Después de dos décadas de espera, ¿se forjará el cambio?

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Los acontecimientos político-electorales recientes no pueden explicarse de manera descontextualizada. Costa Rica decidió cambiar su mapa político desde mediados de la década de 1990, pero no fue sino hasta en las recientes elecciones que se concretaron esas aspiraciones, en gran medida por el “desconocimiento” de esos anhelos por parte de quienes se creían ganadores seguros de la contienda. El efecto de esa “omisión estratégica” se visualizó claramente a través del apoyo a partidos no tradicionales. De ahí que creo importante retomar algunos hechos históricos que nos ayudan a explicar los recientes acontecimientos y utilizar como base hallazgos interesantes obtenidos a lo largo de los años con el proyecto de investigación de Unimer para La Nación .

Desilusión. Desde 1995, en un estudio de Unimer-La Nación se mostraba que la mitad de la ciudadanía sentía una total desilusión de la política tradicional, y esta se manifestó cuando un 31% se abstuvo de votar en las elecciones de 1998, en contraste con el 18% en las de 1994.

Posteriormente, en el año 2000, un nuevo estudio de Unimer- La Nación reveló que las manifestaciones contra “el combo del ICE” no solo fueron motivadas por la repulsa a ese proyecto y su aprobación en primer debate, sino también por el deseo de mostrar, de manera contundente, la insatisfacción con la política bipartidista.

El logro de enterrar el proyecto de transformación del ICE alcanzado a través de las manifestaciones, con amplísima participación social, entusiasmó nueva-mente al electorado, lo cual hizo posible la formación del PAC, la obtención de un alto apoyo y la victoria de Abel Pacheco. El candidato del PLN que inició su campaña como seguro ganador llevó a ese partido, por primera vez, a obtener el menor apoyo electoral de su historia.

Pero la aspiración de cambio no se concretó en el cuatrienio 2002-2006 con el gobierno de don Abel Pacheco. Algunos grupos humildes de la población, en aquel entonces, nos expresaron en investigaciones: “Nunca un Gobierno nos había abandonado tanto como lo hizo el de don Abel”. Por otra parte, el desempeño de las otras dos fuerzas nuevas tampoco satisfizo: el Movimiento Libertario se convirtió en el “partido del no” y el PAC se dividió y no logró avanzar proyectos relevantes. De nuevo, decepción del electorado ante las ansias de un cambio real.

En ese contexto, el premio nobel, don Óscar Arias, decidió aspirar nuevamente a la presidencia en el 2006, iniciando su movimiento con un gran apoyo; sin embargo, el PAC hábilmente logró convencer al electorado de que debía elegir no entre varias opciones, sino solamente entre dos: el “neoliberalismo” representado por los Arias y la oposición a este, liderado por Ottón Solís. El electorado se identificó con el argumento y se dividió en dos partes muy similares, como lo demostró la cerrada elección del 2006, fenómeno repetido en los resultados del referendo sobre el TLC realizado en octubre del 2007. A pesar de esa división del país, el gobierno de Arias Sánchez logró un apoyo popular superior al 50% durante toda su gestión, oxigenando al PLN para que ganara fácilmente en el 2010. Pero el gobierno de Laura Chinchilla, a pesar de sus logros en seguridad, educación, etc., termina siendo calificado como el peor gobierno de los últimos 20 años.

Con todo lo dicho anteriormente se hace evidente que el estudio y análisis de esos antecedentes era condición indispensable para comprender las aspiraciones y conducta del votante en las recientes elecciones, y para la definición de la estrategia general de la campaña de cada aspirante presidencial.

Temores y aspiraciones. En los meses previos al inicio oficial de la campaña, un estudio de Unimer nos permitió identificar preocupaciones esenciales y deseos de los votantes en relación con las elecciones, de las cuales cito los tres principales temores y la principal aspiración. En primer lugar, los costarricenses expresaban temor de que se produjera un alto abstencionismo y, en consecuencia, fuera electo un gobierno sin respaldo suficiente para atender los desafíos del país. El segundo temor era que, por falta de opciones, el PLN ganara otro periodo consecutivo de gobierno. Y el tercero: que ganara un “populista” o un político “estilo Chávez”. Y la principal aspiración era que fuera electo a la presidencia una persona nueva en política, respaldada por un equipo creíble, formado por personas ajenas a los partidos tradicionales (Unimer, estudio en redes sociales con más de 5.000 votantes, junio-julio del 2013).

Con un amplio conocimiento de la realidad nacional, del estado de ánimo del electorado, sus frustraciones y aspiraciones, un joven político y diputado, con mucha anticipación a la contienda, inició su campaña, totalmente alejada de las formas tradicionales de realizar estos procesos. Para ello utilizó las redes sociales con un amplio conocimiento de la mejor forma de administrarlas para llegar principalmente a la población joven. Además, logró “enganchar” a muchos comunicadores y medios que le permitieron darse a conocer y exponer los contenidos de su posible programa. Rápidamente logró ser conocido por más de la mitad de la población. Luego, los debates, diversos programas de opinión, reportajes y entrevistas facilitaron su trabajo.

Mientras tanto, en las tiendas del PLN, desde mediados del 2013 dieron como un hecho una victoria fácil en febrero del 2014. Igual percepción tenían políticos de otros partidos, que rápidamente se adhirieron a Araya esperando ser parte de su gobierno. Tengo la percepción de que ni el comando de campaña del PLN ni sus autoridades comprendieron el disgusto histórico del electorado, ni tampoco hicieron una medición científica del apoyo con el que contaba el PLN y su candidato. En consecuencia, su millonaria y tradicional campaña no logró atraer al electorado y, al igual que le ocurrió al PLN en la contienda del 2001-2002, se enteró de su apoyo real a través de las publicaciones de estudios en el periódico La Nación .

Concretamente, el 1 de diciembre del 2013, un estudio Unimer- La Nación informó al país de que, a 62 días de las elección, no había un claro favorito y, además, que José María Villalta tenía una apoyo muy similar al del candidato del PLN. Aunque el PLN rechazó los resultados de Unimer, realizó una serie de cambios en estrategia, agencia de publicidad y liderazgos, pero ya era tarde para dar un giro total.

El sector económico y empresarial más importante del país coincidió en un esfuerzo unificado para responder a la amenaza de que el candidato del Frente Amplio pudiera ganar las elecciones.

Ese esfuerzo, la campaña del PLN y la del Movimiento Libertario –principalmente, algunos argumentos que se “viralizaron” vía redes sociales–lograron cambiar la percepción sobre José María Villalta, de ser un joven y atractivo candidato socialista a ser “el candidato con inclinaciones chavistas y heredero fiel de las ideas del comunista y fundador del partido, José Merino del Río”.

En enero del 2014, estudios de la Universidad de Costa Rica y de Unimer confirmaron las tendencias identificadas en diciembre, y el electorado con más claridad enfrentó lo peor de sus preocupaciones: que el PLN ganara las elecciones o que ganara el etiquetado por algunos como “comunista-chavista”.

La campaña del PAC y la forma de comportarse su candidato en los debates, programas de opinión, entrevistas y uso de las redes sociales, entre otros elementos, llevaron al electorado a encontrar en Luis Guillermo Solís al líder político esperado durante dos décadas y la respuesta a sus aspiraciones de un cambio moderado en la dirección del país.

Enseñanzas. Las enseñanzas de estas elecciones son extensas. Entre otras, el PLN debe entender que el país estuvo a punto de admitir un partido de extrema izquierda en el Gobierno, antes que aceptar otros cuatro años de su forma tradicional de hacer política. Igual mensaje envió el electorado al resto de partidos, a las nueve fracciones legislativas y, en general, a la “clase política”.

El Frente Amplio, que sobrepasó los objetivos propuestos para la elección, debe comprender que este país se inclina más por las reformas que por el cambio radical. El PAC debe tomar en cuenta que el inesperado e inmenso apoyo que recibió para la presidencia no se compara con el obtenido para el Congreso. Es decir, su consolidación y apoyo para su gestión depende de que logre conservar a quienes ilusionó con su promesa de cambio, y cumplir con las expectativas creadas. Por su parte, el PUSC debería deducir que le están dando una segunda oportunidad.

No hay duda de que, con este panorama histórico, las expectativas para el próximo cuatrienio son monumentales. ¿Entenderán los partidos políticos que el reto no es solo para el presidente, o para el PAC, sino para todos los actores políticos? ¿Comprenderán que los ciudadanos exigen una forma distinta de hacer política? ¿Será posible que estas dos décadas no hayan pasado en vano para el aprendizaje de nuestros líderes políticos? ¿Cabe la posibilidad de que el PLN, considerado por los costarricenses como el partido que más ha contribuido al país, sea capaz de rehacerse y reconquistar esa posición? Habrá que esperar los primeros 100 días de la Administración Solís, que nos dirán si se logran los consensos necesarios para formular políticas de Estado en áreas como salud, educación, seguridad, infraestructura, energía, etc., y soluciones de corto y medio plazo para los problemas más apremiantes, una responsabilidad de todos.

Termino recapitulando las acertadas palabras del analista político Víctor Ramírez cuando afirma que todas las personas recién electas están obligadas a realizar un desempeño a la altura de la conducta y la cultura cívica y democrática demostrada por los costarricenses en las recientes elecciones. Esperamos que así sea.