De Beethovena Pekín

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LONDRES – El 1 de julio de hace 17 años, zarpé, en el Yate Real de Gran Bretaña, de Hong Kong, donde, en la medianoche del día anterior, China asumió la soberanía conforme a un acuerdo internacional con el Reino Unido (presentado en las Naciones Unidas) conocido como “Declaración Conjunta”. Dicho acuerdo garantizaba la forma de vida de Hong Kong durante 50 años, conforme al lema de Deng Xiaoping: “Un país, dos sistemas”. El Estado de derecho y las libertades asociadas con el pluralismo –las debidas garantías procesales y la libertad de opinión, reunión y culto– iban a seguir siendo la base de la prosperidad y la estabilidad de Hong Kong.

Vuelvo a este año. En una fecha que tanto significaba para mí personalmente, como último gobernador de la colonia, y mucho más para los ciudadanos de Hong Kong, asistí a una magnífica producción del Fidelio de Beethoven en los jardines de una casa de campo cerca de Oxford. La única ópera de Beethoven, escrita en 1805 (el año de la victoria de Napoleón en Austerlitz) y reescrita en 1814 (cuando Napoleón abdicó), es una de las expresiones culturales supremas de los valores humanos fundamentales –la libertad y la oposición a la tiranía– que resuenan en todas las sociedades.

El momento más dramático de Fidelio se produce cuando los presos políticos son liberados brevemente de sus mazmorras. “¡Oh, cielos! ¡Salvación! Felicidad”, cantan. “Oh, libertad! ¿Te nos concederán?”. Mientras cantan a la libertad, los rayos del ocaso deslumbraban a los presos y al auditorio de Oxfordshire. La naturaleza subrayó la importancia del mensaje.

Gran parte de la historia de los dos siglos transcurridos desde que Beethoven compuso su ópera se ha centrado en esa búsqueda de la libertad: la lucha contra las potencias coloniales, las campañas en pro de los derechos humanos básicos, la resistencia a los regímenes totalitarios y autoritarios modernos. En general, la libertad ha triunfado, pero la lucha no ha terminado aún, pues sigue en todos los continentes y adopta muchas formas.

Piénsese en las víctimas de la tortura desde Centroamérica hasta Côte d’Ivoire, pasando por Pakistán; el acoso judicial –en particular, de los periodistas– en Egipto; la persecución de los homosexuales en Rusia y Uganda; la trata de personas, que se da incluso en países desarrollados, y el secuestro de jóvenes cristianas en la Nigeria septentrional. En muchos países, los disidentes políticos (como los cautivos en Fidelio ) están encarcelados –o padecen algo peor–, lo cual constituye un incumplimiento de los procedimientos abiertos y claros que deben garantizar el Estado de derecho.

El grado en que se debe tener en cuenta la preocupación por los derechos humanos al establecer la política exterior es un asunto muy debatido en la mayoría de las democracias, que con frecuencia creen que su propia ejecutoria las autoriza a sermonear a los demás. A veces es así y, con frecuencia, no lo es. Por ejemplo, la propia ejecutoria de los Estados Unidos, en la bahía de Guantánamo y en otros lugares, ha socavado el crédito de los políticos americanos a ese respecto.

Además, hay que tener en cuenta la cuestión de la coherencia. No se puede dar un puñetazo en la mesa de forma creíble respecto de los derechos humanos en un país, pero callar las opiniones propias en otro, cosa que sucede con demasiada frecuencia cuando podría perjudicar un acuerdo comercial, pongamos por caso.

La falta de coherencia ha sido uno de los pecados de la Unión Europea (UE), al intentar establecer una política exterior basada en los valores. La UE intentó crear una asociación de cooperación económica y política en la región mediterránea, por ejemplo, en la que la asistencia financiera y la liberalización del comercio estarían vinculadas contractualmente con los avances en materia de derechos humanos y desarrollo de instituciones democráticas.

Ese sensato objetivo fue saboteado por la tendencia a pasar por alto lo que estaba sucediendo realmente en algunos países. Muchos sospechan que algunos Estados miembros de la UE, mientras insistían en cláusulas enérgicas sobre los derechos humanos en acuerdos bilaterales con países de los que se sabía que torturaban a presos, ayudaban en secreto a la entrega de sospechosos de terrorismo a esos mismos países.

No me cabe duda de que fomentar la libertad y los derechos humanos redunda en provecho nacional de las democracias. Aunque no se pueden imponer por la fuerza esos valores ni tampoco fabricarlos como un café instantáneo, es probable que el mundo sea más pacífico, estable y próspero cuanto más decentemente traten los países a sus ciudadanos.

Con esto no pretendo prescribir una política pusilánime, que niegue las exigencias del mudo real, pero la dependencia de la realpolitik como luz orientadora de la política exterior tiene una ejecutoria bastante deficiente. La realpolitik nos trajo el bombardeo de Camboya y los asesinatos en masa de Pol Pot.

Además, las suposiciones “realistas” con frecuencia resultan ser notablemente inverosímiles. Los acuerdos comerciales generalmente no van garantizados o sostenidos por las pleitesías políticas. Los países compran lo que necesitan y venden lo que pueden al mejor precio que consiguen, independientemente de si otro país ha escrito, o no, un comunicado ministerial. Más bien, todas las políticas pertinentes –desde la ayuda hasta la cooperación política y de seguridad– deben estar relacionadas con el fortalecimiento de las instituciones y los valores a los que se adhieran.

Todo esto me devuelve al 1 de julio de este año. Mientras escuchaba Fidelio , decenas de miles de hongkoneses (los organizadores dicen que fueron centenares de miles) estaban manifestándose en pro de la libertad. Quieren un sistema abierto y justo para la elección de su Gobierno y defender la libertad y el Estado de derecho, que hacen de Hong Kong una sociedad tan especial y lograda, auténticamente liberal, en el sentido clásico.

Tarde o temprano, el pueblo de Hong Kong conseguirá lo que desea, pese a las objeciones de China. Al final, la libertad siempre vence, pero los gobernantes de China darían un paso adelante gigantesco reconociendo que semejantes aspiraciones no son una amenaza para el bienestar del país. Sin embargo, de momento, China, un gran país y una gran potencia, está dando muestras de mayor finura y seguridad al administrar sus asuntos económicos que al abordar sus imperativos políticos.

Chris Patten, último gobernador británico de Hong Kong y excomisario de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, es rector de la Universidad de Oxford. © Project Syndicate.