Civilización sin terrorismo

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Un nuevo acto terrorista se perpetró en Francia contra los derechos humanos en general y la libertad de expresión en particular, esta vez bajo la modalidad de la torcida defensa del Corán, Alá y Mahoma. Ciertamente, los asesinos y terroristas pululan en distintos colores, modas, ideologías, fundamentalismos, anarquismos, racismos y un largo etcétera que, incluso, comprende a muchos Estados y no ya solo a personas físicas, desde genocidios hasta saqueos oficiales, con proclamas nacionalistas y criminales, en favor de políticas imperiales, condimentadas con la visión maniquea del bien y el mal.

No obstante, ni el Corán ni los religiosos musulmanes serios y reflexivos –que los hay– se opondrían al necesario y pacífico encuentro de los máximos representantes de las distintas religiones en favor de un ecumenismo (energía unificada) global, que permita, a la vez, sentar las bases sólidas de una ética mundial, como ya lo han propuesto pensadores de la talla de Adam Schaff y Hans Küng, entre otros. La ONU y el Vaticano podrían jugar un papel de primera línea en esta misión internacional e intercultural. En el eventual escenario democrático de participación, estarían las tres grandes religiones monoteístas y las religiones cósmicas del subcontinente indio y del Extremo Oriente. Así, como durante largo tiempo coexistieron las religiones en Oriente Medio, debemos realizar el esfuerzo necesario para retomar la senda de la civilización compartida, en la perspectiva religiosa, con adaptación a los cambios sobrevenidos y actualización de sus mensajes y fines, en favor de la humanidad toda.

Problema serio. Ciertamente, el problema es serio y lo será mayor, si no se adoptan medidas razonables y eficientes por parte de los Estados y organizaciones intermedias, desde la base de una ciudadanía abierta, alerta y participativa. Y así, en el caso específico de los musulmanes, Europa tiene ahora más de 16 millones, sin contar a los que viven en Rusia y Turquía.

La multiplicación es amplia y constante, y es fundamentalmente de corte sunita, cuyo asentamiento se debió a la emigración, durante la segunda posguerra, para la mano de obra barata en medio del auge económico. Su presencia no es temporal, sino permanente, y, a la vez, existen varias ramificaciones: en Alemania provienen básicamente de Turquía; en Francia, del Magreb y, en Gran Bretaña, de la India y Pakistán. Y, si bien es cierto que se han tomado medidas de mayor control migratorio, permanece una realidad inevitable: están los musulmanes de nacionalidad europea, con sus derechos y deberes. Esto, a la vez, impone el necesario replanteamiento de las políticas y legislación preventiva, persuasiva y represiva, contra el terrorismo de cualquier tipo por parte de cada Estado y de la Unión Europea.

Como lo dijo Dahrendorf: la lucha de clases se ha sustituido por las clases sin lucha (desposeídos sin organización ni capacidad de acción) y la lucha sin clases, donde los objetivos trascienden las clases, como sucede con el narcotráfico y este acto terrorista, que no es el primero ni será el último, por medio de la instrumentalización de planteamientos religiosos militantes que se agrupan en el término “integrismo”, y que, en modo alguno, representan la esencia del mensaje de su religión, ni su correcta visión del mundo y espíritu. Se trata, más bien, de visiones distorsionadas, abusivas… asesinas, en medio de la propaganda movilizadora y efectiva para la ingenua –a veces, ignorante– mente receptora, con el apoyo de la tecnología de punta, universal e interactiva.

Terrorismo muy activo. Desgraciadamente, el terrorismo musulmán está muy activo, sin que podamos ignorar el odio contra Occidente, por el abuso despiadado de algunos Estados que han invadido territorios de hecho, apropiado riquezas ajenas, matado civiles e inventado excusas para contravenir el derecho internacional y la conciencia global. Han impuesto tiranías de raigambre religiosa, y han coparticipado en el enorme atraso cultural, político y económico de muchos países. No obstante, el terrorismo no se justifica ni por acción ni por reacción, pues viola cualquier parámetro de guerra lícita, aunque esta sea siempre degradante e injusta.

Recordemos, en la larga lista de actos terroristas, algunos hechos de corte musulmán: los ataques del 11 de setiembre del 2001 en Estados Unidos; la explosión de bombas en Londres, el 7 y 21 de julio del 2005, durante el gobierno de Tony Blair; el asesinato, en los Países Bajos del cineasta Theo Van Gogh, el 2 de noviembre del 2004, realizado por un joven fanático de origen marroquí; los atentados del 2004 en Madrid y el desmantelamiento en La Haya, en el 2006, de una red terrorista llamada “Grupo Hofstad”.

Sin duda, todas estas actuaciones criminales hicieron que se diera una profunda readaptación del multiculturalismo que, al estilo inglés, permitió en su momento la presencia y discursos de imanes proclives al terrorismo; la protección de los particularismos culturales y lingüísticos, por el revés de las pruebas de idioma y cultura a los inmigrantes musulmanes, y controles policiales de los yihadistas de nacionalidad europea. También Francia obligó a los musulmanes, nacionales y extranjeros, a respetar las leyes de la República y la coexistencia pacífica y racional de los distintos credos religiosos con plena libertad de conciencia.

El fanatismo y los dogmas solo hacen revivir la imperativa división que, ya desde el siglo XIV, propuso el franciscano y filósofo Guillermo de Occam, sobre la doble verdad: la verdad religiosa y la verdad filosófica, a diferencia del escolasticismo tradicional, que impregnó la fe de filosofía y la filosofía de fe dogmática. A partir de este momento, Occidente hizo la necesaria separación de pensamiento filosófico y científico (Roger Bacon ya estaba presente) en relación con el pensamiento religioso. Sin embargo, los yihadistas y fundamentalistas religiosos del islam siguen en la época posterior a la doble verdad del siglo XIV.

Lucha desde la razón. Y, como sucedió en tiempo de la Inquisición, solo la lucha desde la razón, la voluntad y la crítica en libertad pueden dar el soporte necesario para la comprensión antidogmática del mundo y su entorno, que impone un mayor grado de conocimiento y educación, además de los mecanismos necesarios para que cada Estado favorezca sus valores y tradiciones nacionales, y la protección de los principios rectores de la civilización forjada desde la protección de los derechos humanos que Occidente, sin duda, heredó originariamente de la cultura griega, al buen decir de Heidegger. Hago votos de esperanza para que el mundo encuentre el humanismo ecuménico necesario, para la coexistencia de visiones religiosas distintas, desde el suelo firme y fértil de la fuerza unificada en principios y valores coincidentes, como guía de comportamiento universalmente acepta-do, desde cada fuero interno, por la paz y la libertad.