Centroamérica cantada

Un relato de la historia de América Central y nuestras utopías a partir de las letras de sus himnos

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Siempre han existido cantos que evocan acontecimientos extraordinarios y exaltan el fervor popular en determinada dirección, como los emblemáticos corridos de la Revolución mexicana loando a sus generales Pancho Villa y Emiliano Zapata o añorando a La Adelita que, trascendiendo tiempos y fronteras, fue cantada alrededor de fogatas en campamentos guerrilleros de los 60 y 70.

Con intención similar, después de la independencia de Centroamérica, los políticos encargaron himnos a escritores, poetas y músicos, orientados a glorificar la historia de sus repúblicas y producir con ellos la argamasa que uniera e identificara a su gente con su matria. Dos siglos después, sus letras viven, inspiran y son cantadas con frecuencia en muchas partes, pero parecieran llegadas de tiempos estáticos e historias anquilosadas.

El himno de Guatemala, establecido en 1897, lo escribió el poeta cubano José Joaquín Palma, con melodía del chapín Rafael Álvarez. Desde el inicio invoca la esperanza de que “ni haya esclavos que laman el yugo ni tiranos que escupan tu faz”. Y conscientes de lo que puede devenir, advierten: “Si mañana tu suelo sagrado lo amenaza invasión extranjera, libre al viento tu hermosa bandera a vencer o a morir llamará… que tu pueblo con ánima fiera antes muerto que esclavo será...”.A pesar del deseo, soportaron y padecieron tiranos.

El de El Salvador es obra del general guanaco Juan José Cañas ―amigo de Rubén Darío― y musicalizado por el italiano Juan Aberle. Los paisanos de Roque Dalton convocan al iniciarlo: “Saludemos la patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar; y juremos a vida animosos, sin descanso a su bien consagrar”. Precisa que obtener la paz fue su eterno problema y “conservarla es su gloria mayor”. Enfatiza que la “Libertad es su dogma, es su guía que mil veces logró defender y otras tantas, de audaz tiranía rechazar el odioso poder”. Finaliza aseverando que “Su ventura se encuentra en la paz”.

El de Honduras lo creó el poeta catracho Augusto C. Coello. Fue musicalizado por el maestro alemán Carlos Hartling y es cantado desde 1915. Los símbolos que integran su bandera sintetizan rasgos de su nacionalidad y advierte: “Por guardar ese emblema divino marcharemos ¡oh patria! a la muerte; generosa será nuestra suerte si morimos pensando en tu amor. Defendiendo tu santa bandera, y en tus pliegues gloriosos cubiertos, serán muchos, Honduras, tus muertos, pero todos caerán con honor”.

El himno de Costa Rica lo hizo en 1903 José María Zeledón, ganador del concurso convocado por el gobierno de Ascensión Esquivel Ibarra. Su música fue compuesta por Manuel María Gutiérrez Flores y oficializado en 1949 en el gobierno de Pepe Figueres Ferrer. Su contenido refleja el ser costarricense. Habla de paz, vida, trabajo fecundo, prestigio, estima, honor, abrigo y sustento. No evoca guerras, sangre ni muertos. Es un himno “pura vida”. Pero, cuidado, porque “cuando alguno pretenda tu gloria manchar, verás a tu pueblo valiente y viril, la tosca herramienta en arma trocar”.

El de Panamá es obra de Jerónimo Ossa, musicalizado por Santos Jorge Amátrian. Refiere la victoria por fin alcanzada y los fulgores de gloria con los que se ilumina la nueva nación. precisa cubrir con un velo el calvario y la cruz de su pasado. Anuncia el progreso e incita: “Adelante la pica y la pala, al trabajo sin más dilación; y seremos así prez y gala, de este mundo feraz de Colón”. No sé por qué asigna la propiedad de “su mundo al desgraciado almirante”, como Rubén lo llamó.

El himno de Nicaragua es el más sucinto de Centroamérica. Lo creó en 1918 Salomón Ibarra Mayorga y musicalizó José Abraham Delgadillo. Con él ganó el concurso promovido por el gobierno de Emiliano Chamorro, quien al saber que Salomón era liberal, le incautó el dinero del premio. Pese a guerras y perennes rebeliones, sus versos describen las quimeras que los nicas anhelamos y aún no logramos: “En tu suelo ya no ruge la voz del cañón ni se tiñe con sangre de hermanos tu glorioso pendón bicolor. Brille hermosa la paz en tu cielo, nada empañe tu gloria inmortal, que el trabajo es tu digno laurel y el honor es tu enseña triunfal”.

Y con esperanza inquebrantable cantamos nuestra utopía.

urtecho2002@yahoo.com

Mario Urtecho es editor, escritor y poeta nicaragüense.