Decisiones impostergables

El reloj corre para los fabricantes de vehículos contaminantes no solo en California

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El titular de una noticia publicada en El País de España me levantó del sillón para escribir. Decía que California prohibirá la venta de vehículos de gasolina a partir del 2035. Esto tiene interpretaciones interesantes, más allá de lo que se lee.

La primera es que los Estados se están preocupando por disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes de los cambios en el clima. Cambios cada vez más caros, veloces y mortales. Esa interpretación es la obvia. Pero ¡en buena hora!

La segunda es más delicada. Los países están regulando aspectos que las empresas no podrán evitar. La ley —que es más cara— se está imponiendo a las organizaciones que no quieren empezar a hacer cambios.

La más compleja de todas las interpretaciones es que, para grandes transformaciones, se necesitan decisiones y sacrificios de igual magnitud. No hay otra forma. No habrá manera de hacer frente al aumento de la temperatura del planeta sin variaciones que impliquen ganancias, pérdidas, renuncias y sacrificios. No se puede evitar ninguna.

Ahora bien, ¿por qué digo que la ley se está imponiendo? Porque algunos no quieren efectuar por las buenas la urgente transición que necesita el planeta. Y no por una cuestión filantrópica, sino porque estamos hablando de restablecer lo necesario para que las empresas tengan donde funcionar, vender, comprar, etc.

La ley empezará a hacer lo que la visión de los empresarios no ha querido, y, al final, todo redundará en beneficio de los negocios. Es paradójico, pero a eso hemos llegado.

En 12 años, en California, las empresas que no cambien su ecuación de márgenes y rentabilidad a los vehículos híbridos, eléctricos o de hidrógeno no podrán vender. No habrá cómo ganar ese dinero y perderán esos ingresos. Se quedarán las que hayan hecho la tarea con suficiente tiempo.

La ola regulatoria abraza no solo a la industria de los motores. La vemos en alimentos, bebidas, finanzas, construcción, manufactura, cadenas de abastecimiento, etc. Lo anterior es carísimo para las empresas. Imponer una ley para que sea aplicada en un tiempo específico nunca ha sido ni lo más barato, ni lo más rentable para los negocios. Siempre salen afectados, de una u otra forma. Luego, la creatividad se encargará de generar algo para recuperarse, pero ya hubo dinero y tiempo perdido en el camino.

El cambio en las sociedades está conduciendo a las empresas a pensar no solo en cómo ser más rentables, sino también en cómo perdurar en condiciones que ya no son las mismas. El nuevo orden social requiere la participación de empresas que se involucren y reinventen para que, a través de los negocios, sea posible el desarrollo sostenible, que necesitamos para seguir teniendo un ambiente propicio para el bienestar y la operación empresariales, sin que haya rivalidades innecesarias.

El desarrollo social y el bienestar no deben seguir siendo rivales de la iniciativa privada. Las compañías, con sus acciones en todos los ámbitos, son capaces de contribuir a que estos mejoren y persistan.

Cuando hablo de sacrificios, me refiero a que la fórmula ganadora de algún producto o servicio que riña con los nuevos gustos y preferencias de los consumidores o que a la postre cause un impacto social o ambiental irremediable se tiene que acabar.

Habrá que eliminarla y sustituirla por otras que, a lo mejor, a corto plazo, no dejen los márgenes acostumbrados. ¿Ahora me entienden cuando hablo de sacrificios?

Podrán pensar que lo mencionado no es necesario y falta mucho para que las cosas se den. Les recuerdo cómo empezó este artículo. Con un tictac para las empresas de autos en California. Así están todos los segmentos de los negocios. Todos.

¿Cómo revertimos lo actuado para que el dolor no sea tan grande? Primero, hay que comprender que necesitamos sacrificar algo durante un tiempo para que los cambios se vean y nos adaptemos a la nueva realidad.

Segundo, es necesario un proceso que permita entender para qué existen las empresas y cómo contribuyen a la creación de valor para todos.

Tercero, hay que invertir en investigación e innovación para entender cuál es la fórmula de menor impacto que produce ganancia lo mismo que la que hoy genera más margen y tendrá que salir del mercado. Sacarla del mercado es una buena noticia, porque si no se actúa a tiempo, el consumidor lo hará, o el inversionista, o el banco, o la ley.

Estoy hablando de visión y liderazgo valientes para tomar decisiones urgentes. No se trata de creer o no en que las empresas deban hacer algo más por la sociedad, pues es un asunto de creerlo; si el negocio no se inserta en este proceso, no tendrá continuidad.

El tiempo corre y en las juntas directivas habrá más manos levantadas preguntando por qué no se evitó lo que hoy afecta los ingresos. Las cartas están sobre la mesa, faltan los sacrificios y las decisiones.

El autor es especialista en sostenibilidad.