El auto eléctrico es maravilloso hasta que...

Ahora conozco mejor la tusa con que debemos rascarnos en Costa Rica quienes soñamos con un mundo sin combustibles fósiles

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Fiel a mi añejo compromiso con el ambiente, cambié mi carro de trabajo, un Cherokee de gasolina, por un Suv eléctrico. El agente de la agencia de mi preferencia me aseguró que en cualquier lugar de Costa Rica, con el simple cargador que se conecta al enchufe donde cargo el celular, mi carro eléctrico se recargaría sin el menor problema.

Recientemente, salí de la casa hacia un sitio localizado en Nandayure, Guanacaste, a las 5 a. m. Llegué a mi destino a las 11 a. m., tiempo más o menos calculado debido a todas las tragedias que en las carreteras suelen surgir. Ahí conecté de inmediato el carro a un enchufe convencional, con el objetivo de tener la energía necesaria para el día siguiente, cuando regresaría a San José después de cumplir mi cometido.

Mi terror empezó cuando conecté el carro, que tenía menos de la mitad de carga, al enchufe del sitio, y me di cuenta de que en Nandayure el ICE o la empresa encargada no proporciona el voltaje requerido. Únicamente 94 voltios de energía. Admito que en asunto de voltios no soy nada versada, pero mi carro sí lo es, y me señaló que necesitaba 110 voltios.

Sin esperar ni un momento y con terror, pregunté a Google dónde había cerca un cargador para carros eléctricos. Me señaló que Coopeguanacaste tenía uno en Nicoya y que había otro en el hotel Punta Islita. Este último, a unos 20 kilómetros de donde yo estaba situada.

De inmediato, salí hacia el hotel, pero cuando llegué me solicitaron pagar una suma de dinero para recargar el carro. Desde luego, pagué y lo conecté, con el desafortunado inconveniente de que el cargador estaba malo y “botaba” el fusible cada dos minutos. Logré carga para 35 kilómetros, que serían más o menos suficientes hasta Limonal, en la intersección de la carretera Interamericana con el cruce hacia el puente La Amistad, donde internet me señalaba que habría un cargador del ICE.

Decepción

Yo había leído un anuncio en el que, orgullosamente, el ICE comunicaba que había instalado cargadores para carros eléctricos en la carretera Interamericana y, por eso, a las 4 p. m. comencé el viaje hacia Limonal por la desastrosa trocha que conduce a Hojancha.

Llegué a Limonal a las 7:30 p. m. Corrí al conector con la tranquilidad que me daba haber leído en los diarios el anuncio del ICE. En el frente del conector, que en efecto estaba ahí, había un letrero que decía: llame de inmediato a este número para recibir instrucciones. Llamé al número indicado y me salió alguien de un call center con el siguiente mensaje: “El ICE le informa que para poder cargar su carro eléctrico debe asistir personalmente a la sucursal donde le tomarán los datos y le darán una tarjeta denominada ‘es eléctrico’. El trámite dura 10 días”.

Eran las 8 de la noche y me quedaba electricidad para 8 km. Atravesé la carretera y fui a la bomba Total, ubicada al frente. Ahí me indicaron que cerquita había unas cabinas de paso donde tal vez me permitirían conectar el auto a la electricidad para ver si el voltaje era el requerido.

La dueña, muy gentilmente, me dijo que desde luego, que le pagara la noche y descansara tranquila mientras el carro se recargaba. Tranquila, ni en sueños, pero el enchufe tuvo el voltaje esperado y el vehículo amaneció con una carga adicional de 35 km, lo necesario para llegar al hotel Fiesta, que, según internet, tendría un cargador rápido para carros eléctricos.

Veintiocho horas después de haber salido de mi casa y sin dormir, en el hotel tuve que pagar el día entero —todo incluido— para usar la conexión, pero el conector estaba ocupado por el momento y debía esperar que el carro conectado fuera desenchufado.

Tomé café, descansé un poquito viendo el mar y mordiéndome las uñas, hasta que finalmente el conector quedó libre, a las 11 a. m. Esperé que cargara un poco más de dos horas y, a las 2 p. m., salí para San José por la carretera Interamericana. No obstante, en la ruta 27, me topé con una enorme fila de autos en un solo carril, posiblemente debido a algún derrumbe, y la carga eléctrica disminuyó peligrosamente por segundos, a pesar de que viajaba sin aire acondicionado e iba manejando a puro impulso y frenazo para economizar electricidad.

Llegue al peaje de Atenas con energía suficiente para 15 km. Desde luego, el carro no llegaría con esa carga a mi casa. Salí de la ruta 27. Eran las 2:30 p. m. Cerca del peaje, había una empresa de casas prefabricadas. Me acerqué y los dueños, con amabilidad, me permitieron usar su enchufe convencional que tenía el voltaje requerido, permitieron que mi carro pisara su precioso jardín y, de paso, me brindaron un plato de deliciosas frutas.

A las 7 p. m., con unos 30 km de carga salí para mi casa, adonde llegué totalmente en rojo, a las 8 p. m.

Aventura de quinto mundo

Una experiencia sumamente enriquecedora. Un 0 para el ICE por ineficiente y porque en su anuncio precioso nunca advirtió de que se requería una tarjetita que duraría 10 días en otorgar.

Otro 0 para la agencia vendedora del carro por haberme dicho algo que no confirmaron y no haberme advertido de que necesitaba la famosa tarjetita del ICE que tomaría 10 días en obtener.

Una advertencia para los soñadores como yo, que creen que Costa Rica es capaz de salir adelante con la infraestructura que tenemos y en manos de gente carente de idoneidad, y que podemos aportar al mundo menos consumo de combustibles fósiles que originan el cambio climático, que seguirá haciendo estragos. Y eso que el gobierno afirma estar totalmente comprometido con el uso de la electricidad para sustituir los combustibles fósiles.

A los que van a adquirir vehículos eléctricos, ni se les ocurra creer en lo que dicen las agencias, ni en lo que dice el ICE. Confirmen ustedes mismos la veracidad de lo que se afirma respecto a los cargadores y tomen precauciones.

Lo bueno es que perdí dos kilos de peso en la epopeya y conozco mejor la tusa con que debemos rascarnos en esta burbuja, donde a veces creemos que todo es pura vida y trabaja bien, y en nada se ve afectada por lo que ocurre en el resto del mundo.

“No se queje si no se queja” rezaba un cartel ubicado en la Defensoría de los Habitantes, porque, supuestamente, al quejarnos se arreglan las cosas. ¿Se arreglarán?

jzurcher@me.com

La autora es filósofa.