Curules convertidas en púlpitos

Los partidos políticos deben estar inspirados por el interés general

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El injusto espectáculo recientemente montado en la Asamblea Legislativa por un diputado minoritario contra un proyecto de ley fundamentado en los derechos humanos (Sociedades de convivencia), debería servirnos de reflexión a todos los ciudadanos. ¿Sabemos votar? Es que el caso de este diputado es patético por su constante y majadera oposición a todo avance en derechos humanos.

Pero no generalicemos: los partidos minoritarios son esenciales en cualquier sistema que se precie de democrático. En tanto que el bipartidismo no pasa de ser un monopartidismo disfrazado, aquellos, en cambio, responden a intereses generales no atendidos a menudo por los representantes de las mayorías. Tales intereses, sin embargo, deben estar relacionados con las grandes líneas que arrancan de la Constitución Política en lo que se refieren a necesidades humanas, personales y sociales, que deben garantizarse y aplicarse para todos y por igual.

Estos partidos, como cualquier otro, deben moverse dentro de los límites establecidos por tal carta constitucional, así como por todas las normas legales que de ahí derivan. La ley, como creación humana, está por encima de todo y de todos, como emanación del principio conocido y reconocido de tantas maneras, según el cual el poder emana del pueblo, y no de ninguna otra instancia natural o sobrenatural. El gobernante, entonces, no importa su nivel o investidura o, para el caso, sus creencias religiosas, debe estar inspirado en sus dichos y acciones por el interés general, que no es necesariamente el de las mayorías.

Todo partido, grande o pequeño, debe ser tan amplio en ideas como para poder atraer a toda clase de ciudadanos. Ni diferencias naturales por sexo, etnia, o cualquier clase de minusvalía; ni la originada en algo adquirido, como la creencia religiosa, deberían servir para justificar la formación de partido alguno. Este último tipo de partido es un contrasentido por dondequiera se examine el punto. Y un verdadero peligro para la democracia, si es religioso. Pues esta es el resultado de una larga lucha política, muchas veces cruenta, en contra de las aspiraciones de las jerarquías religiosas por ejercer el poder, directamente o en connivencia con sistemas políticos en manos de reyes o tiranos.

Llegar a la convicción generalizada de que la soberanía y el poder político en una nación se originan en la voluntad popular, y no en una entelequia sobrenatural, supuso un salto cualitativo de gran envergadura en su momento; y debe seguir siéndolo. La religión puede ser una base –discutible, por cierto– para formar moralmente a los individuos, pero no para dirigir a un Estado, ni siquiera para permear sus estructuras: la religión está mejor servida cuando se reduce al ámbito privado, no cuando mete sus manos en la vida política y privada de las gentes. Lo propio de las religiones es separar, dividir, enfrentar a las distintas colectividades entre sí, y hasta perseguir, encarcelar y cosas peores, si ello es todavía posible. Esto, desgraciadamente, lo pueden hacer también los partidos políticos, pero, al menos, lo hacen es en nombre de ideas y argumentos sujetos a examen, discusión y derecho de defensa; y siempre dentro del respeto a las leyes que los ciudadanos hemos establecido.

Intereses sectarios. Por lo mismo, es nefasto, es ominoso, es funesto tener ahora a dos diputados pastores investidos con el poder que les dan las mismas leyes, pero operando con su propia agenda sectaria en beneficio no de la comunidad general, sino de la propia. Por otra parte, la trayectoria de estos dos partidos y sus diputados, ahora y antes en la Asamblea, ha sido bastante gris, con episodios ya risibles, ya censurables, como su oportunista yunta al votar favorablemente proyectos del partido gobernante de turno.

En suma: los partidos mayoritarios, así como los minoritarios con agenda de servicio a toda la sociedad costarricense, deben revisar sus programas para hacerlos atractivos e inclusivos para todos. Su riesgo de no hacerlo es así perder votantes a favor de minúsculas formaciones políticas acomodaticias, con una agenda corrosiva, divisiva y, en el caso de los partidos religiosos, al servicio de intereses personales y sectarios, ajenos a la tradición civilista del país.

Hugo Mora Poltronieri. Profesor ad honórem, Escuela de Filología, Ling. y Lit., UCR