De obras (casi) completas

La recopilación de las obras de un autor se vuelve un imperativo en una sociedad educada

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Ahora que se habla tanto de la conservación del patrimonio cultural de un país (tangible como un edificio o intangible como un baile), hay que recordar que una de sus máximas expresiones es la recopilación de las obras de sus autores más destacados, por lo común de los ya fallecidos, como una manera de fortalecer la memoria colectiva y de permitir a las nuevas generaciones el contacto directo con los escritos de sus ancestros y su eventual estudio.

En este sentido, la conformación de “obras completas” se vuelve un imperativo cultural en una sociedad educada. Por supuesto que el adjetivo de “completas” muchas veces es relativo, pues por más búsqueda realizada, siempre queda la posibilidad de textos que escapen al escrutinio del recopilador, por diversas razones. Habría que hablar mejor de obras lo más completas posible.

Aunque hoy se tenga la opción de los libros digitales, las obras completas en versión impresa siguen siendo un objetivo infaltable de tal labor de recopilación, ordenación y crítica. No se trata de elegir entre el libro digital y el impreso, sino de complementarlos, aunque si hay que elegir una modalidad, la de más prestigio sigue siendo todavía la de papel.

Cierto: esos varios tomos sobre todo irán a engrosar los acervos de las bibliotecas públicas, así como las de unos cuantos devotos que tienen los medios para adquirirlos y las ganas de leerlos. No van a circular profusamente entre la mayoría de los lectores, ojalá así fuera, pero tampoco es esa su meta.

Para esto se hacen las ediciones individuales de los títulos más aceptados. De hecho, un autor que se quede solo en obras completas estará encerrado en su fino mausoleo si no logra pasar a la posterior reedición de títulos sueltos. Es un asunto dinámico: primero los libros aislados, después su reunión, luego la reedición de títulos interesantes o destacados.

Fortuna literaria. Quedarse solo con estos últimos no es suficiente, debido a que, con el paso de los años, un título que en su tiempo de publicación no fue valorado por los lectores, con los años puede volverse más significativo que los que brillaron en su momento, y al revés. Son los movimientos de la fortuna literaria. Si no se conserva la totalidad de una obra, se niega esa posibilidad de lectura, lo que es una pérdida cultural. Por lo tanto, se impone conservar la mayor cantidad posible de textos de un autor dado.

En términos de investigación literaria, es una maravilla tener acceso a la totalidad de una obra y no trabajar solo con los títulos sobrevivientes, aunque a veces no hay de otra, como ocurre con autores muy antiguos.

En el caso de Costa Rica, en las últimas décadas, se ha dado un buen trabajo de recopilación de obras completas, efectuado sobre todo por las editoriales universitarias (pienso sobre todo en la EUCR y en la EUNA), así como la ECR.

Tenemos así las obras de autores como Manuel Argüello Mora, Eunice Odio, Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles, Isaac Felipe Azofeifa, Lisímaco Chavarría, Vicente Sáenz, Omar Dengo, José Basileo Acuña, Eduardo Calsamiglia, Jorge Debravo, de los que me acuerdo. Está el caso de Max Jiménez, publicado hace años por la UACA.

A veces la “completud” solo alcanza a ciertos géneros del autor, por ejemplo: la narrativa de Carlos Luis Fallas o la poesía de Roberto Brenes Mesén. Justamente, Brenes Mesén es de los autores más necesitados de unas obras completas, pues se le recuerda sobre todo como poeta, pero con el tiempo creo que sus ensayos han adquirido más relevancia en términos de historia de las ideas y siguen dispersos, igual que buena parte de su prosa literaria. Faustino Chamorro sacó un excelente tomo primero en la EUNA, pero hasta donde sé no ha habido continuidad.

Tarea pendiente. Pese al buen trabajo realizado, falta mucho por hacer. ¿Dónde están las obras completas de Yolanda Oreamuno, de Carmen Lyra, de Victoria Urbano o de José Marín Cañas? ¿De qué sirve, en el caso de las dos primeras escritoras mencionadas, hacer tanta fanfarria por sus aniversarios, si no coronamos la fiesta con sus libros completos? En el caso de Oreamuno no sería tan difícil, dado que su producción no es muy amplia. Lyra tiene sitios digitales, pero esto no es suficiente.

Yéndonos más atrás, faltan autores indispensables para nuestra tradición como Carlos Gagini, Jenaro Cardona, Anastasio Alfaro o José Fabio Garnier para la literatura dramática. Está el caso de Ricardo Fernández Guardia, cuya obras completas sacó la EUNED en libros sueltos por iniciativa de Alberto Cañas. Este año en que se celebran los 150 años de su nacimiento, la EUNED podría hacer una edición especial y reunir tanto librito en unos cuantos tomos. A esta editorial debemos otros rescates como el de Justo A. Facio o, de manera parcial, el de Rogelio Sotela, limitado a la poesía. ¿Por qué no completar el trabajo con su prosa y su crítica literaria?

Están también los casos de marginales valiosos en busca de atención, como ocurrió con Calsamiglia, cuyas obras reunidas fueron una agradable sorpresa. Por ahí siguen esperando, entre sombras, autores como Moisés Vincenzi, Rafael Ángel Troyo, Rogelio Fernández Güell (cuyo centenario de muerte se cumple el próximo año) o María Fernández de Tinoco (que en los años cuarenta tuvo una edición de obras completas a cargo de Joaquín García Monge, nada menos).

Quedan, además, los letrados muertos en los últimos tiempos, como Alfredo Cardona Peña, Ricardo Blanco Segura, Alberto Cañas, Carmen Naranjo o Samuel Rovinski, aunque yo daría prioridad a los más antiguos.

En fin, hay mucho trabajo pendiente, pero las ganas de continuarlo son más fuertes, espero, sobre todo de parte de lectores acuciosos, así como de las universidades y editoriales atentas a la tradición literaria del país, la que, por más valiosa que sea, si no se vuelve palpable y accesible a la gente, será llevada por el viento del olvido y la indiferencia.

El autor es escritor.