El Frente Amplio como patología

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En un comentario que circuló simultáneamente en La Nación y en el Semanario Universidad el pasado 12 de marzo, el filósofo Iván Villalobos Alpízar se refiere a un artículo que publiqué, en el primero de los medios referidos (15/2/2014), acerca de la retórica anticomunista y el Frente Amplio (FA).

Villalobos centra su atención en uno de los temas que planteo en ese artículo: la división entre una izquierda tradicional y una izquierda renovada, que se manifestaría, entre otros aspectos, en diferencias en la importancia dada a los asuntos de género y de diversidad sexual.

Según Villalobos, me equivoco “al ver una diferencia cualitativa entre ambas ‘tendencias’ donde efectivamente no la hay, y, si existe, lo es en temas irrelevantes que no tocan el núcleo duro de una misma visión político-económica”.

Villalobos fundamenta su afirmación en las publicaciones de la juventud del FA en su página de Facebook y en las declaraciones dadas por José María Villalta después de conocer el resultado de las elecciones del pasado 2 de febrero.

Con base en esas limitadas fuentes, generaliza de manera indiscriminada y afirma que los jóvenes frenteamplistas manifiestan una “acriticidad pasmosa, y a veces idolátrica”, y que “comparten básicamente una misma visión política, cuando no más extrema aún, con sus correligionarios mayores”.

Desde la perspectiva de Villalobos, el FA se caracteriza por una “matriz sectaria”, por lo que ambas tendencias adoptan posiciones “oportunistas” frente a los acontecimientos históricos, comparten “una ortodoxia económica común” y responden a “resortes de naturaleza propiamente cognitivo-emocionales que sustentan un fanatismo a prueba de toda evidencia”.

Contradicciones. Lo primero que se debe destacar del comentario de Villalobos es que está atravesado por una contradicción fundamental: pese a que su propósito básico es cuestionar que exista “una diferencia cualitativa real” entre una izquierda tradicional y una renovada, toda su argumentación se basa en que esas dos tendencias efectivamente existen.

Para salvar esa contradicción, Villalobos plantea que lo que podría diferenciarlas son “temas irrelevantes” (como los relacionados con el género y la diversidad sexual), que no afectan aquello en lo que concuerdan.

De esta manera, en vez de simplemente rechazar que esas dos tendencias existen, Villalobos las reconoce para posteriormente someterlas a un proceso sistemático de descalificación y presentar a los integrantes de ambas corrientes como “extremistas”, “sectarios”, “idólatras”, “prejuiciosos”, “oportunistas”, “violentos” y “fanáticos”. De paso, además, los “patologiza”.

Retórica. Aunque tardíamente, el comentario de Villalobos se inscribe en la retórica anticomunista que caracterizó la pasada campaña electoral, especialmente después de que resultó evidente el crecimiento en la intención del voto a favor del FA.

Para Villalobos, que privilegia la “continuidad profunda”, toda evidencia de cambio y de contradicciones internas entre los frenteamplistas es inaceptable porque el objetivo fundamental de su comentario es representar al FA como una organización monolíticamente patológica, un enfoque de sobra conocido para los estudiosos de las diversas corrientes anticomunistas.

Su esfuerzo, dirigido a impugnar cualquier posibilidad de renovación de la izquierda costarricense, por mínima que sea, es similar al de quienes recurren a estrategias “patologizadoras” para condenar a sus oponentes o adversarios.

En tales casos, puntos de vista estereotipados, debido a ideologías que escapan al control racional (la expresión es de Leszek Kolakovski), se extienden como una densa niebla sobre los complejos procesos de la vida social y política.