Derechos crucificados

Nada justifica que, siendo organizaciones privadas, se apropien de espacios públicos

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Desde hace algún tiempo, los parques de la ciudad de Alajuela han sido tomados por grupos evangélicos que los utilizan para predicar. Debido a que el Dios de estos grupos padece de severos problemas auditivos, la predicación no solo se hace a gritos, sino con la ayuda de potentes equipos de amplificación de sonido. Además, la actividad se extiende por horas y horas (en duración, esas prédicas podrían competir con los antiguos discursos de Fidel Castro).

Si se pone atención a la prédica, se notará de inmediato que, en el nombre de su Dios, los evangélicos condenan a todos los que no comparten sus creencias y que, en su mismo nombre, invocan –entre otros– prejuicios sexistas y homofóbicos.

Por si lo anterior fuera poco, las evangélicos realizan sus escandalosas actividades cerca de paradas de autobús, de manera que los pobres mortales que hacen fila allí son forzados a escuchar –a gritos– una prédica religiosa que no solo podrían no compartir, sino que podría resultarles ofensiva.

Crucifixión. Una vez que la actividad termina, los evangélicos no se preocupan por recoger todos los desechos que dejan en el lugar: demonios agonizantes, pecados en diverso estado de descomposición y pedazos de cruces que se disuelven en sombras insondables.

Precisamente es en esas cruces que los evangélicos, cada vez que realizan sus actividades, crucifican los derechos de los vecinos que habitan alrededor de los parques a la paz y a la tranquilidad, los derechos de quienes visitan los parques a un ambiente libre de contaminación sónica y doctrinaria, y los derechos de quienes esperan el autobús a no ser hostigados por motivos religiosos ni a ser ofendidos por su condición de género o por su preferencia sexual.

Dado que dichos grupos evangélicos poseen sus propios templos, nada justifica que, siendo organizaciones privadas, se apropien de espacios públicos, como son los parques, para promover intereses particulares.

PLN. La feligresía evangélica en los últimos años ha tendido al estancamiento, mientras que el número de grupos evangélicos –como los peces bíblicos– se ha multiplicado, con el impacto correspondiente en la recaudación del diezmo.

Se comprende que, en tales circunstancias, los pastores estén desesperados, pero es inaceptable que, al implementar formas agresivas de competencia en el mercado de la fe, lo hagan a costa de las más elementales normas de convivencia civilizada.

Pese a que la Municipalidad de Alajuela ha sido ampliamente informada de esta situación, nada ha hecho al respecto, una omisión que podría explicarse porque el gobierno local ha estado en manos del Partido Liberación Nacional (PLN), organización política proclive a pactar con los grupos evangélicos, como lo acaba de demostrar la bancada liberacionista en la Asamblea Legislativa.

Independientemente de quién sea el candidato presidencial del PLN en el año 2018 (Oscar Arias Sánchez o José María Figueres Olsen), los costarricenses, a partir de la experiencia de la ciudad de Alajuela y de lo ocurrido en el Congreso, deben tener claro que un voto por el PLN termina, a la larga, convertido en un voto por quienes levantan cruces para crucificar una y otra vez los derechos del prójimo.

El autor es historiador.