Desafortunado homenaje de la Academia Morista

El presidente, Luis Guillermo Solís, rindió un homenaje al escritor nicaragüense Jorge Eduardo Arellano, quien piensa que el “el tico es un ser refractario a la pasión y a la sinceridad”

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El 30 de setiembre último, en Puntarenas, la Academia Morista Costarricense celebró un homenaje al héroe y libertador Juan Rafael Mora Porras. Como parte de la conmemoración, ocurrió algo que llama profundamente la atención, teniendo en cuenta el objetivo fundamental de dicha Academia, cual es el conocimiento y la exaltación de la figura patriótica de don Juan Rafael Mora y lo que este representa para los valores nacionales y la reconstitución de Costa Rica como país a partir de la Campaña de 1856.

Lo que señalamos con asombro es que, en el marco de esa celebración, se rindió un homenaje al escritor nicaragüense Jorge Eduardo Arellano y se lo nombró miembro correspondiente en Nicaragua de dicha Academia. La entrega de la venera que lo acredita como tal le fue impuesta al señor Arellano por el mismísimo presidente de la República, Luis Guillermo Solís. Dada la representatividad que tiene quien ocupa la presidencia de la República, ello significa que el homenaje no solo lo concedió la Academia Morista, sino el propio país por medio de su máxima autoridad.

Presumimos que los miembros de la Academia Morista, al igual que don Luis Guillermo Solís, no tenían conocimiento de las ofensivas expresiones que hacia Costa Rica, su cultura y sus habitantes ha manifestado el señor Arellano. Para muestra vayan varios botones tomados de la presentación que de nuestro país hace dicho señor en su Literatura centroamericana / Diccionario de autores contemporáneos / Fuentes para su estudio (2003), uno de sus más conocidos libros.

Ofensas. En la sección “Formación del Estado y literatura de ideas en Costa Rica” (pp. 15-23 del libro mencionado), mediante elaboración propia o apoyándose en fuentes que utiliza para legitimar su propia valoración de nuestro país, el señor Arellano se permite decir que “el costarricense contemporáneo se ha formado en medio de emociones superficiales –como la afición al fútbol– y de un sentido carnavalesco de la vida y las elecciones” (p. 16).

Eso es solo el inicio porque algunos párrafos más adelante apuntará que el costarricense no tiene “un sentido heroico y poético de la existencia como el nicaragüense” (p. 19).

Las perlas principales las ofrece en la última sección, con el ofensivo subtítulo, de inspiración vasconceliana, El costarricense y su “aura mediocritas”, porque esa es la visión que Arellano tiene de Costa Rica. Ahí, manipulando algunas citas para justificar su propia percepción, apunta: “Costa Rica (país de papier maché lo definió un español) se ha acreditado una retahíla que Víctor Hugo aplicó a los Estados Unidos y Miguel de Unamuno a las islas Canarias: que es la tierra de las flores sin olor y de las frutas sin sabor, de las mujeres sin pudor y de los hombres sin honor” (p. 22).

Si lo anterior no bastase, las dos joyas mayores las ofrece al final. La primera, cuando asevera: “Con todo, el ‘tico’ no es un pueblo de autores –de grandes individualidades creadoras– como el nicaragüense, sino de actores. Prácticamente, encarna el concepto social de la mediocridad, tal como la desarrolla José Ingenieros. Incapaz de formarse un ideal, el costarricense –rutinario y manso– comparte la ajena hipocresía moral y ajusta su carácter a las domesticidades convencionales. ‘Están fuera de su genio el ingenio, la virtud y la dignidad, privilegio de los caracteres excelentes’ –afirmaba Ingenieros del hombre mediocre, destino al que está condenado el ‘tico’” (pp. 22 y 23).

En la segunda joya, con la que culmina la serie de exabruptos, Arellano nos hace saber: “El costarricense, si es posible definir a este ser refractario a la pasión y a la sinceridad, no ha tenido límites en elaborar una fuerte mediocracia a nivel nacional” (p. 23).

Error presidencial. Cualquiera, nacional o extranjero, puede pensar lo que le apetezca sobre Costa Rica y lanzar la diatriba que quiera; este no es el problema. Lo extraño es que a esa persona se le rinda un homenaje por parte de la Academia Morista Costarricense y se lo nombre miembro correspondiente en Nicaragua. Para mayor crédito de ello, es la propia Presidencia de la República –“embarcada” en esa acción, como se dice popularmente– la que le impone la venera que lo constituye oficialmente como tal.

El señor Arellano debe de haber considerado que ese insólito homenaje que –a pesar de su ludibrio– le rindieron aquellos que, según su ideario, están obligados a velar por la dignidad de Costa Rica, es precisamente la confirmación de sus opiniones sobre nuestro país.

Autores: Estrella Cartín de Guier, Albino Chacón, Amalia Chaverri, Julieta Dobles, Marilyn Echeverría, Mía Gallegos, Rafael Ángel Herra, Víctor Hurtado Oviedo, Emilia Macaya, Arnoldo Mora Rodríguez, Mario Portilla Chaves, Carlos Rubio Torres y Víctor Sánchez Corrales.