cruz de metal y sonrisa a flor de piel, entró al Aula con paso reposado y sin gran protocolo, saludó y tomó su asiento. Una vez terminado el discurso del decano del cuerpo diplomático, el Santo Padre encajó sus anteojos redondos y nos dirigió su mensaje, con la rogativa de transmitirlo a las autoridades y habitantes de nuestros países.

El tema central, recurrente en sus principales apariciones públicas, y fundamental en “su corazón de pastor” fue la construcción de la paz. Su mensaje se “ancló” en el lema de la Jornada Mundial de la Paz del pasado 1 de enero: “Fraternidad como fundamento y camino para la paz”. En este sentido, y siguiendo las palabras de su predecesor el Papa Emérito Benedicto XVI, parte de lo básico: “La fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia”. Es a partir de familias donde se viva y contagie el amor que se puede propiciar la “cultura del encuentro”, y, a partir de ella, construir la paz. Esto, porque, al decir del papa Francisco, “solo quien es capaz de ir hacia los otros puede dar fruto, crear vínculos de comunión, irradiar alegría, edificar la paz”.

Fiel a las prioridades que esbozó desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre dividió su mensaje en tres dimensiones íntimamente interrelacionadas y centrales para construir la paz de forma duradera: paz social, paz en y entre las naciones, y paz con la naturaleza. Valga decir que la sintonía entre las prioridades y principales preocupaciones de la Santa Sede y Costa Rica, en materia de política pública, es notable.

En cuanto a paz social, el Papa subrayó la tragedia mundial de ver a cientos de millones de personas muriendo de hambre, mientras otros desperdician alimentos sin conciencia alguna. Lo que llama “la cultura del descarte” se aplica no solo a los alimentos, sino también a las personas, como los niños que son víctimas “del horror” del aborto, que son utilizados como soldados, violentados, asesinados en conflictos armados o mercantilizados “en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos, que es un delito contra la humanidad”. Además, el Santo Padre pide solidaridad para atender las ingentes necesidades de los migrantes que, por razones económicas, políticas o religiosas, dejan sus hogares en busca de un futuro mejor en países ricos de Europa y América. Pide también a los Gobiernos no descuidar a los ancianos, cada vez más abandonados por sus familias, ni a los jóvenes, cuya inserción laboral es cada vez más difícil. “La paz se ve herida por cualquier negación de la dignidad humana”, dice el Santo Padre. Por eso, para construirla, las naciones del mundo no deben perder “el sentido de responsabilidad fraterna”.

En cuanto a la paz en y entre las naciones, el papa Francisco ofreció continuar con la colaboración espiritual, material y política de la Santa Sede para llegar al fin de los conflictos en Oriente Medio (Siria y el conflicto Israel-Palestina especialmente, pero también en el Líbano, Egipto, Iraq e Irán –y la cuestión nuclear–); en África (Nigeria, República Centroafricana, Malí y Sudán del Sur, especialmente); y en Asia (reconciliación en la península coreana). Entre los esfuerzos de la Santa Sede por estrechar relaciones con el mundo, resaltó la apertura de relaciones diplomáticas o la firma de acuerdos bilaterales –como el que se negocia con Costa Rica– con distintos países (Sudán del Sur, Cabo Verde, Hungría, Chad y Guinea Ecuatorial) y, sobre todo, el fortalecimiento de su presencia en ámbitos regionales (en Centroamérica como observador extrarregional ante el Sistema de Integración Centroamericana –SICA–, y en África como observador permanente ante la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental). Estas acciones son coherentes con el abordaje que la Santa Sede da a los conflictos internacionales. En palabras del Santo Padre, “en cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo” y, así, parafraseando a Benedicto XV (papa durante la I Guerra Mundial), hacer prevalecer “la fuerza moral del derecho” sobre la fuerza “material de las armas”.

Finalmente, el papa Francisco habló de paz con la naturaleza. En sus palabras, “la naturaleza… es un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos… [y] de generaciones futuras”. Apeló de nuevo a la responsabilidad de las naciones para propiciar políticas respetuosas con el medioambiente, so pena de seguir sufriendo en carne propia catástrofes naturales. Fue claro al decir que “Dios perdona siempre, nosotros perdonamos algunas veces, la naturaleza –la creación–, cuando viene maltratada, no perdona nunca”. Según el Sumo Pontífice, la ávida explotación de los recursos ambientales constituye una “herida a la paz”.

Si bien el estilo del papa Francisco se ha caracterizado por el lenguaje sencillo y directo, lo que ha resultado realmente poderoso para ilustrar sus mensajes han sido sus gestos. Ese mismo día, con la libertad que otorga la espontaneidad, ilustró abiertamente cómo se pone en práctica “la cultura del encuentro”. No me pasaba por la mente lo que nos esperaba, mientras mi esposa y yo hacíamos la fila para saludarlo junto al resto de nuestros colegas. En los pocos segundos que tenía para hablarle, tendría que transmitirle el saludo de año nuevo de parte de nuestro Gobierno y nuestro pueblo, desearle lo mejor para el 2014 y recordarle, una vez más, que en Costa Rica lo estábamos esperando. Organizaba aún mis ideas, cuando nos advirtieron que era nuestro turno.

Comenzaba a decirle lo que tenía en mente cuando el Santo Padre, con una gran sonrisa, me interrumpió. “¡ Tanti auguri por tu cumpleaños!”, me dijo. “Muchas gracias, Santidad” contesté, impresionado por la felicitación que acababa de recibir. “Y ¿se puede decir cuántos?”, preguntó de nuevo el Papa. “Cuarenta”, contesté de inmediato. Entonces, bromeando con mi esposa, nos dijo, “los mandan chicos a los embajadores, te felicito, tan joven y ya…”. “Gracias, Santo Padre, la Providencia me ha dado este gran regalo de poder saludarlo a usted justo en este día”, le dije. Entonces, como si no hubiera sido bastante, el papa Francisco nos dio la bendición como matrimonio y luego, ante la mirada incrédula de todos, me extendió los brazos, como lo hace mi padre, y me regaló un fuerte abrazo y, además, dos paternales besos que nunca podré olvidar. Un poco “aturdidos” y visiblemente emocionados, nos preparábamos para despedirnos, pero el papa Francisco no lo permitió hasta después de pedirnos saludar de su parte a la presidenta, y enviar su bendición a todo el pueblo de Costa Rica. Debo confesar que nos ha tomado varios días digerir este gran regalo de la Providencia.

Como de costumbre, el mensaje del papa Francisco había sido fuerte, sencillo y directo, pero “la cultura del encuentro” nunca fue mejor ilustrada que con la profunda humanidad de un caluroso saludo de cumpleaños. He leído varias veces el mensaje del Santo Padre para tratar de transmitirlo y vivirlo con fidelidad, pero creo que, como él mismo lo ha demostrado, más que hablando, es yendo hacia los demás, creando vínculos de comunión e irradiando alegría en nuestras relaciones con el prójimo como podemos ser todos verdaderos arquitectos de la paz. Sin duda, la fuerza del pontificado del papa Francisco radica en el poder del testimonio.