Coraje de mujer

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Hace varios días, la presidenta de Junta de Administración Portuaria y de Desarrollo Económico de la Vertiente Atlántica (Japdeva), Ann McKinley, denunció la vigencia de la convención colectiva que enmarca la relación entre la institución y Sintrajap. Esto significa que Japdeva no desea continuar la relación en los términos y, a casi un mes del vencimiento, la denuncia busca evitar que la convención se prorrogue automáticamente, y forzar así la renegociación de sus condiciones.

A raíz de esta noticia, publiqué en redes sociales el siguiente comentario: “La presidenta de Japdeva es más valiente que todos los hombres que han estado a cargo de esa institución, y denunció la convención colectiva. Por fin. ¡Felicitaciones a la señora McKinley!”. Esta breve publicación obtuvo ocho o nueve veces más “me gusta” que el promedio habitual.

Éxito inusual. El éxito inusual del comentario, junto a lo que he percibido a través de la prensa, permite concluir que la mayoría de los costarricenses aprobamos las acciones oportunas y contundentes que en un principio ejecutó el Gobierno para hacer respetar lo pactado con APM Terminals, y desaprobamos las medidas violentas para oponerse y los privilegios abusivos de que gozan ciertos empleados públicos al amparo de arbitrarias convenciones colectivas.

Lo anterior no significa que a todos nos guste cada uno de los términos originales del contrato, pero sí que valoramos la seguridad jurídica, y tampoco significa que desaprobamos a todos los funcionarios, pero sí los instrumentos que les dan esas gollerías desproporcionadas, así como a los dirigentes sindicales y gubernamentales que los suscribieron.

Claro está que también significa que muchas personas consideran, igual que yo, que esta mujer es más valiente que muchos hombres, pues bien pudieron haber hecho lo mismo y, sin embargo, no lo hicieron. Por dicha, siempre hay quien difiere de la opinión de uno, y eso es parte de lo que amo por vivir en un país democrático. Y, por considerarlo provechoso para crear mayor sensibilidad, deseo compartir en estas líneas la crítica recibida: dos o tres señores consideraron que mi opinión fue sexista, y les pareció fuera de lugar que exaltara el hecho de que una mujer sea la que, por primera vez, denuncia una convención colectiva abusiva. Les parece que el valor mostrado por ella no es asunto de enaguas o de pantalones, pues, señalan, hay hombres y mujeres valientes y capaces en todos los ámbitos.

Valentía. Mi comentario es un reconocimiento al valor que, por primera vez en decenios, mostró un jerarca –en este caso, una mujer– al oponerse a una convención colectiva injusta. Esto es aplicable también al presidente, Luis Guillermo Solís, por dar la directriz en ese sentido. En segundo lugar, sí es un reconocimiento expreso a una mujer que, como todas, ha tenido muchas más dificultades que los hombres, con igual o menor preparación, para llegar a ocupar un alto cargo ejecutivo y político. Con esto, no quise decir que es más valiente por ser mujer, sino que su valentía es más meritoria por serlo, dados los retos que, como mujer, le ha tocado enfrentar para llegar adonde está, y los mayores riesgos que para ella implica su decisión.

Veamos unas cuantas cifras para comprender mejor por qué afirmo esto:

Según el Informe del Estado de la Nación 2013, la tasa de desempleo femenino de la población económicamente activa es 2,4% mayor que el masculino, a pesar de que las mujeres superan a los hombres en educación. Las responsabilidades familiares afectan el empleo femenino de diversas maneras: el embarazo y el matrimonio causan la pérdida del 11,4% de los puestos laborales de las mujeres.

Por otra parte, ellas tienen menos tiempo disponible para buscar empleo, pues dedican al trabajo no remunerado (labores del hogar) 11,6 horas más a la semana que los hombres; además, dedican 18,2 horas semanales más que los hombres al cuido de niños, ancianos o personas con discapacidad.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), 23% más de hombres que de mujeres ocupan cargos de calificación alta, y solo 27% de quienes ocupan cargos directivos son mujeres. Independientemente del grado académico y de las funciones que desempeñen en las empresas, las mujeres ganan hasta un 27% menos que sus pares masculinos (estudio elaborado por la Universidad Nacional, 2012).

Discriminación. Estos son solo algunos de los datos relevantes, y son incontestables. La discriminación y la inequidad de género son reales y se dan en todos los niveles socioeconómicos, con mayor saña en los más pobres.

Sin embargo, el desconocimiento general sobre las diferencias de oportunidades y de situaciones concretas entre hombres y mujeres, más los componentes culturales que determinan las relaciones y las prácticas sociales, siguen alimentando estereotipos y una visión sesgada de la realidad de las mujeres. Por eso, a muchas personas les choca cuando se enfatizan los méritos de una mujer en alguna actividad.

En el caso de comentario, Ann McKinley pudo renunciar para no tener que tomar esa acción tan conflictiva, pero escogió actuar decididamente, a pesar de que ello le complica enormemente el escenario de ejercicio de su cargo, y de las posibles represalias en su contra, razones por las que tantos, antes que ella llegara, cedieron a las exigencias que han permitido a esos grupos acumular privilegios desmedidos.

Mucho en juego. Independientemente del giro de los acontecimientos en torno al contrato de APM, ojalá que Ann McKinley y el presidente de la República perseveren durante el proceso, sabedores de que serían apoyados por la mayoría de costarricenses, pues lo que está en juego es mucho más trascendente que esa convención colectiva en particular.