Del bilingüismo y el derecho a decidir

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Votar es normal en un país normal. Votar es democracia. Bien lo podemos gritar a los vientos los costarricenses, luego de una extenuante campaña electoral. En el 2014, hemos tenido la oportunidad de hacerlo en dos ocasiones, y mantener una tradición democrática, emblemática y envidiada a la vez.

No para muchos son un secreto los fervores nacionalistas que vive Europa en los últimos años, que se vienen tejiendo desde mucho tiempo atrás. Los escoceses tienen cita con las urnas el próximo setiembre, para tomar la decisión sobre su secesión o continuidad en el Reino Unido. El Gobierno británico ha emprendido una carrera no por desmerecer el derecho a decidir, sino por mostrar a sus hermanos de Escocia las ventajas de continuar con ellos.

Muestra de madurez de un Estado democrático es la posibilidad de que su pueblo actúe en la toma de decisiones trascendentales. El Gobierno bávaro realizó un referéndum donde los votantes muniqueses (y no todo el conjunto del pueblo teutón) decidieron abstenerse de participar por la candidatura de los Juegos Olímpicos de Invierno para el 2022. Sin ir muy lejos, Costa Rica tuvo dos referendos relacionados con el TLC con Estados Unidos en el 2007 y, anteriormente, el referendo por la reforma de la Constitución para avalar la reelección presidencial.

El 11 de setiembre del 2013, 1,5 millones de catalanes captaron la atención del mundo al unir sus manos a lo largo de más de 400km de la Vía Catalana, pidiendo al Gobierno español la posibilidad de votar y ejercer el derecho a la autodeterminación del pueblo catalán. Una demanda democrática debe tener una respuesta democrática y que mejor respuesta que el derecho a votar. No obstante, ni el diálogo ni las manifestaciones del pueblo encuentran el camino para conseguirlo.

El gobierno de Mariano Rajoy habla de disparates nacionalistas desmedidos y niega cualquier posibilidad de poder llevar a cabo una consulta o cualquier tipo de reforma constitucional, puesto que la Constitución “no se toca”. Esta es su actitud antes de apelar al valor del diálogo y la discusión constructiva de argumentos.

Bien lo apunta Félix Ovejero en un artículo de opinión en el diario El País (“El nacionalismo sin paradojas”, 11 de abril del 2014): “El empeño en ‘extender la conciencia nacional’ solo tiene sentido si los individuos no creen que son una nación y si hay democracia no cabe la secesión porque se realiza en contra de lo que todos hemos decidido”.

Señala, además, que el nacionalismo no es el resultado de una nación, sino que este es lo que crea la nación. España enfrenta una marcada crisis sociocultural, además de la económica. Prueba de ello es la última reforma educativa que limita la enseñanza de las lenguas cooficiales en España: catalán, gallego y vasco.

Lazos. Vivimos en una sociedad pluralista y, por tanto, el respeto mutuo a otras culturas, aficiones y políticas tiene un carácter de obligatoriedad, de tal forma que se pueda hablar de una solidaridad social y no de un suicidio colectivo en pleno siglo XXI.

No ha habido cosa que me haya impresionado más durante mi vida en Cataluña, que ver a los niños de cuatro o cinco años cuando van al kínder , pues van mezclando catalán y español, como lenguas hermanas que son. La identidad catalana es igual de fuerte y grande que la española, ni la una ni la otra pueden negar este enlace que las une. Si estos niños no ven problema alguno en la convivencia de dos lenguas, ¿por qué habrían de verlo sus padres o los políticos? ¿Por qué negarles la experiencia maravillosa del proceso de aprendizaje que implica el bilingüismo?

Ningún organismo internacional debería permitir el discurso del miedo que se propaga: por idioma, por cultura, por la autodeterminación. No hay mejor acto de cultura que el acto de compartir. Compartir lengua, tradición, historia, identidad.

El mundo de la inmersión es un mundo de oportunidades y ventajas. Y es que son muchos los fantasmas inventados de la situación actual en Cataluña y no hay quien lo explique mejor que alguien que vive allí.

En cuanto al derecho a la autodeterminación, puede hacerse la analogía de una madre que ve a su hijo cuando quiere emanciparse. ¿Qué haría una buena madre? Todo. Estaría preocupada, confiaría en él y le desearía buena suerte. Dejaría abierta la puerta de la casa por si acaso regresa. El hijo, agradecido, marcharía de casa sabiendo que será difícil, pero que se le ha educado bien para este momento y que jamás olvidará a quienes lo ayudaron.