El derecho a equivocarse

Para tomar las grandes decisiones de la vida no existe una escuela formal que nos enseñe a desarrollar criterios

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Con el auge de las redes sociales, cada día es más frecuente ver en directo o diferido las equivocaciones que cometen las personas en sus múltiples facetas.

Presidentes de naciones o instituciones públicas y privadas, ministros, diputados, entrenadores, jugadores de fútbol, conductores, alumnos de colegios y universidades y ciudadanos comunes yerran. A algunos hacen reír y a otros, llorar, enojarse o frotarse las manos.

Pero lo que en principio parecía divertido, poco a poco se tornó costumbre en nuestra sociedad: sancionar públicamente a las personas por sus errores o equivocaciones. En la raíz se encuentra la toma de decisiones. Las equivocaciones son el resultado de lo que algunos llamaríamos malas decisiones.

Las personas somos el resultado de las decisiones que tomamos. Según estudios, son cientos de decisiones diarias y la mayor parte son tomadas de forma inconsciente. Desde que nos levantamos, nuestras decisiones las tomamos como hijos, madres, padres, hermanos, jefes, trabajadores, conciudadanos, etc.

Lo interesante es el fundamento. ¿En qué criterio basamos nuestras decisiones? Una respuesta básica es que son producto de la educación que recibimos en el transcurso de nuestra vida, de la interacción con nuestra familia, compañeros de vida, maestros y profesores, de los jefes, de lo que observamos a nuestro alrededor (en la calle, en los programas de televisión, en las redes sociales, en los medios de comunicación, entre otros).

Lo interesante es que para tomar las grandes decisiones de la vida no existe una escuela formal que nos enseñe criterios. ¿Quién nos enseña a escoger una profesión acorde con nuestras habilidades y talentos? ¿A elegir esposa, esposo, compañero, compañera o a ser padre o madre? ¿Quién nos enseña a desempeñar puestos públicos, a ser presidente, ministro, diputado, presidente ejecutivo o director de una institución pública? ¿Quién nos enseña a respetar a nuestro prójimo, sus bienes y condiciones personales?

Ya sea por decisión propia o por circunstancias de la vida, de pronto nos encontramos desempeñando papeles y nos vemos en la imperiosa necesidad de decidir.

Sincera y honestamente, en nuestros roles tomamos decisiones equivocadas. Por ello, debemos pensar en los efectos de la cultura sancionatoria de las personas que se equivocan. ¿No estaremos enseñando a las generaciones en crecimiento que el equivocarse no es permitido, es decir, que no se vale o que no hay derecho a errar? ¿Que después de una decisión incorrecta serán expuestas y con ello las oportunidades de tener éxito en la vida se acabaron?

Situación diferente es enfrentar las consecuencias de nuestras decisiones. Toda elección produce consecuencias. El ideal es que produzcan resultados positivos. Pero no siempre es así. Incluso algunas que tomemos pensando en el bien de otros pueden traer consecuencias negativas. Otras son permanentes y tendrán un precio que deberemos pagar durante una parte de nuestras vidas o por el resto de ellas.

¿Estamos enseñando a las nuevas generaciones a desarrollar los criterios necesarios para tomar las mejores decisiones? ¿O las estamos castigando por sus “malas decisiones” y condenándolas al fracaso?

jchernandez@lescon.law

El autor es abogado.