Contra todos los fanatismos

Dicen que aman con amor universal pero son capaces de odiar en nombre de su certeza

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Ciencia, tecnología, humanismo, democracia, economía de mercado, desarrollo socialmente inclusivo, educación, ilustración, Estado laico y eficiente, son las variables que al combinarse anulan el deseo de unanimidad y control que caracteriza a los fanatismos. ¿En qué consiste el fanatismo?

Mentalidad fanática. Al estudiar con atención la historia universal es fácil identificar una creencia que modifica sus formas históricas pero conserva, siglo tras siglo, su contenido. Se la puede resumir en el siguiente enunciado: Existe una persona o un grupo de personas que conoce las leyes que rigen el orden universal e histórico, y por este hecho posee la autoridad para imponer su voluntad.

Cuando un individuo cree poseer tal conocimiento llega a sentirse redentor de todos los demás, y busca la manera de obligarlos a realizar lo que él estima correcto.

No importa si al hacerlo se propone objetivos irracionales, tales como pretender que las personas sean gemelas mentales y espirituales entre sí, que todo sea uniforme y controlado, y que se rinda permanente obediencia a los iluminados, por poco inmortales, que afirman dominar el secreto de la felicidad. Es así como el fanatismo aborda la vida, no como una experiencia que se construye en la responsabilidad, el diálogo y la libertad, sino como algo que sólo puede transitarse bajo la guía de los iluminados. El fanatismo no busca la verdad, él se auto-define como la verdad, y esto configura un desequilibrio emocional e intelectual por completo enfermizo.

Dueños de dios. Un tipo de fanatismo es el de quienes dicen hablar en nombre de dios. Ellos conocen la voluntad divina con absoluto detalle, saben lo que las entidades sobrenaturales piensan o sienten sobre cualquier asunto mundano o transmundano, se mantienen informados de los motivos de la divinidad para distribuir favores y desgracias, disciernen quien merece el fuego eterno y quien no, acumulan sermones sobre el bien y el mal, y exigen a quienes les escuchan someter su voluntad a dios, es decir, a ellos. Soberbios hasta la médula, cualquier conducta impropia que se les impute es atribuida a las conspiraciones de la prensa o a la ignorancia.

Se conducen como si dios fuese de su propiedad, y a ese dios privatizado a su antojo lo combinan con la política, el dinero, el poder, la mentira y comportamientos sexuales multiformes. Dicen que aman con amor universal pero son capaces de odiar en nombre de su certeza.

Thomas Paine fue víctima de sus “amorosos” insultos, “ Judas, reptil, cerdo, perro loco, borracho, canalla, sinvergüenza, bruto, mentiroso y, por supuesto, infiel ”, le dijeron con “cariño”.

El daño que este tipo de fanatismo causa es inmenso. Pero resulta que en los últimos años se han reunido suficientes fuerzas para desmantelar el circo de sexo ilegal, violación de niños y niñas, blanqueo de dinero, usura, encubrimiento y grotesca manipulación que tienen montado desde hace siglos.

No sorprende, entonces, que se endurezca la crítica respecto a la pederastia y las redes mafiosas al interior de los lugares donde habitan los dueños de dios, al tiempo que se propicia la cooperación con las autoridades judiciales y la aplicación de la legislación internacional en materias relacionadas a la pedofilia y la gestión financiera ilegal.

Si a esto se une la insistencia de prominentes personalidades de la cultura, la ciencia y el humanismo, en la necesidad de un desarrollo socialmente inclusivo como respuesta a la crisis económica global, no hay duda de que estamos en un período de la historia donde a los dueños de dios se les están cayendo sus máscaras.

Ojalá este instante de dignidad y lucidez dure siglos. En lo que respecta al tema social no se trata de pronunciar bellas metáforas y ardientes discursos poéticos a propósito de la pobreza, la desigualdad y la exclusión (eso lo hacen muchos políticos desde hace décadas, entre los cuales se cuentan varios dictadores), sino de proponer soluciones a esos flagelos, no con discursos sino con hechos.

En el abordaje de estos temas se deben rediseñar instituciones, cuantificar metas y establecer fechas para cumplir los objetivos. Es este pragmatismo el que permite avanzar hasta que llegue el día, más temprano que tarde, cuando el más pobre pescador reme con remos de oro.

Redentores y misioneros. Pero el fanatismo de los heraldos de la divinidad es apenas uno de los que existen. En el ámbito político puede hablarse del culto fanático al dinero y al poder cultivado por quienes han secuestrado al Estado y al Gobierno (o desean hacerlo), convirtiéndolos en instrumentos de sus intereses privados.

No importa si los cultores de este fanatismo son estatistas o no, si se sitúan al centro o en los extremos del abanico ideológico, lo decisivo es que se presentan como mesiánicos salvadores que dicen amar profundamente a los electores, pero en realidad invierten millones en manipularlos y engañarlos.

Una pequeñísima porción de estos redentores, disimulados en estructuras tecno-burocráticas y político-sindicales, acostumbra amenazar con huelgas generales en hospitales, escuelas y colegios en defensa –dicen– del pueblo. Uno se pregunta de qué pueblo hablan si es evidente que los mueve la protección de sus cupulares y egocéntricos intereses.

El dios mercado. Y para terminar no puede faltar una referencia a quienes se fanatizan con el dios mercado, asumiendo unos postulados que, como escribe Gene Callahan, son “atemporales”, sin relación con la vida real.

Decir que todas las personas tienen iguales conocimientos sobre la vida económica, e iguales oportunidades de acceso al mercado, que la ética no tiene nada que ver con la economía, que las decisiones de los actores socioeconómicos siempre son racionales y que las economías de mercado pueden traducirse en un sistema de ecuaciones matemáticas, no solo es “ atemporal ” sino también irracional.

Este tipo de visión (el hommo economicus mecanicista del análisis neoclásico) revela insensibilidad respecto a los factores sociales, psicológicos e históricos que intervienen en el comportamiento de las personas.

Muy distinto es el enfoque de otras escuelas de pensamiento donde se sostiene que el mercado es un proceso de descubrimiento y toma de decisiones (F. Hayek), henchido de subjetividad (Lachmann), inexpresable en un sistema de ecuaciones (Veblen, Ikeda, Amartya Sen) y en permanente relación con lo social, lo jurídico-político y lo ético-cultural (Novak, Popper), de modo que reducir la vida a matemática, mercado y dinero es una simplificación tan extrema y perniciosa como la de aquellos que idolatran al Estado y lo utilizan como su botín de guerra particular.