Carta a mis nietos

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El papel de Estado grande en el país ya dejó de ser objeto de negociaciones en la Asamblea, de mesas redondas y de juntas de notables. Ahora, los notables son ustedes y les llegó el momento de definir el Estado que quieren, pues en esta elección la izquierda puede llegar a tener una amplia mayoría en la Asamblea Legislativa.

Se ha polarizado el estamento político entre dos izquierdas (una, gastada, sin idea de progreso, y la otra, una izquierda extrema que ya se salió del clóset) enfrentadas a una tímida derecha. Es un enfrentamiento sobre el tamaño y el papel del Estado. Los principios ideológicos de cada uno de estos dos bandos no se prestan para encontrar un acuerdo a través de un gran compromiso entre los dos bandos. Llegó la hora de escoger.

Dos izquierdas. La izquierda gastada habla de una reducción del déficit, pero anuncia, predeciblemente, que buscará esa meta a través de un aumento en los impuestos. La izquierda extrema quiere duplicar aquí la experiencia de Cuba, Venezuela o Argentina. La derecha, con cautela, aboga por un Estado más pequeño limitado por una reducción del gasto. En este país, el centro del espectro político ha sido desplazado hacia la izquierda a tal grado, que una derecha como la de Aznar o Piñeiro la clasifica la izquierda como una derecha extrema. En todo caso, las dos posiciones no son compatibles. Un grupo habla de gastar más, independientemente de los ingresos, y el otro promete no hipotecar el futuro.

En nuestro país, el gasto total del sector publico en compras y en sueldos (más un poco en intereses) representó el 62,1% del PIB en el 2012. En Uruguay, el sector público apenas consume el 28,9% del PIB. Su presidente socialista, José Mujica, escogió, como Lula, el progreso, en contraste, por ejemplo, con el Socialismo del Siglo XXI de Cristina Fernández en Argentina.

Argentina sufre una de las tasas de inflación más altas de América Latina, el impuesto más cruel para los pobres. Tiene una depreciación galopante de la moneda, controles absurdos, enorme gasto público, corrupción generalizada, un aumento notable de la delincuencia, falta casi total de inversiones extranjeras y un verdadero Estado policíaco en materia fiscal. Está prohibidísimo tratar de salvar los ahorros colocándolos fuera de las fronteras nacionales. Hay que depositarlos dócilmente en los bancos locales para que los confisquen en el próximo “corralito”. El infame “corralito” es la prohibición de que las personas puedan disponer libremente de su dinero en efectivo, cuentas corrientes y cajas de ahorro. Además, cuando se liberaron los depósitos retenidos, el Gobierno se dejó los intereses y la moneda depreciada. El Gobierno calificó de “patriotismo” este robo. Patriotismo, definido como dejarse robar.

Yo estoy de acuerdo con muchas de sus quejas. La debacle del Estado que ustedes condenan es el colapso de un modelo de desarrollo económico que existe desde la Constitución socialista del 49, y que puso la política “social” por encima del mercado. Pero, para corregirlo, ¿sería la solución hacer el Estado grande más grande?

Compadrazgo político. Lo que ha sucedido es que, desde el 49, el principio organizacional básico de la sociedad costarricense ha sido el compadrazgo político, un sistema en el que se presta apoyo político a cambio de beneficios materiales. El papel primordial del Estado grande de Costa Rica se convirtió en ser el principal proveedor de rentas para diversos grupos e individuos.

En otras palabras, la estructura fundamental de Costa Rica fue el Estado y no la sociedad civil. No se puede hacer nada en nuestro país sin la mediación del Estado. El partido y la clase dominante que surgió después del 49 no actuaron como protectores de los activos existentes, sino que se sirvieron de ellos como la principal fuente de sus ingresos. Nació el capitalismo de compadrazgo que el papa Francisco condena, y yo también.

El control del aparato estatal se convirtió en el principal mecanismo para la distribución de las recompensas materiales y de las rentas. El más popular medio de reparto fue el “hueso” en la Adminis-tración Pública. Surgió una constante: el clientelismo político como la principal doctrina de gobernabilidad.

El Estado se convirtió en el empleador más grande del país y el único en América Latina donde los empleados públicos ganan más que los privados. Reciben un salario 49% mayor que los empleados del sector privado.

La izquierda ha argumentado que el principal problema del capitalismo es que pone “a los mercados por encima de la gente” y que, por eso, la intervención política es necesaria “para domar a los mercados y restaurar al pueblo a su lugar legítimo de amo y no de esclavo del mercado”. Pero nuestro socialismo, que jura que todo lo hace “por el pueblo”, lo que ha hecho en la práctica es poner a sus compadres por encima de los mercados. Un capitalismo adulterado. El capitalismo de compadrazgo.

Presa de demagogos. Muchos jóvenes son presa de demagogos que manejan bien la retórica (no el pensamiento) y sueltan una letanía de lugares comunes que impresionan al muchacho utópico e incauto. Le presentan la utopía de que la naturaleza humana puede ser moldeada hacia una apreciación generosa del bien común y acusan al capitalismo de ilimitada voracidad y avaricia. Esto lleva a ustedes, o a sus amigos, a mandar al diablo “el sistema”, y concluyen que debe existir un sistema mejor. Pueden hasta llegar a pensar que el comunismo de la actual izquierda extrema y el “socialismo o muerte” de Hugo Chávez constituyen una mejor opción.

Sin embargo, la realidad y la historia han demostrado que tales súplicas al bien común –tanto las genuinas como las derivadas de la demagogia– le atribuyen una importancia demasiado irreal a la bondad del ser humano. Esta tesis pega, tiene eco. Sin embargo, siempre es traicionada por la realidad. Siempre se topa con el egoísmo del ser humano. Con el tempo, el sistema utópico pierde el apoyo popular y, entonces, debe ser impuesto por la fuerza. En nombre del ideal, la represión queda como la última opción.

En su novela Me casé con una comunista , Philip Roth describe una conversación (probablemente hipotética) que tuvo con su entonces esposa, la actriz inglesa Claire Bloom, en la que le dice: “El capitalismo es un sistema que está en consonancia con la vida. Y, porque refleja la realidad, es que funciona. Vea: nuestro sistema funciona porque esta fundamentado en la verdad sobre el egoísmo de la gente, y el suyo no funciona porque está basado en un cuento de hadas sobre la hermandad de los pueblos. Es un loco cuento de hadas”.

La historia ha establecido repetidamente que el modelo del Estado grande termina mal: empobrece, reprime y no es reversible, como se hizo patente con el descalabro de la Unión Soviética. A la China comunista lo que la salvó de la pobreza extrema fue el capitalismo.

Todo Estado, grande o pequeño, tiene el deber de paliar la pobreza extrema, pero no arruinar al país en el intento por lograrlo. Si, como ustedes me han dicho, la pobreza extrema es vergonzosa para todos, no escojan para corregirla al Estado grande, que nunca lo ha hecho bien en ninguna parte. En el 2012, el IMAS repartió a los pobres solo el 66% de lo que recaudó. Pero, además, para repartir esa suma, gastó ¢46.103 millones. Y el índice de pobreza no ha variado.

Quienes le han servido mejor a su comunidad son los empresarios que generan empleo. El capital se distribuye mejor cuando la parte del pastel de la economía está en sus manos y no en las del Estado, ineficiente y despilfarrador. El más efectivo y menos cruento nivelador que se ha inventado es la generación de riqueza, y esa no la produce el Estado grande.