Dos años para aprender a leer y escribir

El aprendizaje del lenguaje escrito sin el dominio previo del oral es un contrasentido

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Recientemente el MEP anunció que no saber leer ni escribir con propiedad dejará de ser motivo para que un escolar tenga que repetir primer grado, ya que esperan modificar el programa de I Ciclo de Español para ampliar de uno a dos años el tiempo para que los alumnos y alumnas logren dichos procesos.

Es una oportuna e inteligente decisión, contrario de lo que muchos creen. Como especialista en el campo, puedo afirmar que cada niño y niña es diferente y, por tanto, sus estadios de aprendizaje también lo son. No podemos sujetar a los estudiantes a aprender en determinado tiempo a leer y escribir. La concepción tradicional sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje de la lectoescritura está fundamentada en conceptualizar dicho proceso dentro de un marco perceptivo-visual y motriz, dando un especial énfasis, en la escuela, a experiencias de aprendizaje encaminadas a madurar en los niños determinadas habilidades de naturaleza perceptiva y viso-espacial, dejando de lado los aspectos básicos para un logro adecuado.

Sin embargo, la neuropsicología cognitiva se ha ocupado de investigar y explicar por qué a niños y niñas les es tan difícil aprender a leer y escribir, y qué relación existe entre el lenguaje oral y el escrito (recordemos que el lenguaje oral es la plataforma del lenguaje escrito) que puede dificultar dichas adquisiciones. Las respuestas a esas cuestiones comienzan a buscarse en los procesos linguísticos. Estas dificultades se basan en que hablamos articulando sílabas, pero escribimos fonemas (sonidos) que se convierten en grafemas. El habla es un continuo en el que resulta difícil deslindar segmentos. En cambio, la escritura representa las unidades fonológicas de la lengua: ya que las letras (grafemas) representan fonemas (sonidos). Por lo tanto, las dificultades se presentan en el momento de reconocer, identificar y deslindar estas unidades del lenguaje y poder representarlas realizando la conversión del fonema en grafema. A partir de estas conclusiones se da origen al concepto de conciencia fonológica.

La conciencia fonológica es la zona de desarrollo próxima para la lectoescritura; asimismo, es una adecuado lenguaje oral. Por tanto, dos aspectos fundamentales para el aprendizaje del proceso lector son, sin lugar a duda, el lenguaje oral y un desarrollo óptimo de conciencia fonológica. La conciencia fonológica es la habilidad de reflexionar sobre los sonidos de la propia lengua. Es decir, la habilidad de pensar y manipular sobre ellos con la finalidad de adquirir conciencia de sus segmentos sonoros.

En el aprendizaje de la lectura, el desarrollo de la conciencia fonológica es como “un puente” entre las instrucciones del alfabetizador y el sistema cognitivo del niño, necesario para poder comprender y realizar la correspondencia grafema-fonema.

El desarrollo de la conciencia fonológica en niños pequeños no solo favorece la comprensión de las relaciones entre fonemas y grafemas, sino que les posibilita descubrir con mayor facilidad cómo los sonidos actúan o se “comportan” dentro de las palabras. Es importante considerar el desarrollo de esta capacidad cognitiva como un paso previo imprescindible antes de comenzar la enseñanza formal del código alfabético. Por esta razón es de suma importancia que en nuestro país se trabaje el desarrollo de la conciencia fonológica en forma lúdica desde etapas preescolares.

El aprendizaje de la lectoescritura se debe fundamentar en un desarrollo óptimo del lenguaje oral, tanto a nivel comprensivo como expresivo, y en potenciar el trabajo de habilidades linguísticas y metalinguísticas, las cuales son uno de los pilares fundacionales en el acceso a la lectura y a la escritura. Aprender a leer y a escribir requiere que el niño comprenda la naturaleza sonora de las palabras, es decir, que éstas están formadas por sonidos individuales, que debe distinguir como unidades separadas y que se suceden en un orden temporal.

Pretender comenzar el aprendizaje del lenguaje escrito sin apoyarse en el dominio previo del lenguaje oral es un contrasentido, ya que al niño le resultará mucho más difícil integrar las significaciones del lenguaje escrito sin referirlas a las palabras y a los fonemas del lenguaje hablado que le sirven como soporte. Por esta razón, es urgente tomar en cuenta dichos elementos para que nuestros niños y niñas tengan una apropiada preparación para adquirir los procesos de lectura y escritura, tanto desde la formación de nuestros docentes, la práctica constante en las aulas y, sobre todo, material adecuado que facilite dicha labor; la cual no puede quedarse únicamente en la práctica de los procesos visoperceptivos.