Discípulos de Gorgias

Conocer quién era Gorgias le llevará a algunos orígenes demagógicos del profesional de la política del siglo XXI

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Cuentan que el sofista Gorgias entró al repleto teatro ateniense gritando: “¡Denme un tema cualquiera!”. Así, el orador quería demostrar al resto de los ciudadanos su virtuosismo y grandilocuencia sobre el dominio retórico de casi todos los asuntos humanos.

Pero el perro que ladra —por lo general— no muerde, decía mi abuelita, o, mejor dicho, en este contexto, podríamos decir al mejor estilo del Chapulín Colorado que “perro que ladra, jamás su tronco endereza”. Así, si por la víspera se sacan los milenios, encontramos en los sofistas griegos los orígenes demagógicos del profesional de la política del siglo XXI.

Mirándonos en ese espejo y jalando para nuestro saco, en la pasada campaña política, el ciudadano medio se inclinó a votar en la segunda ronda por el “economista-candidato”, partiendo del supuesto de que alguien con esos atestados académicos sabe mejor que nadie, no solo cómo resolver los problemas macroeconómicos del país, sino también cómo aliviar el bolsillo del maltratado trabajador independiente, del mediano y pequeño empresario y del asalariado público y privado.

Creo que esta atrevida suposición requiere algunas notas al margen, las cuales paso a exponer a continuación.

Primero, tengo la vaga percepción de que el votante cree que la economía es una ciencia predictiva; sin embargo, ¡ni siquiera es una ciencia en el sentido clásico del término! Por otro lado, “conocer teorías” tampoco es sinónimo de saber cómo resolver los problemas.

Que un catedrático universitario conozca el teorema de Heckscher-Ohlin sobre la teoría de la ventaja comparativa no significa —¡para nada!— que esté capacitado para aplicarla en la resolución de los conflictos que abordan los tratados comerciales globales. Incluso —¡y peor aún!— no significa tampoco que sea consciente de si dicha teoría es aplicable o no a estas u otras circunstancias técnicas y prácticas que plantea la economía moderna.

Sin embargo, a los votantes les parece muy tentador suponer que si alguien es campeón centroamericano de ajedrez o tiene aptitudes para dirigir un taller de cerámica tendrá también las aptitudes idóneas para la dirección de una institución pública o para ser un competente ministro de educación. A este “extraño” fenómeno, los psicólogos conductistas lo denominan efecto halo.

Por otra parte, repasando las crisis financieras de la historia reciente del mundo occidental, tengo también la sensación de que el votante olvida que los economistas metidos en la política suelen llegar a ser tan peligrosos como los políticos metidos en la economía.

No olvidemos los efectos nefastos de la crisis mundial inmobiliaria del 2008, la cual, producto de la avaricia de algunos banqueros y respaldada por estudios técnicos y financieros que maquillaban datos reales, pasó ante los ojos de autoridades políticas y fiscales que optaron por mirar hacia otro lado.

También, en nuestro país, los que somos un poco más viejos hemos sido testigos de cómo, en cinco minutos y con las firmas de cinco políticos y sus asesores expertos, se puede dar al traste con derechos constitucionales adquiridos desde tiempos de la fundación de la Segunda República.

Tal es el caso, por ejemplo, de la reforma del régimen de pensiones del magisterio nacional, en donde quedó más que en evidencia que justos pagamos —¡y pagaremos!— siempre por corruptos vividores, dado que ahí se comprobó que personas inescrupulosas de la política lograron acceder a pensiones magisteriales exorbitantes gracias a sus trabajos temporales en puestos de la función pública.

Espero que no se me malinterprete y se piense que digo que todos los economistas y gente de la política son personas así, pues podríamos hablar también de abogados, historiadores, politólogos e ingenieros. Lo cierto es que pareciera que cada vez dependemos más de estos profesionales para la toma de decisiones, las cuales en muchos casos lesionan derechos y deberes de quienes justamente hemos contribuido con nuestros ahorros y trabajo esmerado durante décadas. Nadie quiere ver tirada por la borda la cosecha de su labor, pero todo parece indicar que aquí no se aplica para todos la ley de Rodas.

Pero ni modo, quizá este malogrado tipo de profesional sabe muy bien atenerse a las cartas que juega, sacando algún provecho personal de ello. O, tal vez, podría saber de primera mano que la nación más próspera de la magna Grecia dio cobijo y riqueza a sofistas como Gorgias, pero que, al mismo tiempo, esa misma polis estuvo dispuesta a sentenciar a su habitante más ilustre y honrado a beber la cicuta.

Catrineados con sus trajes y corbatas, hablando su jerga de activos totales medios, tasas de retorno y derechos igualitarios, estas figuras mediáticas parecen ser inmunes a los juicios penales por daños y perjuicios a terceros, quedando confirmado que el hábito no hace al monje, pero sí al retórico y siempre inocente experto sabelotodo gorgiano.

barrientos_francisco@hotmail.com

El autor es profesor de Matemáticas.