Contra todo tipo de discriminación

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Hace 75 años, la noche del 9 al 10 de noviembre, marcaba un punto de inflexión en la historia de la Shoá, el Holocausto, la mayor tragedia que enfrentó el pueblo judío en particular, y la humanidad en general.

Este día ocurrió el tristemente célebre pogromo conocido como Kristallnacht o La Noche de los Cristales Rotos. Ese día, hordas embravecidas destrozaron miles de sinagogas, comercios y viviendas judías en Alemania y Austria. Esa noche se cobró la vida de 91 personas y más de 25.000 judíos fueron deportados al campo de concentración de Dachau, un triste preludio de lo que vivirían otros seis millones de judíos que vendrían, luego, en otra noche mucho más larga que duró 7 años.

En las semanas siguientes, el Gobierno alemán promulgó docenas de leyes y decretos destinados a privar a los judíos de su propiedad y sus medios de vida. Se les excluyó de ejercer sus profesiones en el sector privado y avanzó, aún más, en la eliminación de los judíos de la vida pública. Los niños judíos que todavía asistían a las escuelas alemanas fueron expulsados.

Hace 75 años, la locura humana tomó dimensiones que nunca nadie hubiese imaginado. En aquel momento, el mundo permaneció en silencio. Eso permitió a la maquinaria nazi crear su solución final y sus campos de concentración y exterminio. La industria de la muerte tomó forma y se llevó la vida de millones de personas.

Pero no fue un hecho aislado. Fue la conclusión de un proceso de exclusión, discriminación y odio iniciado varios años atrás, a los ojos del mundo, que calló y miró para otro lado.

El Holocausto se convirtió en el paradigma de las violaciones de los derechos humanos en el siglo XX. El concepto que lo define estremece: el genocidio, la eliminación de un pueblo por el solo hecho de ser “ese” pueblo. Lo más desconcertante es que no se trató del descontrol propio de una pugna racial, sino de un plan deliberado de limpieza étnica.

A lo largo de su milenaria historia, el pueblo judío ha vivido muchas persecuciones. A partir del decreto de Adriano, que prohibía a los judíos volver a Jerusalén, el exilio fue su norma de vida, hasta después de la Segunda Guerra Mundial. El antisemitismo tuvo altos y bajos, pero en ninguna ocasión anterior se pretendió, como en la Shoá, erradicar al pueblo judío de la faz de la tierra.

El recuerdo de una tragedia de estas características trae consigo la condena ética de lo ocurrido y el compromiso de trabajar para que no vuelva a repetirse. De ahí que deba rechazarse en forma inapelable cualquier negación del Holocausto o cualquier interpretación que, apelando al contexto histórico, pretenda disminuir su significado.

Educación y ley. Debemos trabajar juntos en este camino del recuerdo. Hace tres años, Bnai Brith inició este recorrido, junto con el Ministerio de Educación Pública con su programa de enseñanza titulado “Los Derechos Humanos, El Holocausto y los Genocidios Recientes”. Buscamos que esta iniciativa sea de memoria activa y participativa, que no se quede solo en el hecho histórico, sino que sea una forma de comprometer a docentes y estudiantes en la lucha contra todo tipo de discriminación.

Más de 400 docentes pasaron por nuestro programa, y hemos llegado a 25.000 alumnos capacitados. Próximamente, estaremos enviando seis docentes más a capacitarse a Israel, al Instituto Yad Vashem, para sumarse a nuestro equipo de 12 personas que ya han viajado y que son el equipo de trabajo actual.

Estamos convencidos de que queremos ser actores de nuestro presente y futuro. Debemos tener un propósito activo: recordar y hacer recordar. Pero, también, debemos luchar para que no se vuelva a dar. Quisiera convocar a los diputados, a los candidatos para la próxima Asamblea Legislativa, y a los diferentes líderes de opinión del país a que trabajemos juntos por la sanción de una ley antidiscriminatoria.

No podemos permitir el odio entre hermanos. No podemos dar lugar a la discriminación, porque ya sabemos cómo puede terminar. Costa Rica, un ejemplo de democracia para el mundo, sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, aún no posee una ley que luche contra todo tipo de discriminación, ya sea por el origen étnico o la nacionalidad, por las opiniones políticas o creencias religiosas, por su géneroo identidad sexual, por tener alguna discapacidado enfermedad, por edad o por aspecto físico.Si no convertimos la discriminación en un delito, una mirada a la historia demostrará dónde podemos terminar.

Apoyo del Papa. Hace algunos días, el Papa Francisco, asomado a la ventana del palacio apostólico del Vaticano, ante la mirada de miles de fieles que abarrotaban la plaza de San Pedro, dijo en su tradicional Angelus: “Renovamos nuestra proximidad y solidaridad con el pueblo judío y oramos a Dios para que la memoria del pasado nos ayude a ser siempre vigilantes contra todas las formas de odio e intolerancia”.

Es bueno recordar que una de las últimas funciones del Pontífice, como arzobispo de Buenos Aires, fue conmemorar La noche de los cristales rotos en las instalaciones de la catedral de ese país sudamericano, junto a nuestros hermanos de Bnai Brito, en Argentina. Este año, un grupo minúsculo, retrógrado y sectario quiso impedir la realización del acto de recordación.

La reacción de todos los allí presentes fue inmediata, como también lo fueron las posteriores condenas desde todo el ámbito político, religioso y social. Interesante, también, la primer reflexión del Padre Poli, actual arzobispo de la ciudad de Buenos Aires quien, al retomar el micrófono, manifestó que no era una afrenta al pueblo judío y a la memoria de las víctimas de la Shoá, sino una afrenta al creador. En definitiva, discriminar, cualquiera sea el motivo, es sin duda una afrenta al creador.

Sigamos recordando. Trabajemos por un futuro mejor. Seamos todos como Martin Luther King y sostengamos que tenemos un sueño y este es la lucha contra la discriminación racial. Seamos, por un momento, Malala en la lucha por los derechos de la mujer en el mundo islámico. Seamos Óscar Schindler, y cada uno de esos justos en las naciones, tratando de salvar una vida.

Seamos todos como Elie Wiesel y afirmemos que la indiferencia es la personificación del mal, y que no debemos mirar hacia el costado cuando el prójimo sufre. No dejemos que la llama de la memoria se apague y mate nuevamente a las víctimas, esta vez a causa del olvido.