Dormido a la izquierda

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Soñaba una de estas noches que vivía en un país con una democracia centenaria. Sus habitantes estábamos acostumbrados a la paz social y existían garantías que protegían los derechos de los trabajadores.

Por décadas, los Gobiernos adoptaron una tendencia económica y política moderada, con todo y que sus bases ideológicas tuvieron influencias, tanto de derechas como de izquierdas.

Sobrevino, entonces, una crisis financiera cuyas consecuencias mundiales empezaron a desaparecer, apenas, un lustro después. Los Gobiernos intervinieron en actividades de rescate e inyectaron liquidez a las economías. Las monedas fuertes se abarataron para aumentar su competitividad y, con esto, los más débiles se vieron afectados.

Los formadores de opinión culparon de la crisis a los capitalistas, y muchos países empezaron a apoyar tendencias políticas de izquierda en busca de mejorar su situación.

En el país, los efectos adversos de la crisis hicieron que el presidente de turno tuviera un tiempo difícil para gobernar. El pueblo fue drástico en señalar al Gobierno como único responsable de lo que estaba sucediendo, cuando lo cierto es que buena parte de ello se empezó a gestar 30 años atrás.

La población optó, en las elecciones que se aproximaban, por escoger un partido de izquierda para que administrara sus destinos. Eligieron a un candidato joven.

Aunque su discurso fue moderado, la presión de su partido y sus dirigentes fueron más fuertes que él. El joven presidente accedió a las presiones de líderes sindicales que alzaron la voz para obtener una cuota de poder político que nunca antes habían tenido.

Los líderes de la izquierda no solo festejaron el ascenso al poder del joven, sino que empezaron a intervenir en sus destinos políticos y económicos. Empresas de países capitalistas, que habían llegado para aprovechar la alta capacitación de sus profesionales y los bajos costos de operación, iniciaron con sus cierres ordenados.

Miles de trabajadores empezaron a perder sus empleos. Empresas privadas que desarrollaban labores importantes para el país fueron declaradas estatales, y no lograron cubrir ni a una fracción de todos los desempleados provenientes del sector privado. Las cosas se le empezaron a salir de las manos al joven presidente.

A manera de protección, apoyado por una mayoría de su partido en el Congreso y aconsejado por sus pares ideológicos del continente, gestó un cambio constitucional que le permitiría perpetuarse en el poder y reinstaurar el ejército, al que le destinó los ocho puntos porcentuales del PIB que antes eran para la educación.

Los principales socios comerciales le restaron de inmediato su apoyo a la nueva gobernanza del país. La moneda se debilitó, aún con los vanos intentos del Banco Central por sostener este comportamiento. La inflación se disparó, al igual que lo hicieron las tasas de interés. El pueblo empezó a pagar las consecuencias: la pobreza alcanzó niveles superiores al 50% de la población.

Junto con Nicaragua y Haití pasamos a formar parte de la lista de los países más pobres del mundo. El narcotráfico aprovechó las crecientes debilidades e instaló sus bases operativas en el país, no sin antes sobornar a los altos mandos del ejército.

Los habitantes empezaron un éxodo a países que les ofreciera mayores oportunidades, agravando el problema en el largo plazo. La paz era una añoranza, los habitantes andábamos armados y no recordábamos haber sido el país más feliz del mundo.

Desperté sudoroso, con la respiración agitada, y me percaté de que todo había sido una pesadilla…