Deficiente conducción en inglés y español

Los egresados de la secundaria conducen un vehículo idiomático cuya potencia a duras penas le permite maniobrar en superficies planas

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Si tomamos como base el Marco común europeo de referencia para las lenguas (MCERL), que es un estándar para medir el nivel de competencia en una determinada lengua (en este caso el inglés) y lo comparamos con las categorías de licencias de conducir que expide la Dirección General de Educación Vial (DGEV) de nuestro país, convendremos en que quien egresa de la secundaria conduce un vehículo idiomático cuya potencia a duras penas le permite maniobrar en superficies planas y trayectos cortos.

Tengo fundadas sospechas para creer que el organismo europeo se inspiró en la DGEV para determinar los niveles de aprendizaje del inglés, tan evidentes son las similitudes y categorías entre ambos.

Veamos. El nivel A1 corresponde al de los principiantes en el MCERL y la licencia que se otorga en la misma categoría es para bicimotos y motocicletas de bajo cilindraje. A2 define la categoría básica del idioma y la DGEV aprueba las licencias para manejar bicimotos y motocicletas con una cilindrada de hasta 500 c. c.

El nivel B1 comprende un aprendizaje intermedio del inglés y faculta a los conductores de automóviles livianos. B2 indica un dominio intermedio del idioma y habilita para conducir camiones pequeños y C1 es el nivel avanzado y exclusivo para taxis.

Cuando se observan los resultados de la prueba de inglés que la Universidad de Costa Rica hizo a 5.625 estudiantes de undécimo y duodécimo en el año 2023, la realidad colisiona con las expectativas.

En comprensión de escucha, más del 70 % se ubicó en las categorías A1 y A2, es decir, tienen en este idioma las destrezas para conducir una sencilla bicimoto o una motocicleta. En comprensión de lectura, el 80 % apenas mantiene el equilibrio en los mismos vehículos recorriendo las orillitas de los carriles A1 y A2, y en producción oral menos del 10 % fue capaz de conducir un camioncito pequeño (B2).

La potencia de cilindrada acumulada por los estudiantes en años de aprendizaje en la conducción del idioma inglés es insuficiente para avanzar en un taxi desde la secundaria a la educación superior (C1). En palabras sencillas, egresan de la mayoría de los colegios públicos sin entender gran cosa de lo que se les dice, lo leen como si la mayoría de las palabras fueran unidades lingüísticas desconocidas y lo hablan para que el receptor del mensaje se pregunte si formó parte de un diálogo o de una farfullada.

Estos futuros conductores del inglés deficientemente adiestrados deberán manejar en las calles de un mundo en competencia donde la calificada formación profesional y la proactividad son fundamentales para desempeñarse con éxito y satisfacción personal.

Unas décadas atrás, el conocimiento del inglés era un requisito opcional con vistas a obtener un empleo y confería prestigio a quien lo dominaba. Hoy las empresas que compiten a escala global reemplazaron la reputación por la necesidad y la opción por lo imperioso.

La tupida hiedra del aprendizaje deficiente también trepó hasta el idioma español. En la Prueba Nacional Diagnóstica del 2023 que el Ministerio de Educación Pública (MEP) aplicó a los estudiantes de sexto grado, el 73,6 % mostró un nivel básico e intermedio y el 80,7 % de los de undécimo y duodécimo se ubicó en la misma banda.

El MEP definió el nivel básico como elemental y “desempeño estudiantil poco satisfactorio” y el intermedio, de dominio parcial. El Informe del Estado de la Educación del año pasado confirmó la calamitosa situación.

Referidos estos porcentajes a los tipos de licencia de conducir, los estudiantes egresan de la educación secundaria escribiendo y comprendiendo el idioma español montados en solo dos ruedas, y los mejores conduciendo un carrito liviano.

Esperando que la ruta de la educación diseñada por el MEP lleva a algún destino más allá que rellenar los baches del rezago educativo, me aventuro a proponer que el trayecto se construya evaluando, entre otras cosas y sin más dilación, la calidad del personal docente que lo asfaltará y que deberá interesar a una población estudiantil sentada más a gusto en las redes sociales que en un pupitre.

Asimismo, sugiero que se revise la flojedad o robustez de los contenidos en relación con las exigencias del mundo laboral, porque si la ruta se construye sobre tierra suave o porosa, acabaremos escribiendo el español y el inglés como eternos aprendices y balbuceándolo en vez de hablarlo.

alfesolano@gmail.com

El autor es educador pensionado.