Desarrollo desde la ciudad

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Al pensar en teorías de crecimiento y de desarrollo socioeconómico, saltan a la mesa un sinfín de fórmulas, metodologías y propuestas.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) calcula la calidad de vida (índice de desarrollo humano) a partir de variables como esperanza de vida, educación y producto interno bruto.

El año pasado, Costa Rica ocupó el puesto 69. El panorama no pareciera ser muy alentador, pues Cuba está en el 67 y Líbano, en el 68; mientras Irán y Venezuela se ubican en el 70 y 71 respectivamente.

Dadas situaciones dispares, como geografía, coyunturas económicas y políticas en ciertas regiones, así como la presencia de recursos naturales y nodos económicos dinámicos, parece una tarea dantesca homogeneizar el desarrollo a lo largo del territorio nacional.

Una cuestión que ocupa mi cabeza desde hace un par de años es qué pasaría si pensáramos el desarrollo desde la propia ciudad, si todos los recursos de un área geográfica específica se utilizaran en el desarrollo especifico de ese mismo territorio, ¿cuál sería el resultado?

Un dicho popular reza que si Mahoma no va a la montaña, la montaña vendría a Mahoma. Pregunto entonces, si el desarrollo no va al habitante, ¿el habitante vendría al desarrollo? La respuesta es incierta seguramente; sin embargo, me atreveré a pronosticar un resultado tomando como ejemplo las inmigraciones del campo a la ciudad ocurridas a principio del siglo pasado.

La necesidad (más que la oportunidad) obligó a cientos de familias de zonas rurales a desplazarse hasta los grandes centros industriales en busca de las tres variables del PNUD.

La mayoría de los servicios municipales o básicos suelen medirse en una variable por habitante, o bien, una variable por metro cuadrado, por ejemplo, si se dispone de un hospital en una zona rural se entiende que el área que cubre es mucho mayor que en una zona urbana, pero menor en alcance de población.

Así, por tanto, suele medirse la cobertura (camas disponibles) por el número de habitantes, es decir, 1 cama por cada 80 personas.

El panorama presenta un reto, pues las poblaciones rurales no giran en torno a un punto concéntrico, por el contrario, suelen extenderse en torno a una carretera y tener ramificaciones en cientos de caminos que conducen a pequeñas poblaciones.

Costa Rica, como muchos países latinoamericanos, optó por la primera opción en la analogía de Mahoma, es decir, concibe el desarrollo en función de homogeneizar la calidad de vida de un espacio urbano y del medio rural. Por ello, se ha dado a la tarea de construir escuelas, colegios y hospitales y a brindar servicios públicos (electricidad, agua, telefonía, Internet) en zonas rurales. Como es de notar, resulta mucho más caro cubrir todas estas necesidades a lo largo de cientos de kilómetros de zona rural en contraposición con una población urbana centralizada.

Pongamos otro ejemplo, un ciudadano del kilómetro 30 de una carretera rural que une dos poblados desea tener acceso a la electricidad. Basado en la visión homogeneizadora, el Estado deberá hacer el esfuerzo económico de facilitar infraestructura para satisfacer las necesidades de este ciudadano, a fin de que su calidad de vida sea comparable con la de uno que resida en la zona urbana, con el consecuente impacto financiero que esto significa para las maltrechas arcas del país.

¿Tiene sentido esta visión? La respuesta es no.

Analicemos el mismo ejemplo pero en un entorno urbano. Un ciudadano adquiere un lote en una alameda del sur de San José y desea construir una casa. Se pregunta entonces si cuenta con los servicios necesarios para tener una buena calidad de vida.

Se pregunta, entonces, por el entorno y averigua que en un radio de cinco kilómetros cuenta con acceso a las tres variables que mide el índice de desarrollo humano: salud (Ebáis, clínicas, hospitales públicos y privados), educación (publica y privada) y trabajo (estatal y privado).

Caso inverso. ¿Y si pensáramos el desarrollo en función de la ciudad? Imagino que en vez de asignar recursos para solventar las carencias del medio rural los utilizaríamos para maximizar las ventajas o para elevar los índices de calidad de vida haciendo de las ciudades verdaderos nodos de crecimiento.

El Banco Mundial calculó que para el período 2011-2015 el 76% de la población de Costa Rica residía en una zona urbana, de manera que, repensando el desarrollo desde la ciudad, ¿estamos por extensión elevando la calidad de vida del 76% de la población?

Que pasaría si se construyeran más centros de educación, más hospitales y mejores servicios de infraestructura en espacio urbanizados, ¿beneficiarían a más población en comparación con un medio rural?

Si la visión de desarrollo de Costa Rica se basara en convertir las siete cabeceras de provincia en ciudades con una alta calidad de vida, si todos los esfuerzos estuvieran en función de crear en ellas niveles tan altos como los encontrados en ciudades europeas o angloamericanas, ¿estaríamos llevando el desarrollo, el bienestar por extensión, a la mayoría de la población?

Esta y otras tantas preguntas pueden plantarse a partir de este pequeño artículo, todas válidas y todas necesarias.

El autor es estudiante de administración aduanera y comercio exterior.