El barco de los sueños

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Como muchos amigos de mi generación, conocí a Jimmy Ortiz a finales de los años ochenta del pasado siglo, a través de su trabajo coreográfico con Losdenmedium, un grupo que, en gran medida, vino a revolucionar el medio de la danza en nuestro país con sus atrevidas e inteligentes propuestas escénicas.

Para nosotros, jóvenes entonces, se volvió ritual la asistencia a aquellas auténticas mise-en-scène . Recuerdo claramente cómo, sin saberlo, asistí a la primera de sus muchas obras y cómo se la comenté, entusiasmado, a Jimmy cuando le conocí personalmente: a la sazón la agrupación estaba, a mi juicio, en su mejor momento, con una alineación de cuerpos y de espíritus que nos dieron a todos tanto momentos de efímero gozo como de perdurable recuerdo.

De bongo a barco. Años después, en paralelo con su trabajo y su estudio académico, decidió el maestro Ortiz que era el momento de poner a prueba su reflexión acerca de toda esa experiencia, con un proyecto pedagógico que él consideraba ideal para la formación de bailarines-intérpretes de cara al siglo XXI: nació el sueño de un conservatorio de danza que se llamaría El Barco.

Entraba entonces la administración Pacheco de la Espriella, y don Guido Sáenz llegaba una vez más al Ministerio de Cultura y nombraba al coreógrafo y bailarín Carlos Ovares al frente del Taller Nacional de Danza (TND). Gracias a Ovares y a la visión de don Guido, aquel barco de ensueño encontró asidero, muelle seguro en la incertidumbre del desvelo.

No obstante, había un problema: el espacio del TND era insuficiente para todo aquello, y fue cuando tuve el honor de ser llamado, aunque sigo sin saber si como amante apasionado de la danza o como simple arquitecto. Lo cierto es que a partir de entonces convertimos la nave misma en astillero y, sin dejar de trabajar en ella, comenzamos a construir para el sueño el edificio del conservatorio.

El barco a flote. Con el apoyo del ministro y de su segunda de a bordo, Amalia Chaverri, salimos a flote con las dos primeras etapas, antes de que llegara el cambio de administración. Mas los jóvenes de la primera generación de navegantes, rigurosamente escogidos, ya estaban en camino de su formación.

El programa era fuerte, agotador, exigente, como tienen que ser los de cualquiera de las artes, y sus frutos pronto empezaron a notarse.

En la administración Arias Sánchez, gracias a Marielena Carballo como ministra de Cultura, Aurelia Garrido como viceministra y, sobre todo, a Lina Barrantes desde el Teatro Popular Melico Salazar –del que el TND es parte–, lanzamos la nave al agua y terminamos el edificio, no sin esfuerzo, pero con un respaldo que confortó cualquier sacrificio.

Mientras, la segunda generación de nautas venía en camino, siempre bajo la guía pedagógica de Jimmy Ortiz y sus particulares principios, y de quienes le secundaron en la noble tarea de darle a la juventud de Costa Rica un espacio de formación y creatividad, una plataforma desde donde despegar y desplegar sus cuerpos y sus mentes a una de las más bellas metas: la de la creación dancística libre e independiente.

A nuevos puertos. Ahora, cuando ha pasado poco más de una década y se dio todo esto que aquí traigo a cuento, desde esa nao aventurera se está terminando de graduar una tercera generación de bailarines, todos creadores en potencia; todos a punto, como sus predecesores, de desplegar las velas y poner quilla a la mar de un arte que los espera. Atrás quedará, como un capitán en puerto, su maestro.

Quedará atrás, pero jamás atrasado. Ahora, ya no desde el TND, sino desde el campo privado, como lo hizo a lo largo de tantos años, Ortiz está enfocado en un nuevo proyecto denominado “Ensimismados”, carta de navegación que pretende convertirse en una plataforma internacional que promueva y gestione a nuestras artes escénicas por los más diversos medios, pasando de la mera formación a la más profesional de las realizaciones: la del pleno y dignoempleo.

En su ensayo Filosofía de la danza , dice el poeta Paul Valéry: “Toda época que ha comprendido el cuerpo humano o que al menos ha experimentado el sentimiento de misterio de esta organización, de sus recursos, de sus límites, de las combinaciones de energía y de sensibilidad que contiene, ha cultivado, venerado, la danza.”

En la Costa Rica de nuestra época, de Mireya Barboza a Rogelio López, hemos cultivado la danza moderna con constancia y muchas veces con reconocida gran calidad. Con ese rumbo o derrotero, Jimmy Ortiz seguirá estudiando y trabajando en los sensibles misterios del cuerpo humano –que es el instrumento de su arte– para colocar al país, de una vez por todas, en el mapa mundial de esa disciplina.

A todos los que veneramos la danza no nos queda más que, fervientes, desearle al maestro, en esta nueva aventura que emprende por el mar de los artísticos desasosiegos, su llegada a buen puerto.