Constantino Urcuyo: El papa Verde

La encíclica partede la doctrina social iniciada con la Rerum Novarum

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A seis meses de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, el papa Francisco hace un llamado sobre un gran desafío: la degradación global del entorno natural y sus consecuencias.

El Papa habla de la ecología humana tanto para referirse a nuestra responsabilidad en el deterioro del ambiente como a sus efectos sobre las personas, particularmente los más pobres.

La nueva encíclica llama a un cambio, a una conversión ecológica, para que asumamos nuestra responsabilidad en el cuido de la casa común.

Parte de este llamado es renunciar a una visión despótica sobre la naturaleza, a una mala lectura como dominadores tiránicos del mundo; por el contrario, la mirada de Bergoglio es la del ser humano como cultivador y guardián.

Un enfoque en la encíclica Laudato Si (‘Alabado Seas’) es el principio de la interconexión, de ahí que su voz no se limite al cuido del mundo natural, sino que se levante en favor de los pobres y para denunciar los excesos de la tecnocracia y del sistema económico. Las crisis social y ecológica son parte de una misma crisis.

La nueva encíclica parte de la doctrina social de la Iglesia que se inició en el siglo XIX con Rerum Novarum sobre el trabajo humano; continuó en el siglo XX con Pacem in Terris , que advirtió sobre los peligros del holocausto nuclear; se enriqueció con Populorum Progressio preocupada por el desarrollo de los pueblos; creció con tres encíclicas de Juan Pablo II: Laborem Exercens, Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus, que retornaron sobre los temas del trabajo, el totalitarismo y la justicia social.

Estos escritos han sido criticados por inmiscuirse en cuestiones sociales que, para algunos, no corresponden a una visión intimista de la religión. Los principales ataques han provenido hoy de la extrema derecha norteamericana.

Sin embargo, a pesar de los embates, las palabras papales han tenido gran repercusión, pues su descripción del problema ecológico integral y sus recomendaciones para un cambio de actitud y diálogo han encontrado eco.

Señalamientos. Agudo, Francisco señala la necesidad de abordar integralmente la ecología estableciendo una conexión entre la contaminación y el cambio climático, la mala gestión de las aguas, la pérdida de la biodiversidad, la desigualdad entre las naciones ricas y las naciones pobres, la voracidad de las transnacionales en la utilización de los recursos naturales y el sometimiento de las soluciones políticas a la tecnología y a las finanzas.

Al constatar los males que nos aquejan, apunta a los contaminantes atmosféricos y sus efectos sobre la salud, y también señala “los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general (…) la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos”.

Aunque el cambio climático es solo una parte de su preocupación, Francisco insiste sobre esta dimensión, señala que el clima es un bien común y pide un estilo de vida que atienda las causas humanas del calentamiento global, pero también se refiere “a otros factores (como el vulcanismo, las variaciones de la órbita y del eje de la tierra o el ciclo solar)” y añade que “numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (…) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana”.

La cuestión del agua y la diversidad preocupan mucho al Papa; la primera por las repercusiones que tiene sobre la salud de los más pobres y, la segunda, por la disminución del capital genético. Agrega él que una buena parte de nuestro código genético es compartido con muchos seres vivos, lo que nos obliga a ser solidarios con la vida.

Con respecto al agua, la cataloga como un derecho humano fundamental “porque determina la sobrevivencia de las personas y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”.

Por otra parte, se pronuncia contra el deterioro social y apunta que la política debe estar al mando y no someterse a la economía o al paradigma eficientista de la tecnocracia, y seguidamente añade: “Conviene evitar una concepción mágica del mercado que tiende a pensar que los problemas se resuelven solo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos”.

Luego plantea la concepción tradicional de la doctrina social de la Iglesia, según la cual la propiedad privada no es absoluta, sino que debe tener una función social, aunque reconoce que “la actividad empresarial (…) es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos”.

La búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo se asienta en una revalorización de la política y afirma que “en el vigente modelo exitista y privatista no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida”.

Redefinición. El Obispo de Roma pone sus esperanzas en la educación, en la responsabilidad ambiental para alentar comportamientos: “Como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar solo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público, plantar árboles, apagar las luces innecesarias”.

Promueve una nueva actitud, con una persona capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo, fundada en la convicción de que menos es más y que “la constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento”. Se trata de un cambio en el estilo de vida, producción y consumo, una redefinición de la relación con la naturaleza y con el Otro.

Aprovecha la interconexión entre lo social y lo natural para realizar una crítica a una civilización, fundada en un modelo económico que surge de la premisa del crecimiento continuo e inagotable y en la prioridad del ser útil sobre el Ser.

La tecnología y la ciencia son cuestionadas, pues, aunque reconoce su aporte, duda de que su enorme poder redunde siempre en aportes positivos: “Como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico (…) el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia”.

Su crítica no lo lleva al catastrofismo, Francisco piensa que es posible una revolución cultural: “Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero si es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines”.

La nueva visión debe partir de constatar que “todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde (…). La desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación”.

(*) El autor es politólogo.