Cuando el populismo se junta con la posverdad

Si ya la posverdad era una amenaza para la democracia, el uso de ella por los populistas obliga, aún más, a estar alerta a los totalitarismos

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Cada vez se consolida más un fenómeno que bien puede denominarse populismo de posverdad, el cual integra populismo y construcción de una realidad a partir de la posverdad.

La vinculación de estos dos fenómenos en el ámbito político causa una fuerte presión en los regímenes democráticos. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro Cómo mueren las democracias, reconocen la existencia de “alianzas fatídicas”, y Moisés Naím, en La revancha de los poderosos y El fin del poder, muestra un complejo escenario para los gobiernos democráticos y el paso a regímenes autocráticos o autoritarios.

El populismo no es reciente, ni tampoco asunto de izquierda o derecha. El velascato (régimen autoritario de Juan Velasco Alvarado, de 1968 a 1975, en Perú) fue uno de los primeros gobiernos populistas, y a Velasco se le atribuye la frase “denme un balcón y gobernaré este país”, en alusión a que el líder populista desprecia el sistema de partidos políticos y prefiere el diálogo directo con la población.

El término populista refleja una corriente política que afirma representar los intereses de las clases populares, sobre todo de las excluidas por las élites, para lo cual exalta al líder-gobernante, que simplifica los problemas y las soluciones.

El populista requiere un lenguaje —que tiende a ser chabacano— y una retórica emocionales, la polarización política y la negación de la pluralidad. De este tipo de gobernantes, hay numerosos ejemplos en América. Hugo Chávez, Jair Bolsonaro, Donald Trump, Nayib Bukele y Rodrigo Chaves son algunos.

La posverdad es un concepto que alude a una situación en que las emociones, creencias y cosmovisiones personales tienen más significación que los hechos objetivos y verificables. Los gobernantes que adoptan la posverdad ponen por encima de todo su perspectiva para tomar las decisiones.

Esto quiere decir que la verdad es relativizada y lo subjetivo predomina sobre los datos, porque la realidad es la que el líder establece. Para ello se construyen teorías conspirativas, sin base alguna, se manipula la información en las redes sociales y la prensa oficial u obsecuente, o se recurre a las fake news para condicionar a la opinión pública. Recuerden la frase de Joseph Goebbels (mano derecha de Hitler): “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá”.

Populismo y posverdad son cuestiones distintas a la realidad generada por las dictaduras militares, que predominaron en América Latina en el siglo pasado. No quiere decir que dictadores como Maduro y Ortega no recurran a argumentos populistas y a posverdades para justificar sus decisiones.

Hasta hace poco, estos dos fenómenos influyeron en las amenazas contra los regímenes democráticos y contribuyeron al autoritarismo y la autocracia; dos formas que, si bien tienen similitudes, son distintas. El autócrata ejerce el poder de forma absoluta, desconoce el Estado de derecho y la división de poderes (no significa que esta desaparezca, solo que pierde relevancia para él).

Lo grave es que hoy los gobernantes son populistas y de posverdad en forma simultánea, es decir, el líder se proclama el salvador, el superhéroe que llega a poner orden en el país, porque todo lo anterior es corrupto y perjudica a las clases populares.

Para ello, comienza a construir una realidad que solo él maneja, porque responde exclusivamente a su visión. Este líder sufre un alto grado del síndrome de Adán (actitud arrogante), por lo cual su discurso es lo único racional; para él, el resto de los líderes y de las agrupaciones político-electorales son contrarias a los intereses de la sociedad y los responsables de tener al país en el abismo. Como el Estado de derecho fue construido por esos “canallas y corruptos” es necesario cambiarlo.

Tal gobernante recurre al lenguaje fuerte, chabacano y populachero porque considera que solo así sus acólitos entenderán, excluyendo a intelectuales y élites económicas (excepto las que respaldan su proyecto político).

Este gobernante nunca se equivoca. Si le cuestionan algo, la respuesta es que “buscan desacreditarlo con datos alterados”. La realidad se limita solamente a la que él establece. Esa es la razón por la cual goza de gran popularidad en los sondeos de opinión pública. La retórica debe ser intensa, incluso con gritos, y reconstruida todos los días con nuevos argumentos.

El fenómeno es complejo y las democracias se ven amenazadas por este tipo de gobiernos con desaparecerlas a muy corto plazo.

camuza@gmail.com

El autor es profesor en la UCR y la UNA.