Conjeturas sobre la empatía en Navidad

¿Logra siempre satisfacción el receptor de lo magnánimo? Adam Smith, moralista por excelencia, presume que sí, pero ha de dudarse esto

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¿Existe tal situación en la que no se reciba placer por ser empático? Mi conjetura es que no, por ende, la empatía pura no se encuentra en ninguna parte.

El placer propio ínfimamente (o a discreción) siempre se alberga. Lo interesante de esto es, por tanto, la intimidad. Schopenhauer expone: no se conoce el sol, sino el sol que ven nuestros ojos, he ahí la reflexión filosófica. ¡Examinémoslo!, exclamaría Sócrates, pero bajo el criterio nietzscheano, diría Camus.

La interrogación nació de la siguiente situación: iba a jugar tenis con un muchacho, juntabolas. Sin ánimos, más allá de contextualizar, él y yo vivimos realidades socioeconómicas claramente distintas: uno debe jugar para comer y el otro por diversión. Faltaban 10 minutos para comenzar, y me enfrenté con un dilema (algunos lo llamarían, certeramente, digno del primer mundo) y, al meditarlo, se problematizó.

Tengo dos pares de zapatos para jugar: unos usados, pero en perfecto estado, y otros nuevos que desde hace tiempo he querido empezar a utilizar (un poco para amansarlos, un poco por la vestimenta y un poco por el cambio). Me puse los nuevos y, antes del comienzo, pensé: “Mejor con los usados, porque el joven puede llegar a sentirse desafortunado”; por si acaso, competimos frecuentemente.

El acto de cambiármelos es, por definición y dada la causa anterior, empatía; “por lo menos, es una consecuencia de lo que acabamos de decir”, ¿no es así, Polemarco? Sin embargo, ¿realmente lo hice por simpatía? ¿Fue esta la única razón o participó, más bien, efímeramente, en mi interna escaramuza?, pensé.

No será que —en su esencia— estoy deseoso del placer de ser empático: realmente, no tengo certeza de que él fuera a darse cuenta de que estaba utilizando zapatos nuevos y tampoco de que le importara. ¿Logra siempre satisfacción el receptor de lo magnánimo? Adam Smith, moralista por excelencia, en la Teoría de los sentimientos morales, presume que sí, pero ha de dudarse esto. “Espera, por lo menos, a que haya comprendido tu pensamiento, porque aún no lo entiendo”.

No conozco, obviamente, los sentimientos, ni pensamientos del joven, mas creo que estoy siendo empático. Arrogante, me diría Nietzsche; aunque sí sé que lo anterior es recíproco. Conozco fehacientemente que en términos absolutos él no recibirá goce de mi acto. Repito, ¿cómo podría intuir mi dilema?

Por ende, al ser la acción interna (después del presente, claramente ya no), es la satisfacción de la misma índole. Y aquí vuelvo a preguntar: ¿Es la empatía siempre beneficiosa para el beneficiado? ¿Fue mi acto simpático? Lo que sí sé es que puramente empático no lo fue. Quizá, sin tanta meditación, harto frívolo, superficialmente, si pudo serlo ¡no lo sé!

Hesse me diría, creo yo, que no lo medite tanto, que vaya a jugar; Schopenhauer afirmaría: es una causa perdida, derrotada; Sócrates estaría bastante feliz; y santo Tomás preguntaría por qué no le di los zapatos. “Nuestros pies no son del mismo tamaño”, le respondería.

He de agregar una extensión a la idea de Smith, retomando el criterio nietzscheano, pero diferente: esta vez fui al supermercado. Si se premedita el recibir la simpatía, se es egoísta o, por lo menos, se pondera considerablemente más el interés propio. Eso sí, maquiavélico, mas no siempre perverso.

En el supermercado, al pagar, un empacador tomó la batuta (sin consultarme), y estaba listo para “ayudarme”, esto es, para llevar las bolsas al carro. En estas ocasiones no se está obligado a solventar, por tanto, depende de la simpatía “objetivatizada”, afirmaría Marx.

La dependencia, al ser deliberada, debe denominarse egoísta: “Lo he visto claramente, pero no por eso adelantarás nada, porque no se me oculta tu mala fe, y por lo mismo no podrás abusar de mí en la disputa”, dijo el avispado Trasímaco a Sócrates.

Terminemos con el que para mí es por excelencia el moralista de la empatía, especialmente por la manera indirecta, pero excelsa, con que abarca la no pureza de esta y la no necesidad de la pureza para la buena vida en sociedad (vea el pasaje del carnicero en La riqueza de las naciones, es el interés propio, no el egoísmo).

“De la misma manera que la persona a quien principalmente concierne un acontecimiento resulta agradada con nuestra simpatía y herida por falta de ella, así nosotros también recibimos placer cuando nos es dable simpatizar con ella”, sostiene en Teoría de los sentimientos morales.

¿Importa si la empatía es pura? Mi conjetura es que no. Realicemos lo magnánimo, lo altruista, lo simpático, especialmente en estas fechas. Solo debemos recordar que se recibe placer al hacerlo. ¡Que cada uno lo pondere, eso sí!, he aquí la reflexión filosófica.

Preguntaría un filósofo conocido, ¿qué es entonces la empatía pura?

guevaras2007@gmail.com

El autor es estudiante de Economía.