Dar paso a una campaña de altura

Los derechos humanos son parte primordial en toda ‘campaña de altura’

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En una de las primeras entrevistas que concedió tras obtener el pase a la segunda ronda presidencial, Rodrigo Chaves rogó a su contrincante, José María Figueres, que, en adelante, dieran juntos una campaña de altura.

En la conversación con el periodista de Teletica Ignacio Santos, el candidato de Progreso Social Democrático se refería implícitamente a que se dejen de lado en los debates y las discusiones que se avecinan las acusaciones en su contra por la conducta sexual inapropiada por la cual fue sancionado durante su paso por el Banco Mundial.

En otras palabras, el llamado es a hacer “borrón y cuenta nueva” para discutir los temas “verdaderamente importantes” del país.

No es la primera vez que se argumenta que cuestiones de derechos humanos son asuntos políticos de segundo orden. Tras la elección anterior, en la que resultó ganador el actual presidente Carlos Alvarado, del Partido Acción Ciudadana, distintos analistas insistieron en que era lamentable que la campaña se hubiera centrado en los derechos de las personas LGTBI en lugar de centrarse en los desafíos “auténticamente acuciantes” que enfrenta Costa Rica.

La idea tácita detrás de estos llamamientos a dar campañas de altura es que el respeto a los derechos humanos es un asunto de segundo orden. Dicho de otro modo, detrás de esos discursos palpita la idea de que las políticas en torno a la no discriminación son atendibles, en el mejor de los casos, cuando hayan sido resueltos los problemas económicos.

Esta separación entre lo económico y el ámbito de los derechos humanos resulta engañosa no solo en la medida en que, como se ha señalado en repetidas ocasiones, la generación de riqueza opera con base en la división sexual del trabajo, sino también en la medida en que un país con altos índices de prosperidad económica, pero con violencia de género, es en realidad un país pobre.

El crecimiento económico debe acompañarse de un mejoramiento en la vida afectiva de las personas y sus vínculos, pues de lo contrario las comunidades políticas están condenadas a esa otra forma de pobreza que es la violencia y el envilecimiento.

Credibilidad

El problema con el ruego de Rodrigo Chaves no es solo que omite la dimensión propiamente económica de la violencia de género, sino el hecho de que, tras la enorme cantidad de debates realizados de cara a la primera ronda, el candidato presidencial no consiguió dar una respuesta satisfactoria a los cuestionamientos que pesan sobre sus hombros, ni mucho menos ofrecer una disculpa genuina.

En todo caso, sus disculpas, invariablemente proferidas en condicional (del tipo pido perdón si alguien se sintió afectado), se ven automáticamente opacadas por actitudes displicentes como la que tuvo hacia Lineth Saborío en el debate de Televisora de Costa Rica, cuando le achacó falta de capacidad intelectual.

El argumento de que los hechos que se le imputan eran en realidad chistes (como si un chiste no pudiera entrañar violencia), o de que las afectadas nunca le dijeron que se sentían ofendidas cuando él las abordaba, no hace más que acrecentar las dudas sobre su comportamiento.

Ni que decir de las declaraciones del candidato según las cuales detrás de lo sucedido en el Banco Mundial su aprendizaje fue —palabras más, palabras menos— que no debía ser tan buena gente con sus subalternas. ¡Nadie recibe una sanción en un organismo internacional como el Banco Mundial por excesiva candidez o generosidad!

Esa misma actitud autoritaria es la que Chaves ha dirigido a la prensa, al llamarla “canalla” y al negarse, en la entrevista televisiva antes mencionada, a ofrecer una disculpa.

La renuencia al arrepentimiento sincero, la invisibilización tácita de la violencia de género y la agresividad con que el candidato reacciona a los cuestionamientos que se le hacen, conduce a pensar en otras figuras populistas del continente que, como Bolsonaro, Ortega y Donald Trump, aminoran la libertad de sectores discriminados, atentan contra la libertad de prensa y generan un tipo de pobreza humana tan temible como la del hambre. En este contexto, resulta difícil dar paso a campañas de altura.

camiloretana@gmail.com

El autor es escritor y profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica.