El cristianismo es un hedonismo

Ojalá el cristianismo costarricense logre reconciliar sexualidad y experiencia religiosa

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El pensador Paul Ricoeur distinguía tres grandes momentos en cuanto a la sexualidad y la religión en la civilización occidental: en la primera ambas realidades estaban perfectamente unidas en los mitos y rituales religiosos; una segunda, que surge con la aparición de las grandes religiones en el mundo, trae la separación: lo sagrado se vuelve lejano, trascendente, y la sexualidad se desmitifica; la sexualidad era algo terrible y era necesario domesticarla y disciplinarla. Y finalmente, una en la que estábamos a las puertas, con un profundo deseo por reconciliar la sexualidad de nuevo con la experiencia religiosa. Ojalá el cristianismo costarricense ingrese a la mayor brevedad en ese periodo de integración.

Si todo lo creado por el dios cristiano es ‘bueno’ (bondad intrínseca del ser creado en el libro del Génesis), la finalidad de la creación se expresa plenamente en el ser humano. Entonces, es manifiesto que la reflexión hebrea – que dicen respetar y seguir los cristianos– enfatizó el mundo sensible, es decir, “el mundo hebreo es carnal porque tiene la inteligencia de lo que hay que conocer en lo sensible” (C. Tresmontant). Lo hedónico en el ser humano –‘de carne y hueso’– vendría a expresarse por la palabra hebrea napas, cuyo significado es ‘deseo impetuoso, ilimitado’. Napas sería – evitando el dualismo alma/cuerpo– el detonante de la acción así como la sede del sentimiento religioso (Salmo 42, 6) (C. Tresmontant). Tan divino es, entonces, el placer físico como el culto a dios: el amor erótico en todos sus vaivenes queda bellamente expresado en el Cantar de los cantares. No tenemos cuerpo, somos cuerpo. Esto se comprende desde nuestra inteligencia en cuanto hedónica, pues no tenemos otra manera de comprender la realidad sino aprehendiéndola sentientemente.

Los sentidos son parte de la estructura sensorial inteligente. Esto descalifica la tradición religiosa (que desprecia el cuerpo por considerarlo la causa de los males del alma) de algunos sectores del cristianismo (católico o protestante) que sacrifica la corporeidad so pretexto de espiritualidad.

Episodios hedonistas. Ahora bien, dado que el cristianismo tiene modelos espirituales de primera mano, veamos algunos episodios hedonistas de la vida de los místicos. Por ejemplo, “ser amantado por la Virgen como san Bernardo”; “Margarite Ebner, monja alemana dominica, se apretaba un niño Jesús contra sus pechos desnudos para darle de mamar, y en el sueño Cristo yacía desnudo junto a ella”; “a Matilde de Magdeburgo Cristo la mandó desnudarse diciéndole: “Os haré parte de mi naturaleza”; “Santa Ángela Foligno se desnudó, toda estremecida, delante de un Cristo y le dijo: 'Haced de mí lo que queráis' ”.(J. Vega). Santa Teresa de Jesús dice que la verdadera unión con Dios es el amor al prójimo, y su queridísimo padre confesor Gracián, por muy místicas que fueran sus causas, la llevaba a una santa sensualidad (“hedonismo divino”) que le purificaba sus afectos. Hasta los místicos se deleitan ‘santamente’. El hedonismo, en la desnudez simbólica, lleva a la intimidad con dios.

El mayor obstáculo del sexo y del erotismo es imponer soluciones y, además, imponerlas moralizando. La consecuencia es una ‘castidad grosera’ (González Faus) que pretende hacer del ser humano un expediente y no una biografía.

Decía san Agustín: “Si uno guarda castidad por miedo al infierno, en realidad no es casto, sino cobarde”. Más que hacer una lista de exigencias, hay que pensar en que nuestra conducta sea sorprendentemente acogedora hacia las personas concretas.

Tal vez los cristianos quieran decirnos que la castidad (libre decisión respecto al uso de la sexualidad) no es un arma contra la maldad del sexo, sino contra la crueldad del mundo. En este contexto, el pecado sexual no será un acto impuro, sino la alienación de nuestra sexualidad, esto es, no sentirse pecador por ser sexuado, sino que, siendo sexuado, asumir nuestra alienación sexual como lo pecaminoso.

Eros (la personificación del hedonismo o placer), entonces, no es una seudofuerza, ni una fuerza que haga que unas cosas se separen (esto podría llamarse, como lo hace J. Pieper, “la denigración del eros”); más bien, es una potencia buena (Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 142, 1; 153, 3, ad 3) pues la incapacidad de disfrutar de lo sensible no solamente se considera defecto, sino un vicio, esto es, una verdadera carencia.

Lo propio de Eros es cumplir su función mediadora e integradora. Aunque es bien sabido que Eros es encarnizadamente rebelde, Eros no debe morir ni tampoco matarnos.