El laberinto de los recuerdos

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Este comentario, deseoso de ser portavoz de la viva emoción que produce la buena lectura, lleva el título del libro recientemente publicado por Julieta Pinto y editado por la EUNED. (San José, Costa Rica 2010). “Recordar es vivir”, nos advierte el escritor andaluz Luis Rosales, en parte de su magnífica obra literaria ganadora del Premio Cervantes hace ya muchos años.

Es con el bagaje de la memoria, que enfrentamos los recuerdos, esta parte definitiva del ser humano que nos forma y nos contiene hasta el último día de nuestras vidas. “El recuerdo es la memoria del alma”, nos vuelve a repetir este escritor. Y afirma la autora de El laberinto de los recuerdos: “En qué lugar de la memoria se guardan los recuerdos? ¿Por qué han vuelto durante años, tantos que los creía olvidados y de pronto aparecen intactos?”

Con una prosa que se desliza sin dificultad alguna en el ámbito de la belleza, con el amor a la naturaleza como marco permanente de su pensamiento el texto oscila entre la sala de operaciones y el recuerdo, más vívido y sensible que nunca, de su vida pasada. Sus amores, su maternidad, sus experiencias. Los que hemos yacido en camilla de hospital entre la vida y la muerte sabemos muy bien que en esos momentos nos jugamos el alma entre la realidad y lo que vendrá después. Se abre la gran incógnita del paso definitivo para el cual nacemos. ¿Si muero, hacia dónde voy, si vivo más, por qué razón permanezco aquí?

El desarrollo vital de la mujer costarricense, hija de un ambiente pequeño, ennoblecido por la sencillez que nos caracteriza, se ve invadido a contragolpe por las primeras pioneras de nuestras universidades, una generación que de pronto se levanta y emprende la lucha por ocupar un puesto social más emprendedor y decisivo. A esta tenaz decisión pertenece esta mujer, luchadora, amante, madre, preocupada por el hambre, la pobreza, la toma de decisiones altruistas que nos ayuden a ser más y mejores. Tomar lápiz y papel cuando ella emprendió su camino literario fue una temeridad. Perteneciente a un grupo social sumido en la comodidad de una nobleza heredada era un impedimento violento y traspasar sus barreras una acción despierta, independiente y soberbia.

Cuando mi generación creció ya este camino estaba trazado. Es fácil encontrar las cosas hechas. Es más fácil asistir a la universidad cuando ya otros han abierto senderos. Actualmente nos desenvolvemos en un ambiente abierto y dispuesto a cedernos campos que no creímos ocupar anteriormente.

En un país en estado de alerta por la defensa de su soberanía y democracia como actualmente nos encontramos ahora, no debemos descuidar el avance de la cultura. Los medios informativos son los periódicos, pero existe la cátedra permanente del libro abierto, la lectura meditada y las conclusiones siempre atinadas que de ella obtenemos. Esta experiencia de vida que nos lega nuestra sin par mujer costarricense debe ser atendida con amor, con el mismo amor con que Julieta Pinto nos ha desvelado su corazón y su auténtica memoria.