El billete de $20 y nosotros

Hay muchos que desde el anonimato trabajan en la construcción de un mejor país

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La reciente noticia de que el billete de veinte dólares cambiará de rostro nos provoca dos inmediatas reacciones: celebrar y pensar.

La celebración gira en torno al triunfo de la razón sobre la ignorancia, en tanto esta acción rinde un reconocimiento a la heroína nacional de los Estados Unidos Harriet Tubman, mujer que logró escapar de la esclavitud para convertirse en una líder abolicionista antes de la Guerra Civil. Tubman rescató a cientos de la opresión por medio del llamado “ferrocarril subterráneo”, una red secreta para la liberación de esclavos.

Es motivo de júbilo el hecho de que esta mujer desplaza, al menos físicamente, al sétimo presidente del país, Andrew Jackson, quien poseía cientos de esclavos. Con este acto, queda explícita la intención del cambio, que se realizó tras una votación popular coordinada por la organización feminista Women on 20s.

Un nuevo billete de $20 nos lleva a pensar en las acciones que se emprenden en el plano nacional para alcanzar la equidad con nuestros compatriotas afrocostarricenses, quienes mucho han dado al país y poco han recibido.

Trabajo tesonero. Contamos con la noble labor de Quince Duncan, ahora como comisionado de asuntos de la comunidad afrocostarricense, antes, mucho antes, como laureado escritor y activista de los derechos de este grupo de ciudadanos.

Se aplaude la idea de contar con un órgano a cargo de este tema, pero resulta lamentable que no se le haya asignado presupuesto para llevar a cabo sus acciones, que deben ejecutarse solo por medio de alianzas.

Con esmero y la participación de expertos, el Ministerio de Educación ha establecido la Comisión Nacional de Estudios Afrocostarricenses y desde el año anterior el primer artículo de nuestra Constitución reconoce que “Costa Rica es una República democrática, libre, independiente, multiétnica y pluricultural”.

También en marzo del 2015 el país se sumó a los compromisos del Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2015-2024), incitativa de las Naciones Unidas que busca alcanzar tres objetivos fundamentales: reconocimiento, justicia y desarrollo.

Este es, grosso modo , el actuar institucional para lograr lo humanamente posible y absurdamente imposible: hermanar a hermanos sin distingo de color de piel.

Pero los cambios nunca se concretan si ocurren solo desde la oficialidad. Por ello, la reflexión debe hacerse personal, dejando de lado todo aquello que estorbe y que recuerde estereotipos.

Raíces. Aquí no vale argumentar que EE. UU. tiene mayor población afrodescendiente o que las luchas y diferencias han sido mayores. Cada quien en lo suyo. Tampoco es útil revivir viejas polémicas provincianas o discursos sobre obras literarias de autores ya hace tiempo fallecidos, referencias de la equívoca visión de antaño.

Más que de Cocorí y otros personajes, se trata de nosotros, de nuestra convicción para reconocer errores históricos y la respectiva enmienda se hace día a día, ocurre en nuestra mente, en nuestra manera de pensar y se aplica en nuestra conducta y la manera como nos comunicamos.

El aporte afro es imprescindible en la construcción de nuestra identidad costarricense. Negarlo es negar nuestras raíces. Quien quiera excluirse debería antes revisar su árbol genealógico.

Ciudadanos como los exdiputados Jocelyn Swayers y Luis Alejandro Mc Rae; educadores como Franklin Perry y Prudence Bellamy; músicos como Charlene Stewart, Walter Gavitt Ferguson y Julie Linox (q.d.D.g.) y autores como la gran Eulalia Bernard y Quince Duncan son solo algunos nombres de patriotas que han dado lo mejor de sí en sus campos para orgullo nacional.

Hay muchos más que desde el anonimato trabajan en la construcción de un mejor país, sin diferencias.

Una nueva cara en un billete puede generar cambios. Ojalá en nosotros surta efecto y nos lleve primero al pensamiento, e inmediatamente a la acción.

El autor es periodista.