Cuando más no es mejor en términos de regulación financiera

Una regulación sensata depende de saber cuándo una herramienta pierde su efectividad y se vuelve contraproducente

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En parte en respuesta a las quiebras bancarias de marzo del 2023, los reguladores estadounidenses ahora quieren imponer mayores requerimientos de capital a los bancos con más de $100.000 millones en activos. Pero se trata de una elección desconcertante, teniendo en cuenta que parte de la toma de riesgo más escandalosa de los últimos tiempos se detectó entre los bancos más pequeños.

Algunos de los cambios propuestos —como un requerimiento de que los bancos incluyan las ganancias y pérdidas no realizadas vinculadas a ciertos valores en sus ratios de capital— deberían haberse realizado hace tiempo. Sin embargo, en términos generales, los CEO de los grandes bancos no están satisfechos.

Jamie Dimon, de JPMorgan Chase, por ejemplo, ha atacado la propuesta a favor de reglas de capital más estrictas, y advierte que podría llevar a los prestadores a dar marcha atrás y así obstaculizar el crecimiento económico. Antes de desestimar estos arrebatos como “cháchara bancaria” interesada, deberíamos sopesar el papel que cumple el capital bancario y si los reguladores están avanzando en la dirección correcta.

El financiamiento “paciente” a largo plazo, como el capital accionario, cuenta como capital bancario. A diferencia de los depósitos a la vista, no tiene que devolverse a corto plazo. Si los bancos pueden caer por los depositantes no asegurados que se apresuran en busca de la salida, ¿no es acaso obvio que más capital implica menos corridas y, por lo tanto, un sistema bancario más estable?

Desafortunadamente, el problema es más complicado que eso. Efectivamente, si tenemos dos bancos igualmente riesgosos, uno con más financiamiento de capital que el otro, el que tenga más capital tendrá mayores probabilidades de sobrevivir. Pero no podemos suponer que estas dos instituciones tomarán los mismos riesgos, y tampoco podemos ignorar las consecuencias de los mayores requerimientos de capital para la estabilidad financiera y para la economía en general.

Obviamente, un mayor financiamiento a través de emisión de capital reduce el endeudamiento propenso a las corridas (apalancamiento bancario). También ofrece una amortiguación para absorber pérdidas: como las pérdidas de los bancos tendrán que comerse capital antes de que este llegue a los depositantes, los bancos pueden tolerar accidentes pequeños.

Es más, los supervisores tendrán tiempo para reaccionar si ven que el capital bancario se está erosionando. Si los supervisores también exigen que los bancos tengan capital en proporción al riesgo de sus actividades, el capital sirve como un presupuesto para la toma de riesgo.

Asimismo, como las inversiones en capital bancario son muy sensibles al riesgo bancario, un requerimiento de capital mínimo actúa como una suerte de boleto de entrada: solo los bancos que puedan convencer a los inversionistas de que no asumirán riesgos indebidos podrán recaudar capital a un costo razonable.

Y como los bancos normalmente generan capital a través de ganancias retenidas en lugar de nuevas emisiones de capital, la regulación del capital les permite a los bancos rentables crecer y, al mismo tiempo, condiciona a los bancos que generen pérdidas. Finalmente, dada su importancia, el nivel del capital en libros de un banco le otorga a la gente una manera de medir su desempeño.

Todas estas son buenas razones para que los reguladores insistan en que los bancos tengan cantidades razonables de capital. Antes de la crisis financiera del 2008, algunos bancos operaban con un capital mínimo correspondiente al 2 % de los activos, lo que los convertía en potenciales accidentes. Los grandes bancos, en cambio, atravesaron el episodio de marzo del 2023 casi sin cicatrices, aunque otras regulaciones claramente ayudaron.

La interrogante, entonces, es si los requerimientos de aumento de capital hoy son apropiados. Como sea, hay un argumento que podemos descartar de inmediato: que el capital hace que el directorio de un banco (o los accionistas que representa) también corra con riesgos y, por lo tanto, tenga un mayor incentivo para limitar la toma de riesgo.

Cualquiera que se haya desempeñado en el directorio de un banco grande sabe que los miembros de la junta dependen por completo de lo que la gerencia les dé de comer. Es una quimera pensar que le pondrán condiciones a un equipo ejecutivo de vaqueros.

Como demuestra el informe de la Reserva Federal de Estados Unidos sobre el colapso de Silicon Valley Bank (SVB), a veces ni siquiera los supervisores son conscientes de los riesgos que está tomando un banco, o no pueden impedirlo cuando lo detectan. Asimismo, la regulación de capital muchas veces no podrá limitar la búsqueda de riesgos de cola de un banco que registra ganancias en tiempos buenos, porque esas ganancias se sumarán a su capital y le permitirán asumir más riesgos, al menos hasta que lleguen los tiempos de vacas flacas.

Finalmente, en la medida que más capital le dé a la gerencia bancaria una soga más larga, los mayores requerimientos de capital pueden venir de la mano de costos compensatorios. Cuanto más lejos llegue la gestión de reservas, mayores las pérdidas para los inversionistas antes de que una corrida finalmente termine con la quiebra de un banco.

Basta con pensar cuánto más valor habría destruido el equipo de gestión de SVB —con la connivencia de la junta y de los supervisores— si los depositantes no asegurados no hubieran puesto fin a su vergonzoso reinado al reclamar su dinero. Esto no pretende sugerir que los depositantes no asegurados de SVB fueran un grupo de alerta de las partes interesadas. Por el contrario, tenían poca idea de los riesgos que estaban generando. Pero una vez que percibieron un tufillo de lo que estaba pasando, la fiesta se terminó.

De hecho, las corridas bancarias también pueden tener un efecto beneficioso si la gestión bancaria, consciente de la penalidad extrema asociada con un riesgo excesivo, se maneja de manera prudente. Vista desde esta óptica, una corrida ocasional de los depositantes es una característica del sistema, no un fallo que haya que eliminar aumentando los requerimientos de capital de los bancos.

Al garantizar de manera eficaz todos los depósitos no garantizados después de la minicrisis de marzo, la Fed y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos impidieron un pánico bancario mayor. Pero también mantuvieron en su lugar a muchos gerentes bancarios incompetentes convirtiendo a los depositantes no asegurados en observadores pasivos, y, de hecho, en capital.

Si bien no queremos que los bancos tengan una escasa capitalización como para que las pérdidas y los accidentes pequeños puedan precipitar pánicos y pérdidas mucho mayores, también debemos reconocer que, más allá de un cierto punto, un mayor volumen de capital puede facilitar una mala gestión.

Al fin y al cabo, los mayores requerimientos pueden hacer que el capital resulte más costoso, inhibiendo potencialmente la capacidad de los bancos de financiar el crecimiento, como advierte Dimon. Y si la actividad migra a otras instituciones que enfrentan requerimientos de capital menores, no se habrá conseguido que el sistema sea más seguro.

El riesgo no es meramente hipotético. Un problema relevante que enfrentan los reguladores norteamericanos es que los bancos más pequeños absorbieron los préstamos de inmuebles comerciales hoy inestables que los bancos más grandes habían evitado, debido a los mayores requerimientos de capital de estos últimos. Todavía está por verse cómo manejarán estas instituciones más pequeñas las próximas pérdidas crediticias.

Una regulación sensata depende de saber cuándo una herramienta pierde su efectividad y se vuelve contraproducente. Más no siempre es mejor.

Raghuram G. Rajan, exgobernador del Banco de la Reserva de la India, es profesor de Finanzas en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago.

© Project Syndicate 1995–2023