El corazón de la legitimidad

Estamos pasando de una hegemonía política de partidos a una hegemonía ciudadana

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La última encuesta de UNIMER me mueve a compartir las siguientes reflexiones. Es clara la creciente apatía frente a la política, rasgo común de nuestros tiempos en muchas democracias. En Costa Rica se presenta como una temática más propia de la población de mayor edad. Ese remanente de confianza que todavía queda entre los jóvenes es un acicate para no defraudarlos.

Somos un pueblo que no se contenta con la oposición sin propuestas. La encuesta reciente muestra cómo se acoge con frialdad tanto la formación de partidos nuevos, como las alianzas políticas sin contenido programático que las respalde. Se quiere respuestas, no simples gestos. Se expresa así mucha sabiduría ciudadana.

Y nos plantea un desafío: queda en manos de los partidos existentes la responsabilidad de responder a las necesidades de cambio que la hora impone.

Por otro lado, desaliento y corrupción son dos caras de la misma moneda, y la reciente encuesta apunta a la importancia de la honestidad en la función pública, como instrumento decisivo de recuperación de la fe en la democracia.

Lo que la encuesta no revela es el paso firme que vivimos hacia una nueva forma de hegemonía política a la que debemos estar atentos y escuchar, con respeto, quienes aspiramos a asumir responsabilidades en la conducción del país. Estamos pasando de una hegemonía política de partidos a una hegemonía ciudadana.

Como nunca antes en nuestra historia se está dando una expresión tan intensa de una ciudadanía preocupada que aporta críticas y propuestas, rompiendo fronteras partidarias en páginas de opinión, redes sociales, blogs , grupos de trabajo y variados foros.

El electorado se siente cada vez menos encasillado en la cultura cerrada de conglomerados bajo banderas ideológicas y construye espacios de expresión de sus preocupaciones en debates ciudadanos extramuros.

He venido diciendo que para un político hoy día es más importante saber escuchar que saber hablar, y por eso he estado con mis oídos atentos a esas expresiones de una nueva cultura política que ya no acepta “iluminados” con soluciones de cajón y recetas mágicas. Si algo es cansino en la política son los dueños de la razón llenos de palabras grandilocuentes y promesas vacías bajo el brazo.

El desaliento cívico se nutre de la combinación del progreso para pocos, la pobreza para un sector importante de nuestra población y la pérdida de oportunidades para la clase media. El Estado debe ser facilitador del progreso y la productividad, pero también un factor que favorezca una mejor distribución del ingreso. No podemos sustraernos a una globalización que invade nuestros espacios, pero tampoco prestar oídos sordos a las tendencias de reparto desigual de riquezas, que conlleva un modelo exportador centrado como fin en sí mismo. Todos los debates ciudadanos exigen el rostro humano de políticas públicas de acompañamientos, incluyendo educativos, productivos y fiscales, que hagan contrapeso a nuestra creciente desigualdad. En otras palabras, crecimiento con equidad.

El concierto ciudadano clama, al mismo tiempo, contra la ingobernabilidad y la corrupción. Tienen toda la razón. La honradez en la gestión pública confiere legitimidad a la democracia. Necesitamos un Estado eficiente y transparente. Actos de corrupción rompieron nuestra burbuja de inocencia y a la orden del día está la recuperación de los valores éticos de nuestra sociedad. Leyes contra la corrupción abundan, pero más que sanciones el pueblo reclama el empoderamiento ciudadano de la transparencia. La ciudadanía debe tener acceso ágil, fácil y pleno a los actos de gobierno y poder exigir información por vía simple y expedita. La rendición de cuentas debe ser una práctica generalizada en la administración pública.

Otra de las raíces de la insatisfacción ciudadana se fundamenta en el deficiente ejercicio de los poderes públicos. La maquinaria estatal está enredada en sus propios mecates. Los controles se han vuelto más importantes que la ejecución y la fiscalización prima sobre la obra cumplida. La capacidad de ejecución de obra pública se ha reducido a la mínima expresión. Todo es atasco, todo es escollo, lo más simple se convierte en desafiante y casi nunca se pueden tomar a tiempo decisiones que resuelvan problemas urgentes.

Este tema ha convocado a la reflexión nacional. Cursan en la palestra propuestas que son centro de debate ciudadano y legislativo. La problemática que aborda esa agenda es componente de una conciencia colectiva a la que nos debemos para paliar un mal que todos reconocemos y padecemos.

Reitero la síntesis de mis propuestas: el crecimiento económico debe estar de la mano con el desarrollo social, la administración pública debe ser eficiente y el ejercicio de la gestión pública transparente. Creo que esos puntos tocan el corazón de la legitimidad amenazada de nuestra democracia.