De síndromes y secuestros

Criticar es muy fácil, decidir no tanto

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La conclusión del secuestro de las señoras Siegfried y Fleuchaus está lejos de ser el punto final a este drama. En realidad, el desenlace tan deseado por todos ha sido el punto de origen de un buen número de interrogantes que exigen respuestas adecuadas. Las implicaciones son de una gravedad extrema.

La primera señal de alarma la dio el Dr. Abel Pacheco casi inmediatamente después del regreso de las secuestradas. Las dudas expresadas por este distinguido psiquiatra no pueden ni deben ser ignoradas, pues subrayan inconsistencias de considerable envergadura. Es así como llama mucho la atención que las víctimas no presenten ninguno de los síntomas, físicos o psíquicos, de quienes han sido sometidas a un largo cautiverio, con gran peligro para sus vidas y en las condiciones climatológicas propias de la selva tropical. Muy por el contrario.

Es así que no se han constatado los efectos que, sobre pies y piernas, deberían haber tenido las frecuentes caminatas en circunstancias de selva tropical y sin los zapatos adecuados. ¿Y qué decir de la ausencia de parásitos o de algún desarreglo serio de las funciones digestivas, particularmente en personas no acostumbradas a nuestros climas de bajura? No se observa, tampoco, el daño psíquico que, casi sin excepción, caracteriza a personas que han sido sometidas a muy largos períodos de estrés.

¿Es creíble, además, que en más de dos meses de cohabitación bajo circunstancias que no favorecían la privacidad, no hayan jamás visto el rostro de ninguno de sus captores? ¿Es creíble que éstos hayan sido tan cuidadosos como para nunca haber removido los pasamontes en presencia de sus víctimas, a pesar de temperaturas que deben haber convertido en tortura semejante disfraz? La voluntad de las secuestradas de no cooperar con las autoridades ha sido tan evidente que la actitud del público ha sufrido un vuelco radical, como lo documenta la encuesta publicada el 18 de marzo por La Nación, según la cual un 62 por ciento cree que estas señoras no dicen toda la verdad, mientras que sólo un 8 por ciento afirma lo contrario. Y eso que no han sido sometidas a una entrevista intensiva, frente a una cámara de televisión, por parte de un experto en la materia. Esa sería, además, una oportunidad de perlas para que ellas concretizaran sus quejas contra el papel que jugaron las autoridades en este asunto. La única explicación que viene a la mente, fuera de la complicidad, es el llamado síndrome de Estocolmo, que lleva a la víctima a identificarse con el victimario, pues así parece lograrse una reducción del nivel de angustia generado por un constante peligro de muerte.

Y ya que de quejas hablamos, sería interesante saber si lo que ellas querían era que el Gobierno pagara el millón de dólares que originalmente pedían los secuestradores, abriendo así las puertas a docenas más de crímenes de la misma índole. Dejando a un lado el aspecto puramente económico de este curso de acción, es obvio que hacer tal cosa habría sido un acto de máxima irresponsabilidad de parte de nuestras autoridades, pues por salvarles la vida a estas secuestradas (asumiendo que sus vidas realmente estuvieron alguna vez en peligro), se habría puesto en peligro las vidas de las futuras víctimas.

Para mí es obvio que algunos creen que todos los costarricenses somos tontos, capaces de tragarnos las "yucas" más evidentes y burdas, pues, como somos "subdesarrollados"....

En todo este asunto también cabe lamentar la actitud de algunos medios de comunicación, que parecen no querer entender que, al menos en casos de secuestro, el derecho del público a saber no se puede sobreponer a la obligación de tratar de salvar la vida de las víctimas. El tan execrado mutismo de las autoridades, que ahora es moda llamar "hermetismo", es la respuesta lógica a una situación extrema. En otras partes del mundo, Europa, por ejemplo, en donde ha habido secuestros que han durado cinco y seis meses y más, el bloqueo de la información ha sido practicado como algo que ni siquiera se discute. Y los que hablan de la ineptitud del Gobierno en este caso deberían decir sin tapujos qué habrían hecho ellos de haberse encontrado en posiciones de responsabilidad. ¿O es que poseemos un cuerpo de policía altamente entrenado y remunerado, o que en la selva tropical se puede buscar a un pequeño grupo como si anduviéramos en un picnic? Criticar es muy fácil, decidir no tanto.