El Centro Nacional de la Cultura

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El cultivo de la caña, planta que los colonizadores españoles trajeron de Nueva Guinea, se inició en Costa Rica al finalizar el siglo XVI. Las primeras plantaciones se desarrollaron en el valle del Guarco y, cien años después, se extendieron a todo el país. Se puede decir que, a partir del año 1700, el cultivo de la caña de azúcar formaba parte de las economías de todos los campesinos, que producían, al mismo tiempo, maíz, frijoles y hortalizas.

Esta costumbre se ha prolongado hasta nuestros días, pero ahora con una población campesina muy pequeña. Hasta 1950, el campesinado sobrepasaba el 80% de la población nacional. A partir de ese año, una política clara de educación y amplia cultura (que daba acceso a las aulas a todos los costarricenses) permitió que tuvieran la oportunidad de integrarse, casi en forma masiva, a los centros universitarios. Hoy el sector campesino apenas sobrepasa el 12% de nuestra población.

La Fanal. Pronto aprendieron nuestros agricultores que del caldo de la caña se obtenía no solamente el dulce para su alimentación, sino un fuerte licor. La producción del aguardiente también se extendió por todo el país a tal punto que llegó a formar parte de uno de los primeros grandes negocios para los costarricenses.

En la época colonial, esta proliferación del producto obligó a la Capitanía General de Guatemala a controlar la producción del aguardiente, instituyendo la obligación de un permiso oficial para su producción, e aplicando un impuesto que llegó a ser de gran importancia en el desarrollo del naciente Estado costarricense.

La venta del aguardiente solo se permitía en los “estanquillos” oficiales. Como respuesta, los campesinos comenzaron a producir licor al margen de la ley. Nacieron los contrabandistas. “La producción y comercio del aguardiente de contrabando fue práctica muy difundida en todo el país”, afirma don Carlos Ml. Zamora en su estudio sobre este tema.

Ante la imposibilidad del Estado de controlar este contrabando, don José María Castro Madríz ordenó que solamente podía existir una fábrica de aguardiente en cada departamento: San José, Cartago, Heredia, Alajuela, Guanacaste y Puntarenas. Esta medida aminoró la producción ilegal pero no logró evitarla. Fue en el mandato de don Juan Rafael Mora Porras que se decidió “centralizar y nacionalizar la producción de licores”. O sea, el monopolio estatal, tanto para producir como para vender. El decreto correspondiente se emitió el 2 de setiembre de 1850.

En 1784 se construyó en San José el edificio “más amplio y relevante por su diseño y dimensiones”, para albergar la nombrada Factoría y Almacenes de Tabaco, exactamente en el lugar que hoy ocupa el Banco Central. De 1821 a 1824, ese edificio se destinó, también, a funcionar como casa presidencial. Luego, como consecuencia del monopolio estatal de los licores, en ese edificio se instaló la primera fábrica nacional de licores.

No fue sino hasta 1853 cuando en cumplimiento del reglamento de licores de 25 de setiembre de 1851, se ordenó la construcción de la Fábrica Nacional de Aguardiente en los terrenos aledaños a la antigua laguna que se conocía como Pozo de Villanueva, y que es el lugar donde, después, se construyó el Parque Morazán.

El Cenac. La Fábrica, como se la continuó llamado a partir de su inauguración el 24 de agosto de 1856, se convirtió en punto de referencia para muchas generaciones, tanto por su particular arquitectura como por el aroma inconfundible propio de la destilación de licores, que se extendía prácticamente por toda la pequeña y naciente ciudad capital.

En 1993 se dispuso trasladar la Fábrica a Alajuela, y destinar estas bellas instalaciones para un centro de cultura. A partir del 13 de agosto de este año se instaló aquí el Ministerio de Cultura y Juventud, que entonces comprendía también el área de Deportes, con sus oficinas centrales, áreas técnicas y administrativas, la Compañía Nacional de Danza, el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y los Teatros 1887 y de Danza, así como el anfiteatro Fidel Gamboa Goldemberg, utilizado hoy como escenario de conciertos, obras de teatro, danza y un espacio abierto para la libre convivencia en democracia cultural.

El Centro Nacional de Cultura recoge así una identidad propia de nuestro pueblo, gracias al esfuerzo y preocupación de muchos funcionarios públicos, proceso que iniciaron los ministros de Cultura Hernán González y José Francisco Echeverría y que culminó con su restauración y apropiado acondicionamiento durante la gestión de Aida Fishman.

Es importante reconocer a todas las personas visionarias que han hecho posible que este espacio pueda estar destinado al servicio de todos los costarricenses y, también, a los artistas y participantes de nuestras actividades culturales que con sus espectáculos y creatividad han dado vida, color y personalidad propia al Cenac.

Estas instalaciones recogen la vocación propia del pueblo costarricense de vivir creando espacios para la más amplia expansión espiritual, inclinación que ha permitido lograr que una fábrica de licores se convierta en una gran fábrica de creación cultural permanente.