Democracia yresponsabilidad ciudadana

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El pasado 7 de noviembre celebramos el Día de la Democracia porque en esa fecha, de 1889, miles de costarricenses salieron a las calles a exigir que se respetara su voluntad expresada en las urnas. Estas favorecían a José Joaquín Rodríguez y no al candidato del Gobierno, Ascensión Esquivel. Ante el intento del presidente Bernardo Soto por desconocer el resultado e imponer a Esquivel, nuestros bisabuelos rodearon San José armados de machetes y palos. La historia la recuerda como “la noche de los machetes”. Soto y Esquivel se vieron así forzados a respetar el resultado electoral y, al cabo de seis meses, Rodríguez asumió la presidencia de la República.

Las sombras del autoritarismo y la violencia política no desaparecieron esa noche. La consolidación de las instituciones republicanas tardó más décadas en lograrse. Pero, ese día, los costarricenses ratificamos una decisión histórica: ser soberanos. Ya con Gregorio José Ramírez le habíamos dado la espalda para siempre a la monarquía y, con Juan Rafael Mora, plantamos cara al expansionismo sureño de William Walker. Ese 7 de noviembre aclarábamos que tampoco queríamos que se irrespetara la voz del pueblo. Era claro: no queríamos que nadie nos impidiera ser dueños de nuestro destino. No queríamos ser súbditos de reyes, esclavos algodoneros, ni masa dirigida por personas sin mandato popular. Asumimos la responsabilidad de ser ciudadanos.

La ciudadanía dignifica al ser humano. Proclama su vocación por la libertad y su capacidad para asumir la responsabilidad que esta entraña. La responsabilidad no es la otra cara de la libertad, es su sustento. Quien no quiera hacerse responsable de su vida, incluida la vida en comunidad, no puede pretender ser libre, carece de la madera que se necesita para ser ciudadano. Ser ciudadano es un honor, pero un honor que cuesta. Si queremos ser hombres y mujeres libres, si de verdad queremos ser ciudadanos, deberemos asumir las responsabilidades que ello conlleva. Y eso es lo malo de ser ciudadano: el esfuerzo que demanda. Una carga que algunos, los “que prefieren el ocio al honor”, preferirían quitarse de encima.

Únicamente en las democracias hay ciudadanos, porque solo estos pueden sobrellevar, responsablemente, el peso de la libertad democrática. Por ejemplo, en las dictaduras no hay campañas electorales. Un grupo selecto escoge a los líderes y así le evita al pueblo la ardua tarea de escuchar diferentes propuestas y distintas versiones sobre la realidad, para optar por una, aun asumiendo el riesgo de equivocarse.

Asimismo, en las dictaduras no cabe la posibilidad de que los candidatos exageren sus promesas e, incluso, mientan a sus electores, de modo que la gente no se ve obligada, como en las democracias, a cuestionar lo que oye o a exigirles a los aspirantes que expliquen cómo van a hacer lo que prometen.

Solo en las democracias se confía en la gente, y al ciudadano no se le filtran los candidatos a los que puede escoger o las fuentes de información a las que puede tener acceso. Con algunos requisitos muy básicos de inscripción, todos pueden postular su nombre, mientras que los medios de comunicación, Internet y las redes sociales fluyen en un amplio marco de libertad sin ninguna clase de censura previa en el ámbito de la política. Son los ciudadanos, no el Estado, los responsables de distinguir el grano de la paja, escarbar en el currículo de los candidatos y discernir entre la información y el rumor, las noticias y las invenciones, las denuncias y las calumnias. Informarse, escuchar críticamente las distintas versiones, recompensar con nuestro interés las investigaciones serias y castigar con la indiferencia a los bufones sensacionalistas; he ahí el deber del ciudadano.

Los costarricenses escogimos la democracia porque queremos ser libres y porque confiamos en nuestra capacidad para serlo, pero con ello asumimos la responsabilidad de demostrarlo. Por eso, el mayor desafío de este país para el siglo XXI es construir ciudadanía.

En el mundo se nos reconoce como una democracia ejemplar y ciertamente, a lo largo de la historia, hemos tomado decisiones que ratifican ese empeño por ser libres, por vivir en democracia. ¿Estaremos hoy a la altura del modo de vida que como pueblo escogimos?

Costarricenses, seamos lo que un día nos prometimos ser: una democracia.

Seamos ciudadanos, asumamos esa responsabilidad.