El monstruo de Orlando

Por más despiadado que sea quien empuña el arma, siempre necesita un factor de “legitimidad”

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La razón se tambalea. Es un desafío perturbador inclinarse a entender la tragedia de Orlando, así como otras que la precedieron (París, Líbano, Siria, Kenia, México y las ejecuciones públicas del Estado Islámico). Todas tienen un denominador común: se trata de asesinatos en masa.

Frente a aquellos antecedentes, Orlando se destaca, sin embargo, por un factor específico, observable solo en ciertos crímenes del Estado Islámico y del nazismo. Lo particular, lo aterrador es que fue un ataque a la comunicad LGBT, es decir, a una parte de la sociedad que practica su legítimo derecho a ser diferente y que nunca ha defendido este derecho por medios violentos.

También hay otra característica particular: es la única masacre que han defendido, en Estados Unidos (según mi información y ojalá sea incorrecta), personas no involucradas en el hecho: dos predicadores religiosos.

Hipótesis. Se han propuesto dos hipótesis para dar luz sobre la conducta de Omar Mateen, el asesino, y los móviles de su acto. La primera, a la que él mismo da pie en varios mensajes de texto, presenta el hecho como acto terrorista (a su vez reivindicado por el Estado Islámico, el cual se atribuye así un golpe oportunista según su esquema publicitario).

Se trata de información aparecida después de los hechos. Las declaraciones de su padre dan pie a esta teoría.

La segunda explicación también apela a antecedentes (y no deja de sorprender al primer golpe de vista, pero nada más). El criminal había frecuentado la discoteca e incluso intercambió mensajes electrónicos con algún otro asiduo del local. Con ello, Mateen parece encarnar el perfil del homosexual que reprime sus sentimientos o impulsos íntimos y castiga en otros esa imagen de sí mismo que lo perturba.

Su exesposa lo ha descrito como mentalmente inestable y agresor. También su padre refuerza esta explicación, pues declaró después del tiroteo que los homosexuales pueden ser castigados por Dios.

Tercer factor. Ahora bien, el problema no se limita a responder cuál de los dos móviles de la acción activó el alma y el arma criminales. Quiero aventurar aquí la hipótesis de que ambos móviles pueden ser válidos e incluyentes, siempre y cuando se tome en cuenta una condición que facilita el acto de matar.

Este tercer factor, de carácter más general, es el que me interesa destacar y cuyo conocimiento puede dar pistas para comprender una actuación tan aberrante como esta y muchas otras.

A lo largo de los años, he podido observar un fenómeno común a la justificación del mal. Por más despiadado que sea quien empuña el arma, siempre necesita un factor de “legitimidad” que le permita apretar el gatillo o torturar “en buena conciencia”.

Se trata de un fenómeno moral y a la vez emocional sobre el cual existe bibliografía. El sujeto actúa inspirado, iluminado, justificado por un campo ideológico que le da sustento y del cual incluso puede llegar a considerarse brazo armado.

Empleo la palabra “ideología” en sentido amplio, en el sentido de conceptos y valores en el conjunto de la sociedad o en partes de ella que acuerpan el comportamiento moral de individuos o grupos cohesionados.

Entorno ideológico. En este horizonte, una figura a la que se le otorgue autoridad puede marcar la conciencia moral de un sujeto que la asuma como fuente de inspiración. El imán, en una lectura interesada del islam, puede promover el acto agresor.

De igual forma el líder religioso de una comunidad cristiana que machaca odio contra homosexuales produce el mismo efecto legitimador de la violencia. Alguien trastornado por sus contradicciones internas puede encontrar en su entorno ideológico un motivo o al menos un paliativo de conciencia, para agredir. En casos extremos, también para matar.

Esa legitimación se suma al potencial agresivo que surge de la personalidad atormentada por sus propias contradicciones sin resolver. De esa forma nos encontramos con un modelo de sujeto dispuesto a actuar cuando se le presente la ocasión: apretará el gatillo de un arma cuya adquisición, para colmo de males, le ha facilitado la sociedad de marras gracias a una ley que obedece no a intereses comunitarios sino a los de la industria armamentista.

Las palabras de dos delirantes predicadores norteamericanos justificando el crimen de Orlando (como se ha informado ya por distintos canales), no hace más que producir horror: a Dios lo manejan como trapo de limpiar desechos y en los textos bíblicos encuentran citas para justificar cualquier cosa. Algunos tipos se las arreglan muy bien para secuestrar a Dios o a Alá.

Otra tragedia. En Costa Rica, cierto señor se atrevió a decir, a propósito de la masacre de Orlando, que “hay lugares donde uno no debería estar porque son inseguros”. Esta frase no justifica el crimen, desde luego, pero manifiesta una actitud cuestionable. Expresiones como esta, en vez de expresar piedad o empatía, contribuyen a alimentar actitudes hostiles a la comunidad LGTB.

Para insistir en el campo ideológico, tal como lo he especificado arriba, quiero evocar otra tragedia. Me refiero al caso de la estudiante violada y asesinada por seis hombres (uno menor de edad) en un bus, en la India: ninguno de los implicados mostró arrepentimiento porque, decían, la víctima era mujer, es decir, traduciéndolo a otras palabras, inferior en todo y sin derechos según el patrón de creencias de una parte de la sociedad india, sobre todo masculina.

“Una chica es mucho más responsable de una violación que un chico”, según dijo el chofer. “Cuando la violaban no tendría que haber luchado en su defensa. Tendría que haber permanecido en silencio y permitir la violación. Si lo hubiera hecho, entonces la habrían dejado ir después de ‘hacérselo’ y solo hubieran golpeado al varón” (cita según declaraciones a la periodista británica Leslee Udwin).

En otras palabras, hay factores que convierten el crimen en síntoma (para usar un apunte de la misma Udwin). Este síntoma señala con el dedo a una sociedad, a una comunidad o a los promotores de ciertas conductas.

Considerando estos factores, el asesino de Orlando bien pudo actuar en consonancia con su odio político, movido por su psique perturbada y legitimado por el campo ideológico nacido de una religiosidad pervertida.

El monstruo está en el espejo. Pero también fuera del espejo.

El autor es filósofo.