El Bronco, Cuauhtémoc y la mejenga política

Nos toca escoger alcaldes como quien escoge frijoles: con gafas y desconfiando

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El Bronco es un personaje de la política mexicana que se aprovechó del descrédito de los partidos tradicionales en los que él militó por 25 años. El gobernador elegido en junio en Nuevo León, sin partido político, es de alguna manera la alternativa a él mismo.

Cuauhtémoc Blanco era aquel futbolista que sabía meter pata y ahora que es alcalde en Cuernavaca sigue haciéndolo. Se presentó por un partido local y sus primeras declaraciones al ganar fueron “ahora sí me los chingué”. Palabrotas aparte, es como si el Paté Centeno, El Chunche o Chope fueran alcaldes en Tibás, Escazú o Belén, según donde los fichen.

El primer personaje llegó sin partido después de su experiencia en el tradicionalísimo PRI, y el segundo se montó en un carrito que le prestaron. Ambos en un ambiente de sociedad mexicana donde casi nadie confía en casi nadie, en parte porque los pasamontañas sirven por igual a oficiales, narcos y activistas por los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos.

Vi esto en las elecciones federales y municipales de junio pasado, y tiene sentido para pensar en Costa Rica. Lo tiene ahora que las elecciones cantonales hacen de los partidos y los políticos un merengue de oportunismo, con la diferencia de que en Costa Rica sigue vivo un monopolio contra el que Otto Guevara no ha peleado: el de los partidos y sus dirigentes de siempre.

“En Costa Rica no hacen falta las candidaturas ciudadanas porque es muy fácil hacerse un partido”, me decía un entendido.

Es cierto, en la cabina de un ascensor caben los miembros mínimos necesarios de una asamblea cantonal. Esto más unas cuantas firmas, que se pueden conseguir con una familia extendida o la planilla de una empresa. Y listo, ¡tarán!, ya con eso habemus partido y plataforma para un Bronco ajustado a las reglas ticas. La alcaldía en Limón, por ejemplo.

Eso o la plataforma ya hecha con medidas ajustables al fichaje que venga. El resentido de turno, el discriminado o el perdedor de por allá. O dicho en positivo, el que no hizo caso al dueño de la bola. Estos son los que alimentan el boyante negocio del rent a party.

Y están los dueños de los partidos, los que rentabilizan hasta en efectivo la deuda política. “Ocupación: empresario de la política” deberían contestar algunos de esos defensores del monopolio de los partidos a escala local, provincial o nacional. Estafadores, tengan cuidado, porque la tolerancia ciudadana ya anda con la reserva. No sabemos qué puede pasar después de la indiferencia actual.

Desenmascarar. Cuidado, políticos viejos o alternativos de sí mismos. Cuidado deben tener también los partidos políticos con máscaras de “sector organizado” y caudillo propio, porque los votantes acabarán descubriéndolos, aunque sea tarde. La desconfianza que bien han (hemos) sembrado hará su trabajo.

¿Y entonces qué? ¿Debe Ottón volver a fundar ooootro partido ahora que se desbocó el PAC? ¿Un Ottón-bronco? Un broncón, dirán quienes no le soportan su “fua”. Nada le garantiza éxito, si no, vean a Rafael Ángel Calderón y su Republicano (nombre retro para un proyecto del siglo XXI).

Y bueno, ¿entonces qué? Nada. Las candidaturas sin partidos seguirán prohibidas porque la ley la hacen los que trabajan para sus partidos y el tiquismiquis no presiona por ellas. Somos una sociedad que elige asistir a los partidos, aunque el amor a la camiseta política desaparece cada vez que muere alguien mayor de 60 años.

¿Entonces qué? Bueno, nos toca escoger regidores y alcaldes como la abuela que escoge frijoles con las gafas puestas, desconfiando de lo que le venden, pero confiando en su capacidad para separar los gorgojos y los terrones. Porque ya sabemos, Costa Rica no es México, pero aquí también se cuecen frijoles.

El autor es periodista.