Dejémonos de romanticismos, hablemos de productividad

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Con el inicio del periodo electoral es asombroso identificar la ausencia de ideas concretas y válidas de los partidos políticos para conducir al país hacia el progreso. Se habla de ingobernabilidad, mas no se propone solución. Se habla de proyecto país, pero no se logra consenso.

Es fascinante leer las propuestas de varios profesionales y académicos cuando opinan sobre la situación del país. Una vasta mayoría concluye que es necesario luchar por un mejor destino, por mejores gobernantes, por mejor educación, por mejorar las condiciones sociales del costarricense, pero resulta extraño que alguien diga cómo hacerlo.

En el año 2012 se conformó la Junta de Notables a solicitud de la Administración Chinchilla Miranda. Sin duda representa un caso invaluable para explicar la problemática que vivimos como país.

El equipo de notables se conformó a solicitud de la Presidenta a mitad de periodo. Síntoma 1: Falta de planificación.

El objetivo: “Avanzar hacia mayores niveles de funcionalidad y calidad de nuestra democracia.” Me pregunto: ¿Esta es la prioridad del gobierno, cuando el pueblo habla del alto costo de la vida, desempleo y poco desarrollo social? Síntoma 2: Buscamos las respuestas a las preguntas incorrectas.

Tiempo requerido: 7 meses. Síntoma 3: No existe sentido de urgencia.

La propuesta consistió en 97 recomendaciones sobre temas diversos. Síntoma 4: No diferenciamos entre lo importante y lo no tan importante.

Resultado: El gobierno no ejecutó ningún cambio mayor. Síntoma 5: Falta de ejecutoria.

Es romántico hablar de una Junta de Notables con buenas intenciones. Por lo tanto, dejémonos de romanticismos y hablemos de productividad. Vamos al grano: ¿Qué quiere el pueblo? Vivir mejor. ¿Qué necesitamos para lograrlo? Educación, salud y empleo. ¿Cómo lograrlo? Viviendo en una cultura de productividad a todo nivel.

Sin duda, la productividad logra que converjan distintos grupos de interés, pues favorece tanto al Estado como a la empresa privada, al empresario como al asalariado y al desempleado. Al rico, a la clase media y al pobre. Al enfermo y a quien goza de salud. A quien tiene estudios y al que desea tenerlos.

Si el Estado incrementa su productividad, podrá ofrecer mejores servicios a un menor costo. Se disminuyen los trámites, se asignan los recursos remanentes a mayor inversión en infraestructura. Esto favorece la competitividad del país y, por tanto, atrae más inversión extranjera directa, lo que genera empleo y bienestar. El empresario, al generar mayor renta, tributa más y genera un mayor ingreso al Estado que, a su vez, asigna mayor cantidad de recursos a la educación y a la salud. En fin, la lista de efectos positivos podría continuar.

La filosofía de la productividad exige contar con algunos principios básicos: Planificación, pues no puede ser fruto de la improvisación. Medición para asegurar su efectividad. Progresividad, pues debe existir mejora permanente sin importar su magnitud y, también, simplicidad. Para conseguirla debemos ser capaces de hacer lo que decimos que vamos a hacer, lo cual sugiere la necesidad de rendición de cuentas. También es necesario incentivar el progreso del empleado público, no por títulos o años de labor, sino por efectividad y progreso . Es preciso hablar de un proceso porque una cultura de productividad toma tiempo y lograr voluntad política y liderazgo.

Reto a cualquier partido político a empezar a pensar en productividad. Si no lo hacemos, no me vengan con romanticismos.