El gobierno y ‘los 22 negritos’

Es fácil criticar a quien se retira sin reparar en las verdaderas causas de su salida

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Eso de que tengamos un gobierno que le está pasando lo mismo que a los Diez negritos no deja de ser preocupante. No tanto por el hecho de que se den ajustes sobre la marcha, lo cual es normal e inevitable, sino por la gran cantidad de bajas (despidos o renuncias) ocurridos desde el inicio de la administración.

Resulta que de los 75 ministros, viceministros y presidentes ejecutivos que arrancaron con el presidente Solís, 22 han dejado sus cargos a la mitad del camino, no porque, como en la obra de Agatha Christie, se hayan asfixiado, trasnochado o ahogado, sino por malas decisiones, cuestionamientos y desgaste político.

Aunque cada caso es distinto y requiere un análisis por separado, no se puede obviar que, a juzgar por lo que vemos desde no pocas administraciones atrás, esto ya no corresponde a acontecimientos aislados, propios de la coyuntura del momento, sino que hay un patrón recurrente en el funcionamiento estructural del Estado que ahuyenta a la mayoría, y a la minoría la tiene en cuenta regresiva a la espera de que caiga el telón para salir corriendo hacia nuevos y mejores horizontes.

No puede ser coincidencia que en el gobierno de Laura Chinchilla, en el mismo periodo, ya registrábamos 21 salidas, una menos que su sucesor, y si nos vamos más para atrás es probable que los números anden parecidos. ¿Qué está pasando?

Si bien puede que existan causas de fuerza mayor o que simplemente les quedara grande la camiseta, no creo que ese sea el caso en más de dos decenas de movimientos de gabinete. Algo tiene el agua cuando la bendicen.

Más allá de la justificación cliché de “me voy por razones personales”, me temo que la explicación a esa desbandada, en parte, se debe a lo que ya todos sabemos: en el gobierno es sumamente difícil trabajar (y avanzar).

Sacrificio. Muchas de las acciones urgentes en los distintos frentes demandan duros sacrificios, jornadas extenuantes y disponibilidad completa, cuyo elevado costo, en términos de salud, familia, reputación y privacidad no están dispuestos a pagar por más amor que le profesen a su patria querida.

Entonces, más de uno, espantado y resignado al ver cómo funcionan las cosas en este país, opta por hacer las del león Melquiades antes de que cuatro años de gestión terminen perjudicando su nombre y trayectoria de toda una vida. ¿Quién no haría lo mismo si de repente ve que el exceso de trabajo infructuoso le está minando sus fuerzas y motivación?

Es muy fácil criticar al personaje de turno que se retira sin reparar por un momento en las verdaderas causas de su salida, muchas de las cuales no se ventilan en la palestra pública.

Imagino el nivel de frustración que puede sentir un ministro al saber que, por más capacitado y buenas intenciones que tenga, no puede concretar nada debido a la maraña legal, jurídica y de poder que carcome a nuestro anquilosado Estado, donde si uno camina hay diez –casi siempre en los mandos medios– metiendo zancadillas para perpetuar el fatídico statu quo.

Y si no es la burocracia, la tramitomanía y las “caídas de sistemita”, entonces por allá salta la Contraloría, la Defensoría, los sindicatos o la Sala Constitucional para terminar de lavarle la voluntad al jerarca que si hace queda mal y si no, también. No queda bien ni con Dios ni con el diablo y, cansado de seguir batallando en vano, mejor se hace un lado para no terminar enredado en los mismos mecates que hace rato nos tiene sumidos en el atolladero.

Callejón sin salida. Llámenle desgaste político, reestructuración, cambio estratégico o como sea. Para mí simplemente se trata de que la crisis de gobernabilidad ya llegó a niveles extremos en los que ni siquiera haciendo resucitar y nacionalizando a Abraham Lincoln o Winston Churchill podremos salir adelante, sin reformas integrales previas a la operatividad actual de nuestro Estado social de derecho que cada vez se nos hace más antisocial para quienes desean entrar y hacer algo por él.

De los 53 que quedaban… ¿qué le pasará al próximo? ¿Será hora de una constituyente?

El autor es periodista.