El estadio Maracaná y el retorno a lo sagrado

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“Estoy muy feliz de haberlo hecho en este templo... Esto es solo un sueño que alguna vez tuve de niño... hacerlo en este templo”. Aunque más parece la declaración de un sacerdote, rabí o ayatolá, estas son las sorprendentes palabras del italianísimo Pirlo, después de haber hecho un gol de antología en el mítico Estadio Maracaná.

En esa “catedral” no solo se han anotado grandes goles, sino que también se han gestado actos heroicos (por ejemplo, el legendario maracanazo, cuando 11 cobardes uruguayos derrotaron a 200.000 valientes brasileños) y, por qué no, más de una oración. Sí, ahí también se ha rezado: a tótems, como la Copa, o a dioses paganos como la victoria, la patria y el honor.

Pirlo, que como buen italiano, conoce de templos y cosas sagradas, nos revive y nos confronta con un tema vital, de cosas que hemos ido perdiendo: la admiración silente y el respeto por los temas sacros, entendiendo como respeto a lo sagrado lo que definía Flaubert, en Madame Bovary : “No hay que tocar a los ídolos, porque al hacerlo, algo de su dorada capa se nos queda entre los dedos”.

Guardando las distancias con el Sinaí, Lourdes, Argos en Grecia, el Calvario y el Domo de La Roca en Jerusalén, en nuestro mundo cotidiano también tenemos cosas sagradas, que hemos ido secularizando: aquél rincón de nuestro cuarto o nuestra biblioteca; la esquina del patio o la esplendorosa veranera que nos hace alucinar con lilas, y nos embriaga con oxígeno; y lo más sagrado de todo: la paz del hogar, que es y debe ser nuestro gran templo, venerable, limpio e inmaculado, lugar intocable, donde debemos quitarnos las sandalias, “porque estamos pisando tierra sagrada”, dijo la divinidad.

Nuevos ídolos. Pero no solo teníamos cosas sagradas. Antes solíamos venerar a personas sagradas, impregnadas de cierto aire de nobleza familiar: los padres, que eran los soberanos del hogar. La tecnología y la vorágine del Siglo XXI en que vivimos nos ha hecho ver cómo los hijos se han vuelto seculares y ya no creen en cosas ni en personas sagradas.

Al padre “que lo sabía todo” lo han sustituido y lo enfrentan como verdaderos iconoclastas, con el nuevo Némesis del paterfamilias: el “Prof. Google”. Estos nuevos jóvenes, desbordados de pubertad y de jovial ignorancia creen que todo lo saben, porque “si no está en Google, no existe”. Así sentencian, con ese aire inquisidor, tan parecido al de los revolucionarios franceses, que, asqueados del pasado, dieron rienda suelta a todo lo que destruyera la Historia, como si ella fuera la causante de todos sus males.

De ahí que la majestad y condición sagrada del padre ha sido sustituida por el dato frío de Google, que no solo ha democratizado el acceso a la información, sino que también ha secularizado la relación entre hijos y padres, otrora soberanos del hogar, pero hoy venidos a menos como nuevos pares de sus hijos. Estos autoigualados, que son producto de la creencia equivocada de que el acceso al conocimiento produce rango y sabiduría, no pueden comprender la fascinación de Pirlo por hacer un gol en un lugar “sagrado”, porque tal concepto les resulta ajeno. ¿Cómo? ¿Un lugar venerable? ¿Qué es eso?

Debemos saber cuáles son nuestros lugares sagrados y, si los hemos perdido, reconquistarlos, santificarlos y venerarlos, como bien hace Pirlo con el suyo, el mítico Maracaná, porque ahí somos uno solo, con nosotros mismos. Y que el silencio creador y el respeto por lo sagrado sean los ropajes que adornen nuestro templo.