¿Cómo presidiría usted la República?

El presidente debe ser el primero en esmerarse por no ser un mal negociador

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¿Es de fiar un candidato que elude preguntas sobre cómo hacerlo, más allá de qué promete en abstracto? Al menos aburre, porque ese vicio evoca el odioso fantasma de las promesas irresponsables, empezando por aquellas que son reserva de ley, es decir, leyes que nunca les van a aprobar, quizás debido a un mal uso de la presidencia de la República en tiempos de multipartidismo. Peor aún, ese tipo de candidato, de ganar, es un potencial conductor fallido de su propio Plan Nacional de Desarrollo (PND), de esos que “reinan pero no gobiernan” porque, a la larga, como suele suceder, prefieren el más cómodo papel protocolario del jefe de Estado, antes que trabajar duro como jefe de Gobierno.

En ese sentido, el buen rector de ministros rectores es el que produce voluntad política de calidad, de esa que suelta contracturas burocráticas causantes de funcionamiento anormal de la administración, al tiempo que desata nudos del disenso, detrás de cualquier parálisis legislativa, si es que ese tipo de liderazgo colaborativo se vuelve viral.

Por cierto, dijo el presidente que los mejores acuerdos se tejen por la vía de los “encuentros” en clave de contacto personal; empero, antes y ahora, lo siguen denostando, acaso porque siempre tiene algo mejor que hacer fuera del país, antes que reunirse con los diputados en la sede del primer poder de la República (¿complejo de la reina de Inglaterra?). Eso sí, cuando el huracán Otto, la prensa lo felicitó porque –al fin– manejó en persona una crisis interna, casi como un director de orquesta que se bajó de su pedestal.

Desperdicio. El punto es que existen espacios de encuentro estratégicos que se están desperdiciando. También hay normas vigentes pero en desuso que no obstante regulan el buen uso de esos espacios, inicialmente para propiciar gobernabilidad interpoderes por aproximaciones sucesivas.

Por ejemplo, el artículo 145 de la Constitución permite que los ministros vayan a la Asamblea para participar con voz, pero sin voto, en las sesiones parlamentarias. Ello incluye al presidente de la República, porque él es el ministro de los ministros (rector de rectores), o al menos el equivalente al primer ministro, porque es jefe del gabinete ministerial al ser jefe de Gobierno (¿es blasfemo imaginar un “parlamentarismo en presidencialismo” sin cambiar una sola coma de la Constitución?).

Preguntas. Como sea, más que plancitos de gobierno, hoy urge conocer del candidato las grandes líneas de su plan de negociaciones multilaterales para concretar reformas fiscales, etc. Por eso es saludable que los moderadores de debates continúen preguntando sobre los cómo, más allá de los aburridos qués. Sugiero al respecto una hermosa tanda de preguntas incómodas:

Si usted fuera presidente, ¿se desplazaría hasta la Asamblea para negociar personalmente los impuestos que dice usted le urgen al país? ¿Pediría que le dejen hablar en las reuniones semanales de jefes de fracción los días jueves? ¿Lo intentaría por lo menos una sola vez en cuatro años? ¿Cancelaría un viaje al exterior solo por eso? ¿Tendría la humildad de salir a buscar al clásico legislador minoritario que bloquea proyectos tributarios con cientos de mociones? ¿Trataría de convencerlo de manera limpia y transparente? ¿Haría lo mismo con un diputado conservador que entorpece proyectos sobre derechos humanos? ¿Ve aprobados sus impuestos al filo del año 2022 sin moverse de su silla? ¿A quién tiene en mente como ministro de la Presidencia?

¿Dijo creer en un “derecho ciudadano a la buena gobernanza” o en las casas de cristal? Entonces, ¿aplicaría por regla, que no por excepción, el art. 302 de la Ley General de Administración Pública (implica demostrar inopia de peritos del sector público antes de contratar consultorías privadas)?

¿Consideraría recargar en un solo ministro las carteras de Hacienda y Mideplán, al menos para mejor sincronizar el presupuesto público con el PND? ¿Se atrevería a realizar sesiones de consejo de gobierno abiertas al escrutinio de una barra de público? ¿Haría inspecciones sorpresa en servicios públicos, digamos que para constatar en persona las quejas de los usuarios?

En suma, la solución más realista no es retroceder hacia el bipartidismo, sino el buen uso de la investidura presidencial frente a cualquier Parlamento multipolarizado. Pero en un país sobrelegislado en medio de una epidemia de intransigencia o malos negociadores por doquier, el presidente debe ser el primero en esmerarse por no serlo; de otra forma es improbable la superación del subdesarrollo en clave democrática.

El autor es abogado constitucionalista.