Ejercicio semántico

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En cantidad de escritos figura el término “Occidente”. Desde Mercator, esta palabra se puso como opuesta a “Oriente”, que era mirar hacia donde nació Cristo. De allí: “orientarse”, hasta para el más ateo.

Ahora, muchos le otorgan al vocablo “Occidente” una franca connotación negativa, encarnación del mal, como si este no fuera inherente a todos por ser miembros conscientes de la comunidad humana. No lleva a ninguna parte eso de hablar de una localización geográfica en dicotomía de buenos (nosotros) y malos (los otros), y aumenta la confusión el mismo uso distorsionado en lo diacrónico: hace, digamos, 1.000 años, por lado y lado, las Cruzadas no se libraron entre santas palomas, pues ambos contendores fueron sanguinarios.

Dejemos, por favor, este rencor permanente: los descendientes de Moctezuma tampoco eran monaguillos. Ahora, ya en pleno siglo XXI, y a ambos lados del Atlántico, entre humanos libres edifiquemos un nuevo código con aspiración de universalidad, en toda la tierra ( kat-holein-gein , en griego), respecto de democracia, equidad de género, etc.

En seguida, con la deficiente educación de calidad, comprobada por Pedro, Juan y Diego (y Susanita, para que no digan…), ¿cómo lograr, también en Costa Rica, una cultura de tolerancia, y no solo en el sentido muy usual de “aguantar”. Salgamos, por favor, de este modelo acartonado y masificado de enseñanza-aprendizaje. Levantemos una sociedad 3D con cultivo de la diferencia, la divergencia y la deferencia, en constante aspiración de mejora. No ampliaré ahora sobre esos puntos, pero a ese banquito en trípode no le sobra ninguna patita.

Luego, guardémonos de etiquetas simplificadas: eso de “ Je suis Charlie ” (que, en solidaridad, apoyé asistiendo a una manifestación local), la verdad es que resulta demasiado simplificado, también en blanco y negro. Viva la ironía y hasta el sarcasmo, pero abajo la vulgaridad y el insulto, de quien sea. Quiero ser esencialmente yo, no lo que otros, la masa y los medios me mandan (ese asalto “M” no me gusta). Por eso, el fácil etiquetaje del otro como “fascista” también resulta reduccionista. Hitler ha muerto, pero el fascismo está bien vivo, en grupos de derecha… y de izquierda, entre europeos y no europeos, entre “cristianos” y musulmanes, etc.

Seguimos: en referencia a sendos conjuntos, puestos demasiado como únicos antagónicos, choca también el mismo concepto de “religión” (del latín ligare , reunir). En ambos “bandos” prevalecen todavía lacras terribles de machismo y violencia, entre otras razones, por desconocimiento del otro. No entiendo cómo se puede edificar una religión sobre la base del odio. Elaboremos una esencialmente de amor, de entrega y solidaridad, como el foráneo ese, el samaritano: era extranjero y le impactó la condición humana del otro. Así nos enseña ahora el gran Francisco.

Defendamos una espiritualidad –de la búsqueda que sea– de superación, más allá del conformismo individual, de alejamiento definitivo de ese secular estilo misógino…, pero que, bajo cuerda o legalmente, aguanta lo polígamo. ¡En qué quedamos! Entre “moros y cristianos” seamos honestos. El vocablo “infieles” tiene sus bemoles históricos.

Sigo: de verdad, no entiendo una práctica espiritual basada en la sumisión (es lo que significa la palabra “islam”): ¿dónde queda la libertad individual? Me adscribo a una experiencia libre, no de imposición. Pero igualmente, entre dizque cristianos, hay demasiado vivencia puramente externa: cabe resucitar a Erasmo, quien, hace 500 años, acuñó aquello de que el hábito no hace al monje. Por la dignidad de la mujer: ni ese traperío asfixiante ni, en el otro extremo, ese exhibicionismo nudista, comercial y barato. Y, por favor, no sigamos con aquello del relativismo cultural, saco roto para aceptar cualquier “cultura”: promovamos la superación de todos, el alma universal detrás de tanta fachada…

En fin, son tantas las confusiones con base en las palabras, supuestamente para “com-unicar” (el verbo se relaciona con “com-unión”)… Donde abundan los integristas, seamos íntegros; donde nos abruman los fundamentalistas, busquemos lo fundamental. Nada de eso es fácil, tampoco en Costa Rica. El día no tan lejano en que aquí también, aparte de las campanas de las iglesias, haya un almuédano (el musulmán que, en voz alta, convoca al pueblo para que acuda a la oración, dirigiéndose hacia la Meca), veremos dónde está la tolerancia, la libertad y la dignidad de nosotros, humanos todos.