Dos pueblos, una familia

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Según informe reciente de la Dirección General de Protección a Mexicanos en el Exterior, de la Secretaría de Relaciones Exteriores del Gobierno de México, desde que se inició el programa Guardián de la Patrulla Fronteriza, hace 17 años, son ya 5.747 migrantes los que han muerto al intentar cruzar a Estados Unidos.

Es relevante el dato que nos indica, adicionalmente, que de enero a octubre de 2011 se han reportado 257 migrantes muertos en la frontera al ingresar o intentar pasar la frontera norte de México. Es relevante anotar que, del total de la víctimas, son 93 los que aún no han sido identificados.

La realidad de estos datos fueron algunos de los temas abordados y mirados en toda su crudeza en junio pasado cuando, en La Garita, se realizó el encuentro de obispos y responsables de comisiones diocesanas y nacionales de movilidad humana, con la finalidad de analizar todo cuanto está implicado en un tema que no es mirado aún como se debe. En ese encuentro se propusieron, en la declaración final del mismo, algunas pistas de acción a ser implementadas por las diócesis y a procurar poner un granito de arena para paliar las causas que hacen necesaria la migración de tantas y tantas personas desde nuestros países centroamericanos y del Caribe, hacia el norte.

De entre todo lo abordado, en este mismo encuentro de Alajuela y dada la oportunidad de compartir que se dio entre los participantes de Costa Rica y Nicaragua, se dieron los primeros pasos para un encuentro que, en el pasado mes de setiembre, se realizó en Moravia, patrocinado por la Asociación "Ticos y Nicas, somos hermanos". Se tituló, este encuentro de naturaleza ecuménica, de una manera muy llamativa: “Dos pueblos, una familia”.

Las reflexiones introductorias de Mons. Silvio Báez fueron especialmente oportunas. Desde la perspectiva bíblica propuso una lectura de la realidad del migrante en la clave que se desprende de la experiencia del pueblo de Dios del Antiguo Testamento: Israel, el pueblo forastero y desapegado, enseña la apertura al otro, el amor solidario con respecto al que peregrina. Y, por tanto, en esa línea el creyente cristiano ha de comprometerse. Y ello leído desde el norte y desde el sur de la frontera marcada por el río San Juan.

Al final de esta experiencia, aparte de lo que enseñó en clave de fraternidad a quienes participamos en él, el aporte reflexivo en torno a temas como pastoral y migración, migración con rostro femenino, cultura y educación inclusivas y trata de personas, ayudaron a entender que, lo que se vive a nivel macro en la frontera norte de México, se vive en una escala propia, pero no menos dramática, en la frontera que compartimos costarricenses y nicaraguenses.

Hay un deseo real de sacar adelante una serie de propuestas. Ticos y Nicas Somos Hermanos, Save the children , Fundación Arias, Cáritas Nicaragua y Cáritas Costa Rica, Servicio Jesuita y otras muchas organizaciones esperan poner de su parte. La meta común es una: enfrentar la xenofobia y acercar a dos pueblos. Ojalá la siguiente edición de encuentros permita constatar mejoras y no, como hasta ahora, cómo empeoran las condiciones de tantos que son considerados seres humanos ilegales o indeseables solo por proceder de donde proceden o llevar sobre su piel un pigmento mas o menos claro u oscuro.