Dignidad del niño y de la niña

Urge personalizar la acción estatal y de organizaciones en pro de la infancia

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Con ocasión del “Día del Niño y de la Niña”, queremos centrar nuestra atención en este importante sector de la población: “Esperanza de la familia, de la Iglesia y de la sociedad” y, con ello, recordar el gesto que Jesús realizó cuando “colocó en medio” a un niño y lo presentó como el símbolo mismo de la actitud que se ha de asumir si se quiere entrar en el reino de Dios.(cf. Mt 18,2-4).

Esta fecha, igualmente, nos impulsa a compartir con los fieles católicos y, en general, con la sociedad costarricense, algunas reflexiones relativas a la realidad de nuestra población menor de edad y los posibles caminos para su protección, promoción e interés superior.

Violencia. Vemos con preocupación cómo, desde el año 2007, Costa Rica ha presentado un aumento de un 600% en casos de violencia infantil. Este hecho, ha llevado a las autoridades del Hospital Nacional de Niños a declarar, recientemente, un estado de epidemia de violencia infantil (EVI), con el objetivo de promover desde las instituciones gubernamentales, no gubernamentales, empresas privadas y otras instancias, campañas que sensibilicen a la población.

Pobreza. Además de la agresión sexual, física y psicológica, cientos de miles de niños y niñas sufren la violencia de la privación de condiciones de una vida digna y apropiada para su pleno desarrollo humano. Tristemente, constatamos cómo esta situación de vulnerabilidad de los niños y las niñas se acentúa en las zonas rurales e indígenas.

Al respecto, la Defensoría de los Habitantes ha señalado: “Los niños no solo experimentan la pobreza en forma diferente a los adultos, sino que son más vulnerables a sus efectos, y sus necesidades son más urgentes. La pobreza causa daños en el cuerpo, en el cerebro y en el alma de los niños y niñas”(Defensoría de los Habitantes. Memoria 2009 ).

Uno de los aspectos más preocupantes y que constituye, igualmente, un mal crónico de nuestra sociedad, es la carencia de una vivienda adecuada para miles de familias. La Fundación Promotora de Vivienda (Fuprovi) ha advertido que el déficit habitacional real en el país supera las 712.000 viviendas.

Es alarmante la situación de 40.000 familias que viven en asentamientos en situación de precario y tugurio. La carencia de una vivienda digna se traduce en privación de espacios y condiciones adecuadas para el estudio y la recreación; así como en el incremento de factores estresantes que repercuten negativamente en las relaciones interpersonales. Asimismo, con frecuencia, la privación de una vivienda digna ocurre en ambientes insalubres e inseguros, tanto desde el punto de vista del espacio habitacional como del entorno social. Esta situación atenta gravemente contra el desarrollo de las niñas y los niños.

Abandono. Carecer de modo temporal o total de un hogar familiar es otra realidad que afecta a más de dos mil niños y niñas residentes en albergues estatales u organizaciones no gubernamentales, como medida de protección de procesos de calle, consumo de drogas, explotación laboral, conductas conflictivas con la ley, explotación sexual y trata. Mayor es aún la cantidad de niños y niñas –más de tres mil– que viven en un hogar distinto del de su familia de origen, con medidas de protección en Hogares Solidarios, separados de sus familias a causa del incumplimiento de deberes parentales de sus progenitores o guardadores.

Salud. Especial urgencia demanda la salud mental de los niños y las niñas. Merece todo el respaldo el reciente llamado del Ministerio de Educación a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) para la atención de estudiantes con depresión, la cual está asociada tanto a la tentativa como al hecho de suicidios en población menor de edad.

La salud mental también es un factor muy relevante en los procesos de fracaso y exclusión escolar, al que se suma el de los trastornos del aprendizaje muchas veces sufridos por los niños y niñas, pero no detectados por los acompañantes de su desarrollo, cuya atención no se puede postergar y obliga al mayor empeño del sistema educativo, los padres y madres de familia y la CCSS.

Familia. La familia es la célula básica de la sociedad. En la familia el ser humano nace, aprende a ser persona, a amar, a relacionarse con los demás e integrarse como individuo útil a la comunidad y a ejercer responsablemente su libertad. Lo que la familia hace por los niños en educación, hábitos y la enseñanza de conductas morales es insustituible.

No hay ninguna organización, ni pública ni privada, que supla lo que hace una familia bien articulada en la vida de los niños y las niñas. Sin embargo, el grupo más grande de nacidos en el país provienen de hogares cuyo núcleo es una pareja en unión de hecho, esto es, cuya unión no ha sido consolidada mediante la institución matrimonial, lo que puede hacerla más vulnerable a la disolución y, por ende, generar inestabilidad en el núcleo familiar de dichos niños y niñas. Además, entre una quinta y una cuarta parte de los niños y las niñas nace en los últimos años de madres solteras, las que, a la vez que asumen todo el peso de la crianza y el trabajo doméstico, muchas veces, están en una situación de mayor vulnerabilidad socioeconómica y laboral.

Podemos avanzar. Como hemos advertido, reiteradamente, las políticas sociales y de combate a la pobreza deben lograr identificar la situación de cada niño y cada niña en situación de vulnerabilidad, principalmente las de índole socioeconómica, de salud física y mental, educativa y nutricional, de acuerdo con un índice creado para tal efecto.

Urge una personalización de la acción estatal, así como de las organizaciones de la sociedad civil en pro de la infancia, que contemple la asistencia y ayuda a familias que no disponen de condiciones de vida adecuadas para el desarrollo infantil, o en las que los progenitores y responsables mantienen uniones frágiles e inestables, o que cuentan con personas proclives a conductas violentas, o en las que no existe un clima educativo adecuado.

Constatamos cómo muchos medios de comunicación social se encuentran saturados de violencia, de una concepción de la sexualidad deshumanizada y de la promoción del consumismo irresponsable.

Este hecho nos lleva a pedir a los responsables de los medios de comunicación que, conforme al grave compromiso de su función en la sociedad, revisen sus programaciones a la luz del derecho superior del niño y de la niña, para adecuarlos a la educación y promoción de los valores de estos y, así, contribuir a rectificar el tipo de cultura violenta y hedonista que está socavando los cimientos de nuestra sociedad.

El reconocimiento pleno de la dignidad humana del niño, de todos los niños, imágenes de Dios, desde el momento de su concepción, parece que se ha perdido y tiene que ser renovado. La verdadera medida de grandeza de una sociedad es aquella con la que reconoce y protege la dignidad y los derechos humanos y asegura el bienestar de todos sus miembros, especialmente los niños y las niñas.