Desempolvemos a la diosa Concordia

Para Cicerón, la sociedad debe buscar los elementos comunes que la unen y no resignarse a la mera coexistencia

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Como he escrito en otras ocasiones, la mitología tiene sus enseñanzas. Concordia era la diosa romana del acuerdo, el entendimiento y la armonía asociada a las deidades femeninas de la salud, la seguridad, la prosperidad y la paz.

Su versión griega era Harmonía y su opuesta, la diosa Discordia, o la llamada griega Éride, que representaba asimismo la envidia.

La teogonía, poema de Hesíodo, menciona las personificaciones que engendró Discordia: Lete (el olvido), Limos (el hambre), Algos (el dolor), las Hisminas (las disputas); las Macas (las batallas); los Fonos (las matanzas); los Neikea (los odios); los Pseudologos (las mentiras); las Anfilogías (las ambigüedades), Disnomía (el desorden) y Ate (la ruina y la insensatez). El mito nos ofrece modelos de conducta y capta paradójicamente la realidad.

No extraña que la concordia sea uno de los temas centrales del mundo clásico desde Aristóteles hasta Cicerón. Las grandes monarquías helenísticas la adoptaron como ideología de sus imperios.

Para Aristóteles, la concordia se aplica a los actos que tienen importancia y pueden ser útiles a las partes y a todos los ciudadanos. La concordia, para el estagirita, se convertía en una especie de amistad civil, porque comprende intereses comunes y necesidades de la vida social.

Asimismo, Cicerón, en su Tratado sobre la convivencia, menciona que en una sociedad hay que buscar los elementos comunes que la unen y no resignarse a una mera coexistencia, pues la concordia no es sinónimo de conformidad o tolerancia. Para Cicerón, esta virtud es un vínculo de bienestar seguro, el más fuerte vínculo de unión permanente en cualquier república.

Por su parte, el filósofo Ortega y Gasset afirma en su ensayo “Del Imperio romano” que la concordia es el cimiento último de toda sociedad estable y presupone que en la colectividad haya una creencia firme y común.

Para que una sociedad se mantenga unida se requiere consenso en torno a valores fundamentales. De lo contrario, la sociedad se divide y acaba desintegrándose. Esta disposición favorece el pluralismo, la continuidad, la vertebración e integración de los ciudadanos.

Pensar es dialogar con las circunstancias. La historia nos está convocando al arte de la concertación, al arte de la integración, pues no podemos vivir de manera inconexa.

La concordia es la base de toda paz pública y privada. Es un ideal, pero también una tarea ética. La concordia social es un desafío en una sociedad multiétnica y donde existen tantos intereses contrapuestos.

La cordialidad es un elemento central para la calidad de vida. Se dice que la etapa más elevada del desarrollo de una civilización es su habilidad para establecer un diálogo.

La discordia divide, y dividir una sociedad es la forma más fácil de controlarla. Si Grecia y Roma nos enseñaron el arte de vivir juntos en una misma ciudad y en un mismo Estado, nosotros podemos lograrlo con diálogo y respeto.

Los enfrentamientos seguirán postergando resoluciones que son críticas para nuestro país. Nos hacen caer en la acción paralizante y devastadora de la inercia.

Procuremos una convivencia grata, amable y cordial. Una convivencia que enriquezca nuestras relaciones. Que nos haga personas atrayentes por ser empáticas, abiertas y receptivas, que aportan cooperación, motivación y competencia.

Ello, quizás, cambie el clima de tensión y desconfianza para finalmente preguntarnos qué es lo que nos une y cuál es nuestra identidad.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.